CHICAS BAILARINAS (de Margaret Atwood), por Damián Lorenzo

CHICAS BAILARINAS
de Margaret Atwood
Lumen, 2013
por Damián Lorenzo

La narrativa de Margaret Atwood tiene un estilo cortante como el de un cuchillo, a veces todo un argumento se define por una frase, por un balanceo en el sentido.
Chicas bailarinas es una coleción asombrosa por tratarse de un primer libro de cuentos. Por lo menos la mitad de estos catorce relatos son memorables. El marciano, por ejemplo, es una trama que no se borra fácilmente. Describe a un estudiante extranjero, con lentes gruesos, poco atractivo, algo obstuso y persistente. Es de un país de oriente, el cual no se nombra, que está en guerra. Este estudiante se siente atraído por una chica americana con sobrepeso, y resulta inolvidable la forma en que es despreciado una y otra vez por la joven. El lector quiere tomar partido a favor del estudiante, luego a favor de la joven, pero en definitiva, el cuento termina causando risa.
Algo cercano a ese relato se encuentra Joyería capilar, donde la protagonista es una joven mujer que compra ropa en oferta (a veces de otra medida) y viste algo ridículamente. El cuento trata sobre la atracción patética de la joven por la tragedia y la desesperanza. Aún antes de comenzar un asunto amoroso, la joven se regocija imaginando su final. Al igual que con El marciano, el relato provoca risa, pero también encierra una sutil incomodidad, quizá producto del sentimiento de mala conciencia que despierta la destreza de Atwood en el lector.
En Polaridades, el frío brutal de una ciudad del norte está tan presente que parece un personaje más en la trama. En ese escenario, resulta aún más chocante la toma de conciencia de un grupo de amigos acerca de la locura de uno de ellos. Se trata de Lousie, cuya lógica al principio parece extravagante, new age, cándida, pero a medida que transcurren las páginas se deja entrever la locura en toda su crudeza.
De hecho Polaridades podría ser el título de varios de estos cuentos, debido a la especial preocupación de Atwood en cómo ciertas pesonalidades naturalmente opuestas interactúan entre sí, molestándose, chocando, envidiándose. Betty, por ejemplo, presenta a una mujer sumisa y casera que no le interesa la mitad de lo que le interesa su marido a la niña que narra. Sin embargo, cuando la narradora crece, sus percepciones cambian: el marido no le interesa más, pero sí Betty.
Dar a luz trata de la dualidad entre la felicidad por estar a punto de ser madre y el rechazo que ese mismo hecho produce en la mujer en cuestión. Como dos personas viviendo en un mismo cuerpo. Es angustiante el sentimiento esquizofrénico que despierta el relato.

Estos y el resto de los relatos testifican la voz propia y original que tenía Atwood en su primer libro de cuentos. Una mirada de una rara intensidad y de inteligencia excepcional. Con momentos de fantasía y humor, y hasta de una inesperada violencia. 

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