El caldo en el que se escribe Otoño
se derrama en todo el relato: el comienzo del fin de algo. La frontera
neofascista elegida contra todo cálculo por agricultores, jubilados, obreros,
desempleados compone este paisaje y su título: “Cuando algo similar a la noche sucede en pleno día..”, dice el Sr.
Gluck, uno de los protagonistas verticales de esta novela.
Los personajes caminan por su pueblo en las afueras de Londres, donde se empiezan
a levantar vallas electrificadas en territorios públicos, se leen grafitis en contra
del enemigo extranjero, y ellos mismos –y sus vecinos— se vuelven el otro para
los otros, y lo que va cayendo bajo
sus pies son las soberanías que se entendían hasta entonces. Sus admisiones
para ser atendidos por cuestiones de salud, o para renovar los pasaportes son
maquinarias perfectas kafkianas que han devorado a los propios que las deben
hacer funcionar. Es la grieta que se funda en el norte, donde se deja entrever
que toda grieta tiene su historia. La pregunta por el porvenir no se hace, es
una preocupación, una retórica de la que se componen los ánimos.
Ali Smith de todos modos tendrá el gesto de mirar para atrás, un poco para
adelante, de escribir el presente, tratar de hacer algún tipo de estampa con
todo eso. La novela está narrada con una cronología cortada, interrumpida,
ensamblada. Una narrativa cercana a la forma en que los pensamientos suelen
contarnos las cosas cuando intentamos mirarlos.
En Otoño la amistad de Elizabeth Demand,
profesora de historia del arte, y Daniel Gluck atraviesa la novela. Ellos componen
el encuentro que tal vez es el más esperado de esta vida: el de ser
interlocutor uno de otro. Los diálogos entre ellos, y las imágenes de sus
momentos compartidos trazan una biografía en la vida de ambos.
Se conocen cuando ella es una niña, y él (ya) su vecino viejo. En el
presente de la novela el Sr. Gluck está internado (se entiende que en sus
últimos días) y ella, ya adulta, lo visita y le va a leer, aunque más bien lee
mientras él duerme un sueño que apenas entrecorta para saludarla.
Es una de esas amistades transgresoras y por eso posibles y duraderas. Él
le enseña a mirar. Toda la novela atraviesa el verbo mirar. Smith para eso
hecha mano a múltiples materiales que se entrelazan y se convierten en el modo
de construir el relato: autores y libros de literatura, la gran obra de una
artista plástica, cuentos (muchos), leyendas, pensamientos.
En Otoño, los relatos tanto de lo
onírico de ojos abiertos, como de los sueños no son algo que están en el
negativo de la trama. Admiten un recorrido a través de la palabra que elude una
conclusión última e intenta zigzaguear la contingencia, tratar de tocarla, dar
con ella en alguna letra, lo que indefectiblemente lleva a un relato altamente
poético (sino es que, de pronto, de a ratos, el relato termina convirtiéndose
en poema). La traza estética de Otoño reafirma
lo que Gluck resume como: “Toda historia
cuenta con una imagen. Toda imagen cuenta con una historia”. Ver con la
imaginación, ver con la memoria, entendiendo a “ver” en Otoño en la misma conjugación que “ser y estar”. Una historia
sencillísima, con una prosa sencillísima es la trampa que usa Ali Smith para
meternos en este espacio infinito que por suerte tiene tres novelas más por venir.
1 comentario:
Muy buena reseña!!! Ahora quiero leer esta maravilla...Gracias!
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