Aunque ya tenía dos novelas previas, es en Mordake o la condición infame (2001) en que Irene Gracia pone un pie en la narrativa gótica y fantástica. En ella narra la vida del personaje homónimo, un aristócrata británico que tenía un rostro en la parte posterior de la cabeza, un rostro que no hablaba pero estaba dotado de expresividad e inteligencia propias. Un rostro femenino, antagónico. Este personaje, de cuya existencia se tienen noticias por un artículo de la enciclopedia médica de 1896 Anomalies and Curiosities of Medicine, de George M. Gould y Walter L. Pyle, es totalmente apócrifo: Gould y Pyle copiaron la historia de un artículo escrito el año anterior por el autor de ficción Charles Lotin Hildreth y publicado en el Boston Post. Mordake, además de ser la primera novela que trata sobre este personaje, además de ser la única en español. Este personaje ha sido luego incluido en una temporada de American Horror Story: Freakshow, así como también Tom Waits le dedicó una canción en 2002, Poor Edward, así como en 2017 Helga Royston publicó El paria de dos caras, otra novela basada en este personaje. Lo original del enfoque de Gracia es que en su novela el protagonista cede el control de su cuerpo durante la noche, entregándose a su costado femenino, de una manera grotesca y similar a la protagonista de Malignant (2021).
En su siguiente libro, El coleccionista de almas perdidas (2006), Gracia nos cuenta la historia de una familia de constructores de autómatas, la de Anatol Chat. En esta historia están contenidas varias historias a modo de cajas chinas, tomando la estructura de El manuscrito hallado en Zaragoza o Las mil y una noches. La artificialidad y el simulacro, la obsesión por replicar el universo circundante bajo condiciones controladas en un espacio cerrado, son algunas de las obsesiones que aparecen en este libro, además de lo siniestro y lo inquietante, temas tributarios a la obra de E.T.A. Hoffmann, a quien incluirá como personaje más adelante en Ondina o la ira del fuego (2017). En esta novela, además, vuelve a utilizar la estructura de relatos encadenados dentro de una novela, no tanto para repetir el recurso sino para homenajear a la tertulia de Los hermanos de San Serapion.
El beso del ángel (2011) nos abre una ventana a una mitología propia, alternativa y abarcativa de las cosmogonías grecorromanas y cristianas. Es el caso de Thérèse Fuller y Adanel, un ángel que de alguna manera la aman. A través del contacto con él, la conciencia de la protagonista viajará por diferentes épocas y lugares de la historia en los que los seres etéreos cobraron cuerpo y acompañaron a figuras destacadas. Una novela que se hermana muy bien con Este es el mar (2017), de Mariana Enríquez.
El alma de las cosas (2014), es una obra apta para todo público, sobre un amuleto que hace posible nuestros deseos más profundos, en el contexto de una trama de aventuras y protagonizada por un poeta que tiene mucho de Von Chamisso, el hombre sin sombra. Del mismo año es Anoche anduve sobre las aguas (2014), una novela breve que trata sobre los mundos ocultos y enfrentados a los que se acceden a través de los espejos, sobre la virtud y el vicio y las relaciones entre el Diablo y la virginal Elisa.
Por último, su
obra más reciente, Las amantes boreales (2018) retoma la oscuridad y la
sordidez de otras más anteriores y nos lleva a Palastnovo, un oscuro internado
de la Rusia pre revolucionaria situado en una isla lejana en el lago Ladoga, que
no tiene nada que envidiarle a esos espacios cerrados y llenos de perversión
sistemática típicos de las novelas de Sade. Roxana y Fedora, dos hijas de la
más alta burguesía de San Petersburgo que fueron expulsadas de la Escuela
Imperial de Danza para terminar en Palastnovo. Es en ese lugar terrible en el
que ambas muchachas establecen lazos de amor, amistad, protección mutua y
erotismo a la vez que son entrenadas por un hombre misterioso, retorcido, que
las visita por las noches. Una historia llena de misterio y perversión que nos
es narrada por ambas adolescentes de forma alternada.
Los personajes
que pueblan las historias de Irene Gracia son ángeles caídos, aristócratas
decadentes, artistas alucinados o almas demasiado sensibles para este mundo. En
sus novelas, la obsesión por lo bello y lo mágico termina siendo un fuego solar
como el que acabó con las alas de Ícaro cuando quiso elevarse por sobre la
humanidad para acariciar lo sublime. La manera en que esta autora reinventa
algunos elementos de la novela gótica y su prosa refinada, que transporta a
cualquier lugar sin importar el tiempo o la distancia, hacen de Gracia una de
las voces más originales y delicadas de la literatura contemporánea, “nuestra
escritora más secreta”, como dijo Gustavo Martín Garzo (El Mundo). Y cuando
cito “nuestra”, incluyo no solo a la autora, sino a la literatura en lengua
hispana, nuestra patria en común.
Irene Gracia
(Madrid, 1956) Vivió en Barcelona desde su niñez hasta mediados de los ’90, que vuelve a Madrid. En su primera etapa se la considera influenciada por los textos de Violette Leduc y Djuna Barnes. Posteriormente, se inclinó por lo fantástico y lo siniestro, senda en la que continúa aún hoy.
Publicó Fiebre para siempre (Planeta, 1994; Premio Ojo Crítico de RNE,
1004), Hijas de la noche en llamas (Planeta, 1999), Mordake o la condición
infame (Debate, 2001), El coleccionista de almas perdidas (Siruela/Círculo de
lectores, 2006), El beso del ángel (Siruela, 2011), El alma de las cosas
(Siruela, 2014), Anoche anduve sobre las aguas (Pre-Textos, 2014; Premio de
novela breve “Juan March Cencillo”), Ondina o la ira del fuego (Siruela, 2017),
Las amantes boreales (Siruela, 2018).
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