LA BOCA DE LA BALLENA (de Héctor Lastra), por Jorge Hardmeier

LA BOCA DE LA BALLENA
de Héctor Lastra 
por Jorge Hardmeier


BAJAR ES LO PEOR

La boca de la ballena, de Héctor Lastra, es una más de las obras injustamente olvidadas en el marco de la literatura argentina. Lastra nació en 1943 en Buenos Aires y falleció en la misma ciudad en 2006. En 1976, en el contexto del golpe de Estado, todos los libros de Lastra fueron prohibidos. Puro dato. En su bibliografía que incluye los Cuentos de mármol y hollín (1965) De tierra y escapularios (1969) y Cuentos (1975) resalta la novela objeto de este artículo, La boca de la ballena, publicada en 1973 y prohibida en cuatro ocasiones. Si bien la escritura de Lastra se puede encuadrar, para aquellos que son adictos a las clasificaciones, dentro del realismo, su novela es una suerte de usina generadora de sentidos. Una prosa seca, cortante, rigurosa y desprovista de ornamentos. Por otra parte, La boca de la ballena, tal vez sin proponérselo explícitamente, forma parte de cierta tradición literaria argentina en la cual se hace presente una mirada sobre Los Otros. La famosa grieta. Lastra se inmiscuye, casi pidiendo permiso, en dicha galería.

Uno de los textos fundantes de la literatura argentina, El matadero de Esteban Echeverría, relata las circunstancias en las cuales un unitario se acerca a los suburbios, adentrándose en territorio enemigo, el matadero donde trabajan los bárbaros federales, la chusma: Los Otros. Invasión de territorio, el de los bárbaros, donde se habla una lengua baja, llena de matices en contraposición con el habla  atildada, excelsa, del cajetilla unitario. La confrontación, el choque civilización – barbarie formulado por Sarmiento se produce, el odio emerge y la violencia se ejerce sobre el cuerpo. El unitario es ultrajado y asesinado en el matadero. Territorio, violencia en el lenguaje y sobre los cuerpos: de estos tres aspectos dará cuenta la literatura argentina. Frente al miedo a lo otro de las clases civilizadas o dominantes, la literatura optó por dos cauces: la paranoia, como es el caso de El Matadero, o la parodia.

Dos cuentos de Bestiario (1951), de Julio Cortázar, suponen, justamente, una suerte de paranoia ante el avance de las masas populares que nutrían al peronismo: Casa tomada y Las puertas del Cielo. Leer Casa tomada como una metáfora sobre la invasión por parte del “populacho” del territorio reservado a las clases medias es ya un lugar común. El cuento puede ser leído como una metáfora del horror ante la convivencia con una realidad no identificada pero existente, lo otro desconocido y por eso más espeluznante. Las puertas del cielo es explícito: el narrador recorre cual arqueólogo los ámbitos en los cuales deambulan los otros, los negros, los cabecitas. En ambos cuentos (y en gran parte de su obra) el personaje héroe de Cortázar es el tipo sagaz, culto y conocedor: un esteta. Tal el personaje de Casa tomada y el Dr. Hardoy de Las puertas del cielo: este es un coleccionista de experiencias de la otredad, un Virgilio que desciende al infierno de las clases bajas, territorio de Lo Otro, donde habitan los monstruos.

Germán Rozenmacher utiliza la parodia, en Cabecita negra (1962) para burlarse de toda la literatura que, desde El Matadero hasta Cortázar, pasando por La fiesta del monstruo de Borges y Bioy, representa en forma paranoica ese mundo conformado por Los Otros, los bárbaros,  los grasitas. Al señor Lanari, personaje del cuento, le invaden la casa dos negros: una mujer joven y un policía (¿cómo? ¿La ley también es ocupada por los monstruos?: debe ser un asesino disfrazado de policía), hermano de aquella. La casa estaba tomada: la referencia es directa.

Osvaldo Lamborghini: sus grandes temas fueron la violencia política y la mixtura de los códigos del habla. En su cuento El niño proletario (1973) no hay metáfora alguna: se narra el sacrificio de un niño obrero a manos de tres niños burgueses. La violencia es política y se ejerce sobre el cuerpo del Otro, el negro, el monstruo, el proletario. Pues la violencia la ejerce el poder. El cuento de Lamborghini es una versión hipersexualizada de El Matadero e intenta constituirse, como el relato de Echeverría, en texto fundante de una tradición.

En esta arbitraria galería literaria se puede incluir La boca de la ballena, novela que narra, en cierto contexto geográfico acotado, los prolegómenos del golpe de estado de 1955, llevada a cabo por la autodenominada Revolución Libertadora que derrocó al gobierno democrático de Juan Domingo Perón. El narrador es un joven perteneciente a una familia patricia ciertamente venida a menos, descendientes de un cierto prócer de lo, así llamado, Conquista del Desierto. El ambiente familiar es gobernado por la hipocresía, el pensamiento clerical y un anti peronismo exacerbado, como se desprende de una frase pronunciada por la enfermiza madre del narrador: “los cines, las confiterías, los teatros mismos, están plagados de gente de todas las provincias”. Los cabecitas negras que retrataba Germán Rozenmacher. Los monstruos que fascinaban a Julio Cortázar en su tarea de Virgilio de los bajos fondos.

En La boca de la ballena, el joven narrador, miembro de esa familia conservadora y de cierta alcurnia, comienza a fascinarse con lo desconocido, lo otro. La escena de la novela transcurre en el norte privilegiado del conurbano bonaerense y este joven descubre el Bajo, una suerte de rancherío habitado por seres que bien podrían ser encerrados en un zoológico según el pensamiento de una franja bien pensante de la población. La fascinación por lo extraño lo atrapa y lo seduce. “Pero aquí es distinto, aquí son cabecitas”.  El Bajo es el lugar de lo ajeno, del vicio y por eso lejano y fascinante. Y el contexto político siempre presente: a la familia del narrador “el peronismo les había usurpado sus cargos, dándoselos a la negrada” que había levantado sus ranchos ahí, a la vera del río, esa zona expuesta a las inundaciones.

En este descenso al Bajo poblado por un rancherío y contenedor de diversos vicios se puede incluir, en esta suerte de museo literario, Evita vive de Néstor Perlongher quien retrata a una Eva puta, viciosa y proveedora de marihuana para los grasitas. El joven narrador de la novela de Lastra se adentra, también, en los bajo fondos, en las profundidades de lo desconocido, conoce sus códigos e ingresa en los pasillos de algo, sobre todo por su formación católica y clerical, inaceptable para la época y su condición: la homosexualidad. Conoce a Pedro, un negrito laburante: sobreviene la tensión erótica entre ambos. Un niño de la clase dominante se relaciona sexualmente con un pibe del rancherío, un negro, un cabeza. El sexo oral practicado bien puede ser una metáfora de la reivindicación. Un joven, el narrador, de cierta raigambre social se deja someter por un chico de los barrios bajos y luego se entrega también a un grupo de hombres. “Puto”, le gritan al retirarse de la geografía del Bajo. Ofrece su cuerpo con culpa y placer a diferencia de las obras de Echeverría y Lamborghini, donde la carne es ultrajada. Estos hechos se dan en el marco de un contexto político signado por uno de los tantos ataques de cierta clase dominante a los gobiernos populares, ataques repletos de odio y  desprecio que autodenominan paz y unión para finalizar con ciertos regímenes que caratulan como dictaduras. “La desaparición del Peronismo me sonaba a hecho imposible (…) el Peronismo no era para mí un sistema político sino una cosa natural”.

Ese peronismo, en La boca de la ballena, ha sido eliminado, la autodenominada Revolución Libertadora ha triunfado. La gente bien festeja en las calles el fin de ese régimen percibido como aborrecible.

Se incendia el rancherío.

Se calcinan, en modo cíclico y en la novela de Lastra, las clases populares.

Años después, sobrevendrá la noche.

2 comentarios:

Eva Gonzalez dijo...

Muy buenos los paralelismos y sus ecos en la obra de Lastra.
Sugiero más miradas en el ensayo de Noé Jitrik sobre "El Matadero" y el concepto de la otredad por Borges en "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz" .
Lamento las miradas de Cristina Mucci y la de su entrevistado Guillermo Saccomanno. Ninguno de los dos sabía sobre la territorialidad de el matadero de Eqheverría. Creo que pasa mucho con ese desconocimiento de los lugares y los sujetos de la enunciaci9n. Y Si andamos, con la literatura a cuestas...

Anónimo dijo...

Excelente !!

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