La gente tiene curiosas maneras de morirse. La tía de alguien decía: “Uno muere como vive” Sin embargo se hace difícil dar cuenta de cómo vive la gente, es muy subjetivo. Ahora bien, cómo muere y los hechos que acontecen después, eso es más asequible.
Más allá del conocido y
esclarecedor escrito de Sigmund Freud Duelo
y Melancolía donde se profundiza sobre el trabajo de duelo tan doloroso
como necesario, existe un mandato sobre la necesidad de comenzarlo y darle fin.
Ya a esta altura, aunque discutible, más allá de su anclaje teórico
psicoanalítico, no deja de ser una imposición cultural. Sin mencionar la
existencia de ciertos ritos que pueden agregarse en cada caso, se suele
escuchar: “Ahora va a tener que hacer el duelo” o “Todavía no hizo el duelo” Como
si fuera un trabajo más para seguir viviendo. Dice Vinciane Despret en su libro
A la salud de los Muertos: “La teoría del duelo, por ejemplo, en la
medida en que se funda sobre una exigencia de desapego de los vínculos y no
ofrece a las relaciones más que el espacio limitado de los psiquismos, puede
constituir un medio mortífero” Según la escritora belga, quienes quedan
llevarían a cabo verdaderas investigaciones y se esforzarían por estar a la
altura de esta prueba difícil de perder a alguien e intentar reencontrarlo. Es
probable que en los textos psicoanalíticos no proliferen historias que tengan
que ver con los duelos que no sean del estilo freudiano, con identificación al
objeto, interiorización y luego trabajo de pérdida con integridad del yo (o no)
Pero en la literatura se pueden encontrar otros testimonios. Dice Yasunari
Kawabata en Rostros (1932): “En algún lugar del camino se separó del
padre de la niña. Y con el paso de los años, empezó a creer que el rostro de la
niña se parecía al del padre…Se separó también de su hija, en algún lugar del
camino. Más tarde, empezó a pensar que el rostro de su hija se parecía al suyo”
Desde esto último se puede pensar la interesantísima idea de las separaciones
en vida, donde nadie ha muerto, y aunque existe un aspecto igual a la muerte,
el duelo que se impone se vuelve obligatorio y extraño. El aspecto similar es
que algo se ha perdido, pero no se sabe de qué se trata aquello, y quizás uno
nunca se entere. Porque tampoco se tuvo más que una idea inconsistente en el
espacio mental de aquello que se dejó de tener. Y las ideas sobrevinientes…más
allá de la pérdida, de lo que queda. El extrañamiento. Una separación de dos
seres vivos (amigos, familiares, parejas) puede reclamar una última escena que
jamás se concrete, y de allí pueden surgir variadas motivaciones para un
síntoma o una tristeza sin consuelo. En Rostros
la mujer concluye: “…con la esperanza de
reencontrarse en algún lugar con su hija y el padre de su hija, y contarles lo
que había aprendido sobre los rostros”
¿Qué pasaría si no se
hubiera establecido para la muerte más que una serie de acontecimientos sin
mayores repercusiones que los hechos y lo que pasó después? En ese caso lo
sucedido solamente podría tener un sentido en un relato. La madre de Mersault,
que murió en un geriátrico, en El
extranjero de Albert Camus, ni siquiera fue llorada por su hijo. Como bien
lo demuestra Camus, a la sociedad no le gusta lidiar con estas realidades
sórdidas. En El extranjero una señora
amiga de la fallecida sí lloraba, pero no fue relevante en la historia,
quedando casi como un ruido más de fondo perturbador para su propio hijo. Aunque
su compañera de asilo la fuera a extrañar, según la tradición judía, no sería digna
de la Kriá.
La expresión de dolor más
significativa del judaísmo es la rasgadura de la ropa de un pariente cercano
(padres, hijos, hermanos y esposos) antes del funeral. En la biblia hay más de
una referencia a este ritual (Kriá) La rasgadura es una oportunidad de alivio
psicológico simbólico, que le permite al que queda expresar su impotencia a
través de un acto controlado de destrucción, mediante un sustento religioso. Si
el deudo es el hijo del difunto, el rasgón se debe hacer sobre el corazón, que
queda expuesto al no poder honrar al ser querido, “la exposición del corazón”
Los paganos antiguamente se
laceraban el cuerpo para demostrar el dolor intenso de la pérdida. La religión
judeocristiana, mediante sus rituales, provee formas menos dolorosas y más
simbólicas para tramitar dolores del alma- Pero no todos pueden acceder-
La muerte que impresiona
ajena e inexplicable, se puede inscribir sin embargo en un relato siempre.
Solamente hace falta un narrador.
Veamos otro ejemplo.
Un señor que vive solo y no
tiene hijos ni pareja, de 87 años, de nombre Alberto o quizás Hugo o por qué no
José, da los mismo, decide salir el día de año nuevo de 2020 de su pequeño y
solitario refugio pandémico. Unos familiares lejanos, cuyo nexo ya no se puede
precisar, tuvo lástima de su situación y lo invitó a festejar el año nuevo, o
mejor dicho el año viejo. No quería ir, no los recordaba, no estaba preparado
para el ruido de voces humanas alrededor. Pero ellos son demasiado amables, le
insisten. Entonces él se pregunta si su asistencia podría contribuir al aumento
de la velocidad en el paso del tiempo, ya que la felicidad del momento no era
una expectativa suya. Concurre, come, se ríe de manera forzada, se levanta para
brindar con sidra y cuando se vuelve a sentar ya nunca más se levanta. Ha
muerto. Si pudiera hablar no diría nada, hombre de pocas palabras…su muerte lo
dice todo. Surgirá la bondad de la familia desafiada por la fatalidad y el
cuerpo muerto. Largas horas y silencios compartidos con el cadáver sucedieron a
la desgracia, casi tanto como el trámite de reconocimiento del cuerpo en
domicilio ajeno y traslado a la morgue. Qué significado habrá tenido esa
existencia al extinguirse en una mesa de anfitriones magnánimos. La muerte
tiene más intensidad que las circunstancias, el peso del muerto y los
comentarios intrafamiliares (“¡qué mala
suerte, no debería haber venido!”) se pueden inferir de las horas muertas
de convivencia con el cadáver carente en vida. Qué situación urbana lejana del
mundo trágico de los griegos, donde Aquiles arrastraba, pletórico de venganza,
a Héctor para no dejar que pasara a una inmortalidad piadosa. La muerte
heroica de un joven guerrero bello, que
cobra sentido frente al deterioro del resto de
mortales , que ya en su decadencia será como si no hubiesen vivido.
Cuando la muerte ocurre en ejercicio de la bella energía juvenil, la existencia
escapa de la usura del tiempo. No habría bella muerte si no hubo vida breve
(Vernant JP, 2008)
Pero el afecto puede
superar a la circunstancia de la muerte e imponer increíbles secuencias. Al
enfrentarse a la situación de tener que lidiar con su hermano insepulto dirá
Antígona: “…Más para decir esto ¿en qué
me amparo? ¡En que muerto un esposo, en otro esposo cabe pensar, y muerto un
hijo queda quien me diese otros hijos! Pero otro hermano, muerto el padre y la
madre es imposible…” Un duelo que no puede dar comienzo en la dimensión
personal y afectiva de Antígona por la intervención del poder político de
Creonte, que decide dejar al cadáver sin sepultura. Los lamentos de Antígona la
acompañarán siempre, desde sus padres hasta su hermano, cuando va Edipo a
morirse al extranjero dirá: “¿Por qué te
has muerto, de este modo, sin mí?” Es interesante lo que aporta el
pensamiento griego en este punto, especialmente las tragedias. A diferencia de
los mitos, se trata de producciones literarias donde los individuos se ven
atravesados por una elección que los compromete por entero. La muerte es un
límite real donde todas las variables se juntan y exponen para articular el
devenir.
Para proseguir con los
griegos , en la dimensión opuesta al avasallamiento afectivo del dolor, para la
defensa de la vida que queda, Epícteto en sus Máximas se extendió en hablar (desde su filosofía estoica) sobre la
muerte y la resignación: “Nunca ni por
motivo alguno debes decir: he perdido tal cosa, sino la he devuelto…” y “Todos tememos la muerte del cuerpo. Pero la
del alma, ¿quién la teme?”
En el Hades los difuntos
pasan a formar parte de seres privados de fuerza y vitalidad. No tienen rostro.
Por ello desaparecen en el inframundo en un mundo colmado de sombras. Mundo de
los que no tienen nombre, ni individualidad, donde son únicamente entes
inconsistentes. Hades era el nombre del dios más temible e impiadoso que moraba
bajo la tierra y el nombre de un lugar tenebroso, destino final de las almas de
los muertos.
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