LA INOCENCIA (de Marina Yuszczuk), por Jessica Taranto



LA INOCENCIA
de Marina Yuszczuk
Blatt & Ríos, 2021
por Jessica Taranto


La primera novela de Marina Yuszczuk está escrita como una novela autobiográfica (es fácil suponer que está inspirada en sus propias vivencias pero cuánto es real y cuánto ficción es algo que no viene al caso) en la que se escribe desde quien es hoy como una manera de reconstruirse. “No sé cómo escribir esto, voy a empezar y punto” es la posición que presenta y mantiene su voz narradora a lo largo de toda esta historia de iniciación que se centra en dos cuestiones bien marcadas.

De chica, su mamá se metió en una religión. Así, sin nombrarla presentándola como una entidad propia, casi como si fuera una secta. De manera paralela, descubre que tiene un cuerpo. Quizás a ese cuerpo de mujer se lo puede pensar como el verdadero protagonista de esta historia. Toda la novela está atravesada por él.

Mientras la madre está metida y la arrastra con ella hacia esto que su protagonista no termina de entender, sabe que su cuerpo en transformación es algo que no está permitido y tiene que esconderse. Es por eso que intenta explicarse a sí misma la historia de la Biblia y de Dios y se la repite como queriendo atar cabos que no consigue atar porque, por ejemplo, en esas historias donde se castiga toda conducta animal en la que se usa el cuerpo para “cosas que no sean extender la obra de Dios”, nunca aparece una mujer que se masturbe. Si no aparece no existe y entonces ¿qué está haciendo ella con este cuerpo que se le revela deseante? Lo que tiene que ver con la masturbación uno de los aspectos más interesantes de la novela, en la cual la autora abarca con mucha soltura una experiencia sobre la que aún se escribe poco, en especial desde el lado de la mujer. Acá se presenta en detalle no sólo como el inicio de la exploración sexual, sino como una manera de conocerse e incluso de tener el control sobre el cuerpo de una. “Después le pedí perdón a Dios y me vestí” escribe luego de narrar su primer orgasmo, al que aún no sabía nombrar como tal, a través de la masturbación.

Esconderse, tener secretos, mentir, la fijación con la imagen; la adolescencia. En esas escenas de secretismo es donde se encuentra la parte más interesante del relato, donde se permite decir las cosas como son, donde el sexo aparece como aquello que puede ser tentador y peligroso pero también necesario de enfrentar. La sexualidad como algo que siempre se está explorando. Todo esto narrado de un modo coloquial y directo, sin vueltas ni metáforas rebuscadas.

En su último tramo aparece ya otra manera de habitar el cuerpo y ahí entra el tema de la maternidad. A esta altura la novela parece querer abarcar demasiadas aristas, todos esos temas y preocupaciones juntos que suelen aparecer en los libros escritos por su autora, y pierde un poco el eje. Esa dualidad, la religión como esa especie de secta o entidad en contraposición con su despertar sexual y la exploración con su cuerpo por aquellos años, queda un poco detrás ante algo que eventualmente se abrió hacia otro lado, hacia la adultez donde las preguntas que se hace son distintas y para encontrarlas, quizás haya que seguir escribiendo.

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