“Nada más misterioso que el proceso creativo de un escritor” dice la contratapa del libro. Y en las manos, el volumen de casi trescientas cincuenta páginas parece tomar la dimensión de un códice encontrado, de una ansiada revelación.
El autor tuvo acceso a manuscritos, cuadernos y
notas del propio Jorge Luis Borges. Eco de obras como Borges, el mismo, otro
(2016) y de aquel Borges, libros y
lecturas (2010), que reúne las minúsculas glosas de “Georgie” en libros donados
a la Biblioteca Nacional, El método
Borges es otro intento de reconstrucción de lo que a esta altura es ya una
Torre de Babel.
Así, nos enteramos de la intrusión de un
fragmento de Joseph Conrad en el final de El inmortal, de la existencia de
Pierre Menard y su libro sobre grafología L’escriture
et le subconscient (1931), de los juegos caligráficos de tinte expresionista,
de las notas de lectura que permiten una escritura, de las aptitudes de Borges
para el dibujo…
También, el libro echa luz sobre los símbolos
que utilizó el autor para anotar sus textos (un cuadrado, un triángulo, un
círculo, una letra “X”), nos muestra cómo se gestaron los textos Kafka y sus precursores (a propósito, Borges toma de él esa fría distancia que caracterizará su vínculo
con el lector), La secta del Fénix, El hombre en el umbral, Hombre de la
esquina rosada y el hallazgo de esa misma historia en verso. Por supuesto,
también aparece el backstage de
algunos de los textos fundamentales: “El jardín de senderos que se bifurcan” o “El
aleph”. Sobre éste último, Balderston nos anoticia de cuántas veces aparece la
palabra “vi” en la inolvidable enumeración antes del final, como también la
cantidad de predicados, repeticiones, conceptos que estaban en el original y
luego fueron descartados.
Se sabe, las semillas desde las cuales germina
un texto, las improntas que lo constituyen, pueden ser diversas y… no todas
están señaladas en los manuscritos.
Breve digresión: el cuento mencionado es quizás una
variación de The crystal egg, de H.
G. Wells, y tiende puentes con la Cábala, la teoría del infinito de Cantor, la Divina Comedia y la posibilidad de una
venganza literaria. Y agrego un dato rara vez mencionado por la crítica, el Srimad Bhagavatam, de Vedavyasa. Dicho
texto, en el capítulo 158, titulado “La visión de Yashodha”, dice: “ (…) vio al
Universo entero, vio los objetos móviles e inmóviles, vio a los cielos y a los
ocho puntos cardinales, vio las montañas y los continentes, vio los siete
océanos que rodean a la Tierra, vio a todos los países, al Señor de los vientos
y los mundos celestiales, vio la morada de los Devas y vio al Gran Agni, cuyo
nombre era Vadava, y vio también la Luna y las estrellas”. (*) Como puede
constatarse, la comparación con la descripción del aleph es inevitable...
Volviendo al libro, a medida que éste avanza,
comprobamos otra vez el enorme andamiaje de citas, reescrituras, perversiones y
demás procedimientos que disparan un sinnúmero de interpretaciones. Balderston,
especialista detectivesco, crítico genético y, sobre todo, entusiasta de la
obra de nuestro hacedor, despliega sus recursos hasta límites insospechados. Y es
aquí donde cabe hacerse la siguiente pregunta:
¿Puede El
método Borges u otros libros similares alumbrar el hecho literario en su
real magnitud?
En principio, y según nuestro parecer, son
aproximaciones válidas al entendimiento de una obra cuyo trabajo con el
lenguaje y saber enciclopédico invitan a enriquecer y multiplicar ad infinitum el conocimiento. Tanto para
el lector como para el que escribe, será un asombro casi lujurioso constatar la
rigurosidad del trabajo borgeano. El amante de la “data dura” encontrará en esta
obra de Balderston una gran fuente y un sustancioso ejercicio intelectual. Es
para destacar también aquel fragmento que dice que el libro se propone mostrar
el concepto de “texto abierto” de la escritura borgeana, “una poética de la
incertidumbre, de lo incompleto, de lo posible”.
Ahora bien, creemos además que ningún trabajo de
estas características puede llegar a la explicación última de una obra. El
laboratorio de escritura de un escritor implica algo más que sus prácticas
compositivas “visibles” en cuadernos, borradores y demás. En efecto, el arte se
compone de una parte racional y otra que se escapa, que fluye como un río al
que el más sesudo análisis jamás podrá arribar. Éste, desde su racionalidad,
será apenas un acercamiento a lo visible, un corrimiento del velo, un vislumbre
tímido que ni el mismo artista puede, en su afán, comprender. Convivir con esa
“falta” no es sólo una actitud de gran humildad sino, también, de una necesaria
grandeza. A esa última respuesta los místicos la llaman El Secreto y Jorge
Luis Borges sabía como pocos sobre su condición de inaccesible. Quizás por eso,
entre hexámetros, mapas antiguos, espejos, mitos y tigres soñados, hizo de la
duda y de la conjetura un valor.
“Nada más misterioso que el proceso creativo de un escritor”, dice la contratapa del libro. Y es cierto.
*esta “perlita” fue revelada por mi amiga
Viviana Rivelli en un aula del Centro Cultural San Martín. Soy todo
agradecimiento.
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