ANTOLOGÍA DEL DECADENTISMO (Antología) por Augusto Munaro

ANTOLOGÍA DEL DECADENTISMO (Caja Negra, 2007)
de Claudio Iglesias (compilador)
por Augusto Munaro

En Latinoamérica -con la mera excepción de Marcel Schwob, muy admirado por Jorge Luis Borges- los escritores franceses finiseculares: Jean Lorrain, Rémy de Gourmont, Octave Mirbeau, Joris-Karl Huysmans, Jean Richepin y Jules Barbey D’Aurevilly resultan hoy casi desconocidos. Por eso Antología del Decadentismo: perversión, neurastenia y anarquía en Francia, editada recientemente por el sello Caja Negra, es una feliz oportunidad para redescubrir a los autores que encarnaron a uno de los más polémicos y cuestionados movimientos estéticos de los últimos siglos.

La cuidada edición se destaca por varios motivos. Su antólogo, el traductor e investigador Claudio Iglesias logra en escasas 282 páginas condensar lo más representativo de esta escuela literaria francesa. Para su concreción, acudió a fuentes de la época como L’idéalisme, Entretiens politiques et littéraires, Le Gaulois, Sonyeuse; soirs de province; soirs de París, La Plume; logrando, un trabajo preciso que se presta a la grata lectura. En una impecable traducción, el tomo reúne textos medulares del grupo, además de manifiestos, epístolas e inclusive semblanzas que permiten contextualizar de manera clara y lacónica, al grupo de escritores responsables en protagonizar la dificil transición que evolucionó del chato naturalismo hacia las vanguardias del siglo XX. El libro incluye cuatro curiosas reproducciones fotográficas que ilustran el espíritu de la época, algo irracional y fantasmagórico. Este bello libro-objeto, fue publicado gracias al apoyo del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia y del Servicio de Cooperación y Acción Cultural de la Embajada de Francia en Argentina. El acontecimiento, no fue en vano.

El compendio de Iglesias comprueba que por suerte en la Francia decimonónica, no todo el mundo emuló a Zolá con sus indigestos libros como: Naná, La bestia humana, La tierra, El desastre, y Germinal, entre muchos (demasiados) otros. Por entonces, surgió una paulatina necesidad de acabar con esa tendencia de escribir obras cíclicas –léase al español Galdós y sus luengos Episodios Nacionales-. Ya no resultó imperioso investigar minuciosamente –Flaubert- sobre cada página que se iba a redactar. El verísmo se comenzó a desdeñar. Las narraciones extensas llegaban a su ocaso. Las imágenes plenamente realistas de la vida cotidiana –a pesar de su desmedida ambición modelada por la obra de Honoré de Balzac- dejaban a pesar de todo, espacios en blanco. Y a partir de estas fisuras y omisiones surgieron las nuevas estéticas. No es un error acreditar como precursores los nombres de Baudelaire y Rimbaud. Ambos posibilitaron esta ruptura.

El decadentismo, fué una sensibilidad que causó sensación entre 1880-1900 y que se caracterizó por el escepticismo y la propensión hacia un exagerado refinamiento formal. Una suerte de románticos cínicos, con toda la controversia que ésto puede implicar. Impúdicamente ególatras y excéntricos, malgastaron la vida a través de una mirada corrosiva aunque melancólica. Su estilo pesado y oscuro -rico en su léxico arcáico-, intentaba implementar una nueva percepción forjada por el nihilismo exacerbado y la sorna. La especialista Leda Schiavo, aclara en su libro El éxtasis de los límites, que el decadentismo es un sostenido rechazo hacia “el realismo, el racionalismo y el positivismo”, como también de “la fealdad burguesa e industrial”. Se adherían en cambio a las “perversidades sexuales, el sacrilegio, erotismo, satanismo, lo macabro, la admiración por la barbarie, el desprecio, los seres marginales”, etc. Los tópicos que frecuentaron entre otros han sido: la fascinación y deleite por la amoralidad, las enfermedades –la morosa y nauseabunda descripción de ellas- la locura, los amores perversos y el crimen. Jamás olvidaban traslucir en sus obras la autonomía del arte.

En Inglaterra, Oscar Wilde llevó al paroxismo esta postura escandalosa con su dandismo y homosexualidad. Algo afin puede afirmarse del italiano Gabriele D’Annunzio, autor de Il trionfo della morte y, Il fuoco, quien vivió como un gran signore. Cabe destacar que el decadentismo tuvo sus brotes -no sólo en Europa-, sino también en Latinoamérica, siendo el poeta colombiano José Asunción Silva el más claro representante. Un testigo lo describía a sus doce años: “vestido de terciopelo traído de Europa y cortado sobre medias, sus guantes de cabritilla siempre calzados, sus zapatillas de charol, sus flotantes corbatas de raso, su reloj de plata, pendiente de bellísima leontina de oro”. Jamás se privaron de nada. Se trataba de una postura hacia el mundo, una conducta irreverente ante la burguesía.

No nos sorprende saber que la crítica se encargó de remarcar hacia ellos un acento peyorativo, lapidándolos con juicios descalificantes. A tal punto llegaron los virulentos ataques, que muchos manuales de literatura del siglo XX, omitieron en forma deliverada sus nombres y preceptos estéticos. Si bien los decadentes buscaban nuevas sensaciones en el éter, la morfina, el opio y el haschich –lo que resulta irrefutable-, detrás de ése alarde por lo depravado e indiferencia hacia el buen gusto, más allá de esa fingida postura a favor de la transgreción; también yacía el dramático deseo de denunciar aquellos excesos que ellos mismos protagonizaban en la Europa de entonces.

Fueron responsables de remover el corsé de sus sociedades, entonces reprimidas por el convencionalismo puritano, para así delatar el verdadero estado en que se encontraban corrompidas. Sin ésta fractura acontecida dentro del mainstream literario de fin de siglo, serían inexplicables los autores posteriores como: Franz Kafka, André Breton, Louis-Ferdinand Céline, Samuel Beckett, William S. Burroughs o Georges Perec.

Antología del Decadentismo reúne relatos arquetípicos como El amante de las tuberculosas, La octagenaria, El sadismo inglés, Arachné y Ophelius. Son evidentes en algunas narraciones del libro -Damiens y Pehor, por ejemplo- los ecos del Marqués de Sade, donde prevalece un gusto casi morboso por exaltar lo prohibido, lo escandaloso. Son escritos desafiantes que testimonian un obsesivo deseo de reinventar nuevas formas y realidades literarias.

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