PABLO MARTINEZ BURKETT
Sí, claro que soy escritor de género. Mayormente escribo terror y
ciencia ficción oscura. Eso no obsta a que me meta en otros palos: puedo
escribir ensayos, teatro, poesía, guiones o lo que sea, no necesariamente de
género. Soy escritor. Me gusta contar historias. Me gusta hilar el encaje de esa
magia ancestral que congregaba al clan junto a la hoguera. Como característica
personal, me gusta contar historias que aspiran a asustar.
Y en cuanto al desprecio creo que la respuesta admite un doble rango. La gente no desprecia el terror, por el contrario, lo celebra. No en vano un porcentaje sustantivo de las series y películas que se estrenan en las plataformas de entretenimiento adscriben de alguna manera a la hospitalaria etiqueta de “terror”. Y si uno hiciera un censo de los libros más vendidos (pienso en Stephen King) o las películas más taquilleras, siempre se está colando bastante de material de género. A finales de los 60, con el Bebé de Rosemary, El otro y El exorcista, el terror que había quedado relegado a revistitas baratieris y películas clase B se vuelve masivo, popular y sirve para hacer señalamientos directos y contundentes que otro tipo de película, más “intelectual”, encubre en vericuetos y desplazamientos. Justamente, y aquí el otro rango que implica la respuesta, el género siempre va a ser despreciado por los intelectuales, los académicos que miran por encima del hombro a todo lo que no sea una literatura canónica y, por lo tanto, legítima. Son cenáculos endogámicos y autocomplacientes que, sin embargo, solían tener mucho poder en los medios tradicionales donde, desde sus púlpitos enquistados, dictaban la etiqueta de lo que había que denostar para no ser considerado un rústico, un palurdo. Si le gusta a las clases populares no puede ser bueno, sería más o menos el grito de combate que los animaba. Hoy día, con el boca a boca de las diversas redes sociales y la multiplicación de, digamos, críticos espontáneos, ese poder dictatorial se ha ido atemperando. Igual, nos van a seguir ninguneando con el agua bendita de su mirada displicente. Y yo voy a seguir sin dormir…
B-¿Qué autores o artistas fueron y son sus influencias para su
escritura? ¿Qué libros le dieron realmente miedo? ¿Por qué?
Mi formación es por demás de clásica, así que empecé por Poe. Después
seguí por Lovecraft y esa cuerda del horror cósmico me resultó tan personal que
la adopté como propia. Por supuesto que la cuota de fantástico rioplatense se
la debo a Borges, Bioy Casares y Cortázar (y de más grande, a Piglia). Pero por
acción u omisión, uno es tributario de autores como Bram Stoker y Sheridan Le
Fanu, Arthur Machen o Lord Dunsany. Y entre los modernos,
Robert Bloch, Ramsey Campbell, Whitley Strieber, Shirley Jackson, Clive Barker,
Stephen King y Neil Gaiman. Y entre los libros
que me dieron miedo en serio, el primero fue sin dudas un deshojado ejemplar de Narraciones Extraordinarias de Poe. Y entre las novelas, anoto por encima de
todos a El Exorcista de William Peter Blatty. También el El bebé de Rosemary de Ira Levin y Damian de David Seltzer.
C-¿Qué elementos considera que debe tener en cuenta un escritor de
género de terror hoy en día? ¿Considera que el género debe renovarse, ve algún
tipo de cambio a futuro?
Los mismos que sospecho se han tenido
en cuenta en todas las épocas. Escribir terror es dejarse interpelar por la
emoción más antigua: el miedo. Por eso el escritor debe abismarse en sus
propios miedos para sintonizar con los miedos del lector. Y en una enumeración
más que provisoria, me parece que los miedos para tener en cuenta son: a la
muerte, a la enfermedad, a la soledad, a no ser querido, a ser distinto, a
perder las posesiones materiales o el estatus, al futuro, a la vejez, a la
locura, a la infidelidad, en fin, aquellos miedos que trasuntan la angustia de
vivir. Por supuesto que, si la acción se desarrolla en el presente, sería
ciertamente anacrónico y contraproducente plantear un escenario como el de Poe
en La muerte prematura. Ninguna de las historias clásicas hubiera sucedido de
haber existido los teléfonos celulares. Pero más allá de los avances de la
ciencia y la tecnología, el miedo a explorar es el mismo. Alcanza con modificar
el contexto. Parafraseando el final de Emma Zunz: “sólo hay que falsear las circunstancias,
la hora y uno o dos nombres propios”. Después ya es una cosa de gusto y calidad
de la escritura. Los bodrios no son privativos de ningún género.
El género está en constante renovación
porque el miedo tiene una dimensión individual, subjetiva, esa que desde la
caverna para acá, hace que al oír un ruido en medio de la noche nos tapemos con
las sábanas, no importa la edad o las responsabilidades, pero también, el miedo
tiene una dimensión social, colectiva, en tanto encarna los temores de una época,
sea por ejemplo, en un repaso histórico por demás de acotado, los peligros del
racionalismo, la ciencia, el maquinismo, las guerras, la depresión económica,
la bomba atómica, las invasiones extraterrestres, la guerra fría, el SIDA, las
migraciones y hoy por hoy, la pandemia. De ese cóctel entre los miedos
individuales y su manifestación como miedos sociales surge un énfasis en la
forma de contar historias para un determinado momento histórico. Por eso como
la cigarra de la canción de María Elena Walsh, el género de terror podría
cantar “tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo, estoy aquí
resucitando”. Que en sí mismo es una historia de miedo.
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