Es notable y un poco inquietante
cuando un escritor conocido se propone desafiar nuestras expectativas,
abordando nuevos temas, estrategias y preocupaciones estilísticas. Tales aventuras
no siempre son felices, pero el riesgo en sí es entretenido. Y cuando a pesar
de estas aventuras se alcanza el éxito, se proporciona una prueba convincente
de maestría literaria.
La historia exitosa en este
caso es El modelo, de Robert Aickman,
publicada póstumamente. Aickman, que murió en 1981, era muy apreciado como
escritor de historias de fantasmas. El
modelo es una novela muy corta y muy extraña, no una historia de fantasmas,
sino fantasmal, que parece brillar desde un pasado literario espectral.
Es la historia de una niña
llamada Elena, que crece en un pueblo aislado donde su familia pequeño burguesa
ha caído en tiempos austeros. Su mejor amiga, Tatiana Ivanovna, cree que Elena
podría ser tanto descendiente de gitanos, de la nobleza, de las hadas o de los
espíritus. Elena considera esto seriamente. Aunque es demasiado pálida para ser
gitana, considera que le quedan las
otras posibilidades, y muchas otras.
El libro está escrito con una
ingeniosa impostura de Aickman: el estilo narrativo, algo inocente, debajo del
cual reside una sabiduría irónica y encantadora.
Todo comienza cuando los von Meyrendorff,
amigos de la familia, le regalan a Elena una novela titulada Las corifeas de la pequeña cava. Frau
von Meyrendorff reconoce que si bien el tema puede ser complejo para una joven,
Elena no siempre lo será.
El librito, que habla de una
compañía de jóvenes bailarinas, lanza a Elena a un estado de deseo
impracticable que es su primera prueba de la adolescencia. Cuando un hombrecito
grotesco se presenta con una caja de figuritas de madera, parecía como si ella
casi lo estuviera esperando. Viste a las muñecas con diminutos disfraces y las
coloca en un teatro de ópera en miniatura, su "modelo". No hay vuelta
atrás ahora; la fantasía ha tomado forma material. Los mundos separados de Elena
comienzan a interponerse: el mundo en miniatura de la modelo, el mundo ficticio
pero muy adulto de Las corifeas, y el
mundo cada vez más peculiar de la vida cotidiana.
Elena decide irse de casa, como
debe hacerlo una heroína, para buscar fortuna en el ancho mundo. Pero el mundo
resulta, por supuesto, ser un poco más amplio de lo que ella podría haber anticipado.
Elena lo enfrenta valientemente, pasando por extraños encuentros (por ejemplo, con
un oso al que no le gustan los rábanos) y aventuras que nadie, si su gran amiga
Tatiana, podría imaginar. Se enfrenta a amplias y, a menudo, aterradoras
posibilidades. Y deja su infancia para siempre atrás.
Pero esto no es un cuento de
hadas que cumple con los requisitos para serlo. Así como la prosa de Aickman va
más allá de la tradición romántica que evoca, las aventuras de Elena son
inquietantemente agudas: a veces desconcertantes, a veces bastante divertidas, a
menudo se aproximan a los profundos
temores que acarrea el futuro por venir.
El
modelo le debe tanto a Kafka como a Hoffmann. Aickman ha
aprovechado al máximo esa venerable metáfora, "la magia de la
infancia". Pero ha pintado esa magia con un tono ambiguo: ni negro ni
blanco, sino un gris crepuscular del siglo XX.
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