BORGES, FUNES, RICOEUR Y LA MEMORIA INJUSTA
Baudelaire (Spleen II)
En uno de sus últimos libros,
el monumental La memoria, la historia y
el olvido[i], Paul Ricoeur dedica la
primera de las tres partes a indagar, con un enfoque hermenéutico y
fenomenológico, en todas las acepciones que se han ensayado sobre el tópico de
la memoria. Hay un momento, casi al final de la segunda parte, donde el autor cita
al Funes[ii]
de Borges: “La idea misma de no olvidar nada ¿no coincide con la locura del
hombre de la memoria integral, el famoso “Funes el memorioso” de las Ficciones
de Borges?”.
Unas páginas más tarde, Ricoeur
vuelve a citar el cuento borgeano: “… desechamos el espectro de una memoria que
no olvide nada; incluso la consideramos monstruosa. Nos viene a la mente la
fábula de Jorge Luis Borges sobre el hombre que no olvidaba nada…”.
Funes es, para Ricoeur, no
un loco que padece una memoria exhaustivamente atroz, sino que es esa misma
memoria la que le produce la locura.
El cuento narra la breve historia de un uruguayo –Ireneo Funes– que se cayó de un caballo y, a raíz de ese accidente, se despertó en él una memoria absoluta que lo recuerda todo. El narrador es, a su vez, alguien que relata los propios recuerdos con Funes en un juego contrapuesto.
Ricoeur establece una
división fundamental tomada de los antiguos griegos, y es la que distingue la
aparición de una imagen como recuerdo (evocación simple, impronta) de la acción
de recolección o reminiscencia de esas imágenes (exploración y hallazgo). En
efecto, los dos términos precisos son: mneme
(recuerdo pasivo que surge y afecta la sensibilidad); y anamnesis (rememoración, búsqueda activa del pasado).
En el primer caso tenemos
al clásico personaje de Proust con el presente de la sensación en la célebre escena
de la magdalena. En el segundo, y en su antípoda, tenemos a Funes. El primer
término (mneme) se pregunta por el qué recuerda el sujeto (el paraíso
perdido); el segundo
(anamnesis), por cómo
se acuerda (detalle a detalle, la totalidad). O tengo un recuerdo involuntario
(narrador de Proust), o voy en su busca (Funes).
Funes padece una anamnesis sin límite que fluye como un
río infinito. Si la memoria, por definición, es selectiva, pues la de Funes
aparece como omnímoda, o, en palabras de Ricoeur, exhaustiva, integral, monstruosa.
Para la tradición epistemológica
moderna la imagen que nos trae la memoria es siempre una fuente de sospecha, un
problema para la verdad: ¿lo que se recuerda es lo que pasó? ¿El ayer sucedió o
solo es un producto imaginario del que lo rememora?
He aquí un cortocircuito
entre la memoria y la imagen, donde esa sospecha queda de lado. La memoria de
Funes es pura reproducción (no reconstrucción) de lo acaecido, un
encadenamiento de eventos ciertos, positivos, si bien acompañados por las
emociones, pero no una mera construcción subjetiva y parcial del pasado. La de
Funes parece ser una memoria, diría Ricoeur, textual, entendida como pedagogía
en el sentido de una memorización de los textos al modo en el que se revive un
poema para ser recitado: imágenes, sonidos, objetos, reproducción temporal del
pasado que opera como réplica idéntica, iterativa. Una multiplicación.
¿Cómo regresa entonces el
pasado a Funes? Vuelve como tal. Si
el recuerdo es la presencia de una ausencia, si el recuerdo retorna como
devenir-imagen, entonces en Funes habita una máquina replicadora. Lo que
retorna, lo que reaparece, es lo que es (lo que fue), sin modificaciones, como
una cinta de grabación. Es precisamente en la diferencia entre la imaginación
(impronta/ mneme) y la rememoración
(búsqueda/ anamnesis) donde se pone
en juego la fidelidad del pasado.
Luego, subrayemos, la
memoria de Funes opera como anamnesis
sin esfuerzo. El personaje no
necesita afanarse por recordar, solo tiene que ir a traer su pasado. Las
imágenes del mundo pretérito llegan sin una voluntad trabajosa de traerlas a
colación. Simplemente se las llama y acontecen, suceden, sobrevienen.
Ahora, como subraya Ricoeur, el hecho es anterior a su recuerdo, por lo que la problemática de la veridicción es inescindible. Lo único que tenemos del pasado son sus huellas. En el caso de Funes, lo que vemos es un almacenamiento textual, referido en el ejemplo de su capacidad de conocer una lengua solo leyendo los diccionarios de cada idioma. Lo que leyó, le quedó grabado en piedra.
Otro aspecto importante a
resaltar en Funes es que el acto de la recordación tiene un tiempo propio y
efectivo, más allá de la dimensión temporal de la memoria en acto. La
referencia obligada está en ese detalle crucial que nos brinda el narrador al
contarnos que si interlocutor recuerda todo lo que realizó en un día entero, y
para recordarlo necesita de otro día entero (el tiempo de la memoria duplica al
real, no hay conciencia interna). Digamos que el acto de recordar sin mayores
esfuerzos le trae a Funes una repetición del tiempo físico, una suerte de
prolongación fatal revalidada en la prematura edad del personaje (un
adolescente), que parece, por su vívido anecdotario, un héroe bíblico.
Asimismo, la dimensión de la memoria pareciera ser espacio-temporal: espacial porque lo almacena todo, cuantitativamente hablando, y temporal porque asoma infinita.
Las primeras cinco
oraciones del cuento arrancan con la misma palabra: “recuerdo”. Y en las iniciales
dos líneas del texto, el narrador ya nos dice que “la recordación” es un acto
sagrado: “Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, solo
un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto)”.
Entonces: ¿cómo funciona la
memoria de Funes? ¿Qué retiene? En principio, digamos, es una memoria
infalible, una actividad que incluye la totalidad de los acontecimientos y de
la imaginación (aquí aparece separada y como objeto del acto de recuerdo, a la
que además se le suman los sueños) pero que se ocupa fundamentalmente de los
detalles: la vida cotidiana, las trivialidades, los datos aislados, fútiles, “un
vaciadero de basuras”, dice. También hay, entre lo más saliente, un recuerdo
del recuerdo, en un juego de iteraciones donde la vida de Funes se va
reproduciendo, cual espejo, en el cerebro de ese cuerpo tullido que vive
encerrado en la penumbra. Se trata de una memoria que parece ser un mapa y un
reloj, una reminiscencia fotográfica pura e incondicional, un registro completo
de donde no hay objeto, real u onírico, que quede fuera de su alcance. “No lo
había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele”.
En ese sentido, vemos que la memoria de Funes es indiferentemente y, a la vez, escrita (por su aprendizaje del latín) y oral (sus percepciones) en la misma clarividencia, seguridad, perfección. Es además un sistema de clasificación, una burocracia de procedimientos, un modelo muy alejado del efecto proustiano (la melancolía, el bovarismo, el dandismo, el desencanto). “Funes no solo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado”. El recuerdo aparece como idéntico al hecho, desubjetivado, imparcial; una memoria ecuánime, mimética, de semejanza, como cosa en sí.
No porfíes. No rememores
Vamos ahora a lo más
importante. Funes solo tiene pasado y carece de futuro. Pero también la de
Funes es una memoria total porque es sin
olvido. Ese es el rasgo central de la caracterización.
Ricoeur nos recuerda que
uno de los fines de toda memoria es la de “luchar contra el olvido”, quedarse
con un resto del ayer ante la erosión del paso del tiempo. Y, de contrapartida –he
aquí la aporía–, toda memoria se constituye con una parte inherente de olvido.
“Sin olvido no hay ninguna
posibilidad de vivir”, dice Nietzsche. “Porque olvidar lo malo también es tener
memoria”, canta Fierro en la Vuelta. Toda memoria necesita olvidar y toda
memoria, en simultáneo, se configura en su lucha por no olvidar. Aporía.
Por lo demás, Funes no solo
no experimenta nostalgia, más bien le ocurre lo inverso: concibe su capacidad como
ese don que ha venido a compensar el terrible accidente en Fray Bentos.
Retomando: Ricoeur piensa el recuerdo y su depósito, la memoria, como una búsqueda del tiempo ido en el sentido de que conmemorar, bajo cualquiera de sus formas, es recuperar la experiencia pasada que vuelve como un pathos, un proyecto de salvación en el naufragio, una puja contra las aguas del Leteo. Hay una tragedia contraria a la de Funes, y más humana: la de la amnesia, la del golpe en la cabeza o la enfermedad (Alzheimer, demencia), la tragedia de olvidar todo nuestro pasado, lo que, en suma, somos (o fuimos).
Por último, Funes no tiene
el problema del egipcio de la teoría del Fedro sobre el origen de la escritura;
es más, sería su perfecta antítesis. No necesita exterioridad, materialidad
sobre la cual registrar sus recuerdos para no perderlos, están todos tallados
en él, cerrados a cal y canto. No hay pérdida porque no hay olvido ni, por adición,
necesidad de escritura. Toda huella es conservada por la memoria del personaje.
Más aún, podría decirse que más que acordarse el pasado, en verdad lo reitera
(percepciones incluidas), o lo transcribe.
Por otra parte, el abuso de
memoria viene a poner al descubierto, consigna Ricoeur, la problemática de la
relación que hay entre la ausencia de la cosa recordada y su presencia
representada. En Funes, el uso es el abuso, a secas, lisa y llanamente, sin
distinción. Es lo opuesto al hacer historia, ya que la ciencia del pasado se
define por delimitación, circunscripción, corte y selección. Al ser absoluta,
el pasado de Funes se muestra como un sinfín de inventarios, momentos menores,
tiempo dilapidado, menudencias. Dispone sus recuerdos como ese interminable
catálogo que prescinde no solo de valoraciones, sino también de las afecciones añadidas
(proustianas).
Si la memoria es el presente
del pasado, en este caso la de Funes se dispone sin una transición atravesada
por los duelos y las cargas de lo poético. Funes detalla, especifica, redunda,
puntualiza, expone, su relación con lo retrospectivo se manifiesta de un modo
meramente operacional, si se lo puede llamar así. Su tragedia es muy otra, más
fría, no la del común de los mortales que buscan olvidar y aceptar la pérdida
reconciliándose en el trabajo de duelo (Freud) para seguir adelante. Se trata
acá de una tragedia aún peor: una condena perpetua, como salida de un mito, a
la manera de Sísifo con la roca a cuestas o el hígado de Prometeo devorado por
el águila. La tragedia de no poder descansar en el olvido. La imposibilidad de
una memoria justa.
1 comentario:
Excelente trabaji
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