EL MÉTODO BORGES (de Daniel Balderston), por Gustavo Di Pace

EL MÉTODO BORGES
de Daniel Balderston
Ampersand, 2021
por Gustavo Di Pace

Nada más misterioso que el proceso creativo de un escritor” dice la contratapa del libro. Y en las manos, el volumen de casi trescientas cincuenta páginas parece tomar la dimensión de un códice encontrado, de una ansiada revelación.

El autor tuvo acceso a manuscritos, cuadernos y notas del propio Jorge Luis Borges. Eco de obras como Borges, el mismo, otro (2016) y de aquel Borges, libros y lecturas (2010), que reúne las minúsculas glosas de “Georgie” en libros donados a la Biblioteca Nacional, El método Borges es otro intento de reconstrucción de lo que a esta altura es ya una Torre de Babel.

Así, nos enteramos de la intrusión de un fragmento de Joseph Conrad en el final de El inmortal, de la existencia de Pierre Menard y su libro sobre grafología L’escriture et le subconscient (1931), de los juegos caligráficos de tinte expresionista, de las notas de lectura que permiten una escritura, de las aptitudes de Borges para el dibujo…

También, el libro echa luz sobre los símbolos que utilizó el autor para anotar sus textos (un cuadrado, un triángulo, un círculo, una letra “X”), nos muestra cómo se gestaron los textos Kafka y sus precursores (a propósito, Borges toma de él esa fría distancia que caracterizará su vínculo con el lector), La secta del Fénix, El hombre en el umbral, Hombre de la esquina rosada y el hallazgo de esa misma historia en verso. Por supuesto, también aparece el backstage de algunos de los textos fundamentales: “El jardín de senderos que se bifurcan” o “El aleph”. Sobre éste último, Balderston nos anoticia de cuántas veces aparece la palabra “vi” en la inolvidable enumeración antes del final, como también la cantidad de predicados, repeticiones, conceptos que estaban en el original y luego fueron descartados.

Se sabe, las semillas desde las cuales germina un texto, las improntas que lo constituyen, pueden ser diversas y… no todas están señaladas en los manuscritos.

Breve digresión: el cuento mencionado es quizás una variación de The crystal egg, de H. G. Wells, y tiende puentes con la Cábala, la teoría del infinito de Cantor, la Divina Comedia y la posibilidad de una venganza literaria. Y agrego un dato rara vez mencionado por la crítica, el Srimad Bhagavatam, de Vedavyasa. Dicho texto, en el capítulo 158, titulado “La visión de Yashodha”, dice: “ (…) vio al Universo entero, vio los objetos móviles e inmóviles, vio a los cielos y a los ocho puntos cardinales, vio las montañas y los continentes, vio los siete océanos que rodean a la Tierra, vio a todos los países, al Señor de los vientos y los mundos celestiales, vio la morada de los Devas y vio al Gran Agni, cuyo nombre era Vadava, y vio también la Luna y las estrellas”. (*) Como puede constatarse, la comparación con la descripción del aleph es inevitable...

Volviendo al libro, a medida que éste avanza, comprobamos otra vez el enorme andamiaje de citas, reescrituras, perversiones y demás procedimientos que disparan un sinnúmero de interpretaciones. Balderston, especialista detectivesco, crítico genético y, sobre todo, entusiasta de la obra de nuestro hacedor, despliega sus recursos hasta límites insospechados. Y es aquí donde cabe hacerse la siguiente pregunta:

¿Puede El método Borges u otros libros similares alumbrar el hecho literario en su real magnitud?

En principio, y según nuestro parecer, son aproximaciones válidas al entendimiento de una obra cuyo trabajo con el lenguaje y saber enciclopédico invitan a enriquecer y multiplicar ad infinitum el conocimiento. Tanto para el lector como para el que escribe, será un asombro casi lujurioso constatar la rigurosidad del trabajo borgeano. El amante de la “data dura” encontrará en esta obra de Balderston una gran fuente y un sustancioso ejercicio intelectual. Es para destacar también aquel fragmento que dice que el libro se propone mostrar el concepto de “texto abierto” de la escritura borgeana, “una poética de la incertidumbre, de lo incompleto, de lo posible”.

Ahora bien, creemos además que ningún trabajo de estas características puede llegar a la explicación última de una obra. El laboratorio de escritura de un escritor implica algo más que sus prácticas compositivas “visibles” en cuadernos, borradores y demás. En efecto, el arte se compone de una parte racional y otra que se escapa, que fluye como un río al que el más sesudo análisis jamás podrá arribar. Éste, desde su racionalidad, será apenas un acercamiento a lo visible, un corrimiento del velo, un vislumbre tímido que ni el mismo artista puede, en su afán, comprender. Convivir con esa “falta” no es sólo una actitud de gran humildad sino, también, de una necesaria grandeza. A esa última respuesta los místicos la llaman El Secreto y Jorge Luis Borges sabía como pocos sobre su condición de inaccesible. Quizás por eso, entre hexámetros, mapas antiguos, espejos, mitos y tigres soñados, hizo de la duda y de la conjetura un valor.

Nada más misterioso que el proceso creativo de un escritor”, dice la contratapa del libro. Y es cierto.

*esta “perlita” fue revelada por mi amiga Viviana Rivelli en un aula del Centro Cultural San Martín. Soy todo agradecimiento.

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