LOS ELEMENTALES (de Michael McDowell), por Pablo Martínez Burkett

LOS ELEMENTALES
de Michael McDowell
La Bestia Equilátera, 2019
por Pablo Martínez Burkett


Leí Los elementales de Michael McDowell (1950-1999), traducción de Teresa Arijón y publicado entre nosotros por La Bestia Equilátera.

Este profesor con aspecto de guardafaro o ballenero de Nueva Inglaterra (como lo presenta Douglas E. Winter) escribió los guiones de Beetlejuice (1987), El extraño mundo de Jack (1993) y Thinner (1996) pero, más allá de la fama alcanzada en el mundo del cine, era una las voces más reconocidas en el segmento de novelas de bolsillo. Para Stephen King era el mejor en ese campo, logrando un gótico sureño muy particular, con todos los manierismos del subgénero más una deriva hacia un terror sobrenatural. Lamentablemente, la enfermedad de la época se lo llevó muy joven.

Los elementales es su libro más celebrado. La novela abre el juego con un epígrafe de Thomas Browne donde se censura la habitual estafa del Diablo, quien nos persuade de mirar para otro lado cuando se suceden apariciones que confirman su obrar maligno. Es mejor echarle la culpa al engaño de los sentidos o a una imaginación ociosa antes que admitir la intervención diabólica. Ese embuste triunfal nos hace recordar la frase de Keyser Söser: "El mayor truco del diablo fue convencer al mundo de que no existía". No en vano el libro de Browne se llama De los Errores Vulgares.

El epígrafe nos da, entonces, el marco desde donde se va a contar la historia. En efecto, la novela se estructura en torno a esa errada superstición de la gente común y, sobre todo, sus consecuencias: el horror existe, se manifiesta. Hacemos muy mal en ignorar las llamadas del horror.

¿Y quiénes son estos incautos que eluden las señales que ratifican las acechanzas del Mal? Por supuesto que una familia porque, para McDowell, los vínculos familiares te atraviesan como si fueran una viga clavada en la cabeza de cada uno de sus miembros. No lo digo yo, lo dice él. Y para que no queden dudas afirma que la familia es la pesadilla americana.

Justamente, en Los elementales atestiguamos el devenir de dos familias sureñas, en este caso, de Alabama que se conducen como si fueran una sola con hijos de la una, casados con hijas de la otra, toda una vida viviendo en casas contiguas tanto en la ciudad como en las residencias de verano y un destino común en el cementerio local. Este gran colectivo se compone de matronas omnipresentes y malvadas, esposos poderosos que coquetean con la política, hijos e hijas con patologías diversas y relaciones tóxicas, una nieta lúcida y asombrada, y como siempre, la silente pero poderosa servidumbre y su parlamento con lo oculto. Pero sin dudas que me falta nombrar el personaje central: el paisaje. Tres casas iguales en las solitarias playas de Alabama. Tres casas que el rigor estival aísla aún más. Dos casas habitables. Y una tercera, habitada.

La novela arranca con el funeral de una de las matriarcas y la necesidad de observar un ritual por demás de anómalo como parte del servicio religioso. La idea de pasar el duelo en las casas de verano moviliza a ambas familias hacia la costa. El viaje serpenteando las olas, entre la playa y la laguna interior es también una zambullida en el vientre del mal. Mientras la familia desgrana sus rencores, miserias y claudicaciones, la progresión de lo maligno se va solapando hasta cobrar un vértigo que te deja boquiabierto.

En nota aparte, me gustaría destacar los diálogos estructurados de una forma admirable y que logran mostrar a los personajes mucho más que cualquier descripción. El oficio de guionista aporta un detalle que se aprecia. Y otra cualidad distintiva es el ácido sentido del humor que perfuma un escenario decadente, banal y ciertamente, tóxico…

McDowell se luce con su oficio de contador de historias. Y, sobre todo, por su pericia para asustar. Y eso que escribir para la posteridad le parecía un error y no le incomodaba ser tachado como escritor comercial. Sin embargo, su obra se conserva y agiganta pues, de forma simple pero contundente, logra dialogar con los miedos de cada lector. Que de eso se trata, en definitiva, el secreto de escribir género.

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