SANDOR MARÁI (por Edgardo Scott)

Confesiones de un burgués/ Tierra, Tierra!/ Divorcio en Buda/ La herencia de Ezster
de Sandor Marai

Salamandra, 2006

Por Edgardo Scout

Sandor Marai contra el iceberg totalitario
Fue entonces cuando comprendí…, debería empezar cada uno de los párrafos de este libro con esta confesión”, escribe Sandor Marai en Confesiones de un burgués. Es justamente el tono confesional de cualquier obra de Marai lo que resulta sobrecogedor. La relación que establece entre la escritura, entre su escritura y la verdad (una verdad siempre inasible y a la vez de una proximidad física), puede que constituyan un eje de su obra, o al menos, lo constituyen en esta lectura.

Marai construye un narrador al que se mantiene fiel en todos sus libros, incluso en los libros autobiográficos como pueden ser Confesiones… y ¡Tierra, tierra!; se trata de un narrador que para llegar a la verdad, antes, necesita comprender. Porque la verdad en sus libros no es inmediata, no es una “epifanía”, al modo de Joyce o una “sentencia” al modo de Kafka. La verdad en la obra de Marai comprende un tiempo y un relato.

En ¡Tierra, tierra!, por ejemplo, se nos hace evidente que el propósito de Marai, excede el dar testimonio de su experiencia dentro del régimen soviético; leer el libro de esa forma, sería como leer en Moby Dick sólo una novela de aventuras. Si bien el libro cuenta los cuatro años que Marai vivió en la inicial Hungría roja, dentro del proceso de bolchevización de su país; esos cuatro años, a la vista escasos, si se trata de ponderar o definir su posición política, cargan con algo más: son los últimos que Marai (en este punto, personaje y voz principal del texto) vivió en su país; en la patria en la que había nacido y crecido y a la que, a partir de entonces no regresaría. Si Confesiones de un burgués, es la historia de una iniciación y un desengaño;¡Tierra, tierra!, más que la crónica individual de un proceso socio-político, es la historia de una despedida. No en vano, el libro cierra con estas palabras: “El guardia de fronteras soviético (…) examinó los sellos, nos devolvió la documentación y cerró la puerta tras de sí con indiferencia.(…) Comprendí que era libre. Empecé a sentir miedo”.

La escritura de Marai nunca es oscura. Los personajes tampoco. El argumento, menos. Se trata de otra cosa; de algo sencillo y difícil; Marai economiza la narración y su fin : nos cuenta el trayecto, el periplo que parte de la sombra o la ceguera y que desemboca en la verdad. Pero una vez que el lector y el narrador- llegan a ese destino a esa verdad-, se dan cuenta de que ese destino sólo se reveló a bordo, en el trayecto, a causa de él; dicho de otro modo: no habría verdad sin ficción. Pero al avanzar sobre la ficción, o mejor dicho, al avanzar con el arma de la ficción, Marai, como todo escritor que se precie de ser tal, sabe que avanza contra algo más; es aquel iceberg totalitario y enorme; es el lenguaje y sus determinaciones.

Hay además algo teatral en sus libros. Marai arma sus novelas pensando, teniendo bien presente, que todo lo que va a suceder, a medida que pasen los capítulos, debe conducir a un irremplazable último acto. El último encuentro es demasiado ejemplar, quizá, en este sentido, ya que desde su título, lo prefigura o anuncia. Pero aquella instancia decisiva se la puede encontrar en cualquiera de sus novelas. Marai siempre hace que el final y el fin de estas coincidan

Un hombre mayor, un general anciano, recibe un telegrama que lo notifica de que su inolvidable y único amigo, después de veinte años, vendrá a visitarlo. Se trata del amigo que, a su vez, ha estado ausente, después de haberlo traicionado con su esposa y amor, ya sin vida. Tal es la trama que gobierna El último encuentro. No vale la pena en este caso, que nos detengamos a citar los otros libros, basta con leer la contratapa en cualquiera de ellos para confirmar la idea de que los argumentos, entonces, podrían alejarnos de la lectura por redundantes y obvios; por demasiado transitados. Antes y después de Marai esas mismas historias han sido contadas millares de veces; tantas como se cuenta un mito. Podemos sospechar que Marai sabía esto. O que no, poco importa. El caso es que Marai (o mejor dicho, sus libros, esos libros) aceptan el trabajo de desarmarlo. Desmantelan lo previsible. Pero no lo hacen cambiando fichas, no lo hacen cambiando un mito por otro. ¿No daría lo mismo acaso, que aquellos amigos-rivales de El último encuentro, terminaran en paz o enfrentados? ¿Cuál sería la diferencia para nosotros, lectores, si desde el primer párrafo ya pudiéramos apostar por uno u otro final? ¿Ganar, perder? Marai es conciente de que la variación infinita dentro del mito no modifica al mito, no lo alcanza; por el contrario, sólo lo multiplica y expande.

Los libros de Marai hacen lo contrario; desmenuzan historias ínfimas, historias no sólo contadas por el hombre sino vividas por él desde que abrió sus ojos a la intemperie del mundo: la posibilidad de un amor, de una muerte, de un hogar o, en definitiva, del sentido que puede tener o no, la vida. A Marai le gusta escribir eso; y lo hace con un tono profético que en seguida puede aburrir o despertar. Entre los que hayan terminado un solo libro de Marai, lo primero es incalculable.

La idea de que la verdad sólo puede ser una para cada quien, debido a la estructura sucesiva del lenguaje y por ende del hombre; y que una vez que esa verdad fue reconocida, “lo único que no hay es el olvido” (J.L.B.) acaso sea el secreto que Marai sabe desde la primer palabra. Basta una intención (El último encuentro), una pregunta, (Divorcio en Buda) o tres cartas (La Herencia de Eszter) para que las vidas de los personajes no puedan acabar en paz, sin sufrir la imparable fuerza de aquella verdad pos-tergada, reprimida u oculta. Divorcio en Buda se reduce maravillosamente a una pregunta, que uno de los personajes le repite al otro, como si fuera un estribillo desolador: “Dime, si alguna vez en estos años, has soñado con ella”.

A los adoradores de mitos, les puede resultar interesante saber que Sandor Marai nació en el año 1900 en Kassa, una pequeña ciudad húngara; o que con la llegada del comunismo abandonó su país en 1948 y se radicó en EEUU, para quitarse la vida en California a sus 89 años, poco, muy poco antes de la caída del muro de Berlín (reproduzco casi al pie de la letra una solapa). Hay otra gente que se puede pasar años esquivando, callando, o atormentándose con algo imposible hasta la noche en que golpean a la puerta de un viejo compañero, con la intención de preguntarle: “Dime, ¿alguna vez en estos últimos ocho o diez años…, has soñado con ella?”.

Sobre y para esa gente, Marai ha escrito una impar y hermosa obra.

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