CEZARY NOVEK
Considero que puedo incluirme en el género porque tengo al menos un volumen de relatos dedicado específicamente al terror (La configuración del silencio) y una novela que juega con la estructura clásica del relato de fantasmas (Alguien te busca). Por lo demás, me considero escritor a secas, un contador de historias. Ese libro tuvo el objetivo deliberado de escribir los cuentos de terror que me hubiera gustado leer, dándole una vuelta de tuerca a los clichés y a los tópicos clásicos del horror. Para mis otros textos, no me senté a escribir pensando en un género sino en una historia.
El menosprecio al terror como un género menor tiene que ver –al menos en nuestro país– con el hecho de que no llegó a haber una tradición que de golpe comenzaron a proliferar una enorme cantidad de autores dedicados a trabajar la parte más superficial del género. Aunque hay precedentes del horror en la literatura de Borges, Sábato, Bioy, Silvina Ocampo, Mujica Lainez, José Bianco, Leopoldo Lugones e incluso en El matadero, el único autor que se dedicó a escribir terror fue Horacio Quiroga. A los demás se los encasillaba dentro del género fantástico.
A mediados de los ’90, C.E. Feiling hizo su gran aporte al terror con El mal menor, así como su incursión en otros géneros. Luego no se volvió a hablar del terror hasta ya avanzado el siglo XXI, es decir desde Mariana Enríquez en adelante. Entonces, aquí tenemos dos problemas: el primero, que no hay una tradición continua, sino incursiones esporádicas por parte de algunos autores, lo cual no es tan grave, ya que la tradición se construye solo hacia adelante. El segundo problema –que es el principal para mí– es que el grueso de los escritores de terror no lee casi nada y se queda con el tratamiento superficial; luego tenés a los que clonan sin parar la narrativa de Lovecraft. En medio de toda esa maraña, los autores que buscan un tratamiento serio, profundo u original del género quedan solapados. ¿Por qué? Por lo general, el autor que trabaja en serio no tiene tiempo de hacer ruido y venderse. Y viceversa. La consecuencia de todo esto es el menosprecio por el género que mencionás.
B-¿Qué autores o artistas fueron y son sus influencias para su escritura? ¿Qué libros le dieron realmente miedo? ¿Por qué?
No todos los
autores que me influyeron tienen que ver con la narrativa de género. Por poner
algunos ejemplos, me gustaron tanto las novelas y la poesía de Leonard Cohen
como los cuentos de Robert Howard. Disfruto tanto de leer las crónicas de Bruce
Chatwin como las novelas de King. No sé en qué medida me han influenciado, creo
que es algo que lo puede ver con mayor facilidad un lector. Sí, recuerdo que
algunos autores me impactaron más que otros: Gustav Meyrink, Clark Ashton
Smith, Ray Bradbury, Kurt Vonnegut, Ballard, David Foster Wallace, Hans Strobl,
Albert Sánchez Piñol… podría tipear quinientas páginas más de nombres y seguro
me quedo corto.
Libros que me
dieron miedo: Socorro, de Elsa Bornemann. El libro fue publicado cuando yo
comencé la primaria y al tiempo me llegaron esas historias por comentarios de
amigos y primos, que hablaban de ellas como hechos reales que les habían
ocurrido a “un amigo de un amigo”. Tiempo después, cuando el libro llegó a mí y
supe que esas historias eran ficción escrita, me pusieron la piel de gallina.
Hasta el día de hoy me producen algo. Sobre todo por la vida que tenían, al
punto tal de salirse del libro y circular como leyendas urbanas, casi
proto-creepypastas.
Otro libro que
me dio miedo fue Cementerio de animales, de King. Es la más oscura de sus
novelas, totalmente desesperanzadora. Muere un hijo y cualquier solución es aún
peor. Y algo similar me ocurrió con Frankenstein.
El exorcista
es aterrador también: la personificación del mal hablando a través del cuerpo
de una niña inocente. Y encima tiene esos diálogos geniales, llenos de humor y cinismo.
La aparición,
de Robert Aickman. Es un cuento perfecto, ya que en lugar de reservarse el
horror para el remate final, lo distribuye a lo largo de toda la historia y,
una vez terminado el cuento, deja una sensación inquietante de que eso sigue
golpeando la cabeza contra puertas y ventanas, sin importar a qué altura estén.
Después de haber leído una buena cantidad de autores, se vuelve cada vez más difícil caer en la trampa, ya que uno se acostumbra a los mecanismos. Es por eso que el terror termina apareciendo en textos que no son considerados como tal. Un ejemplo es el cuento El copiloto silencioso, de Cortázar. Sombras suele vestir, de José Bianco (ya el título da miedo) o incluso películas de lo que llamo “terror involuntario”: Gritos y susurros, de Bergman, algunas de David Lynch, etc.
C-¿Qué elementos considera que debe tener en cuenta un escritor de género de terror hoy en día? ¿Considera que el género debe renovarse, ve algún tipo de cambio a futuro?
Alguien que
quiera escribir terror, como mínimo, debe sentarse a leer durante un buen par
de años a los maestros. Y luego a los autores menores, que a veces se disfrutan
más. Y también a los que no son del género. Y las noticias. Y navegar por la
Deep Web. Y después de saturarse con toda esa literatura, con toda esa
información, ver si se le ocurre algo nuevo. Uno puede escribir sobre los
miedos de la época o sobre los miedos personales. A veces coinciden.
Da igual el
tema que uno elija, mientras el tratamiento sea genuino.
Los géneros
siempre se renuevan, muy gradualmente. El cambio se percibe recién cuando se
convierte en moda. Mientras tanto, hay que leer con atención.
En nuestro
país tenemos dos barreras importantes, dentro de lo que se mueve
comercialmente: que hay mucho autor copycat, por un lado. Y que por cuestiones
comerciales, muchas veces toman a un autor que no tiene afinidad con el género
y le encargan sentarse a escribir sobre eso. No sé qué es peor.
Creo que van a surgir autores muy interesantes a la larga, incluso hoy hay muchos. El problema es que a mayor calidad/originalidad, menos visibilidad. Y viceversa.
Por poner dos ejemplos –y voy a hablar solo de los buenos– tenés a Fabián García, que con dos libros de relatos ha demostrado maestría y originalidad en el tratamiento del cuento clásico de terror, un terror fresco, más afín al fantástico europeo que a la tradición anglosajona. Por otro lado tenés a Matías Bragagnolo, que en sus cinco novelas trabaja la sordidez y la truculencia a niveles nunca alcanzados en nuestro país. A ninguno de los dos se los ha leído con la suficiente atención todavía. Mientras tanto, los suplementos culturales llenan páginas hablando de los mismos de siempre, de los consagrados y los amigotes. ¿Malicia? Nah, pereza y mediocridad. Lamentablemente, a los periodistas culturales no les gusta leer. A los editores tampoco y a los escritores, menos. Y así estamos. No solo en cuestiones de literatura de terror, sino de literatura a secas.
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