LAS AVENTURAS DEL SEÑOR MAÍZ (W.Cucurto) por J.J.Burzi

LAS AVENTURAS DEL SEÑOR MAÍZ, (Interzona, 2005)
De Washington Cucurto
Por Juan José Burzi

El argumento de Las aventuras del señor Maíz es simple: un empleado de supermercado (el protagonista), una dominicana (su novia) y de por medio una leyenda caribeña (la del Señor Maíz) que trata acerca de un “elegido” que, por un año, se convierte en una especie de divinidad sexual. El miembro de ese elegido debe ser cubierto en oro y las mujeres caribeñas se entregarán sexualmente a él, sin que medien celos ni negaciones de ningún tipo. Todo parece marchar bien, pero el elegido proviene de la localidad de Quilmes, y no del caribe, como dice la leyenda; se hace recubrir el pene con un oro que no es el adecuado y los milagros, que también hacen a la función del Señor Maiz, no son efectivos. Hasta ahí, la idea principal. El texto, desordenado, con capítulos no del todo convincentes, también contiene otros temas (la vida laboral del protagonista en el supermercado, su relación con algunos clientes, ciertas ideas políticas) que, en definitiva, no llegan a cobrar preponderancia suficiente por sí mismos. La historia termina un tanto repentinamente y sin que se pueda percibir un verdadero cierre, como si el autor hubiera decidido, luego de amontonar cierta cantidad de capítulos (o fragmentos), dar por terminada la novela, (¿o deberíamos decir: la serie de episodios?).

La sensación que deja Las aventuras del señor Maíz es que más allá de lo que cuenta y de la manera en que está escrita (que es más bien precaria), su finalidad es la de terminar de delinear y de dar forma a la figura de Cucurto. Se explican sus orígenes literarios, el por qué de su apodo (datos que pueden condecirse o no con la realidad, pero que, en definitiva, suman a la “leyenda”), y también se hace mención a dos o tres preceptos literarios en torno a los cuales gira y se justifica su literatura. Ideas no del todo originales. Por ejemplo, cuando habla de “la diversión y del absurdo como claves del éxito” no podemos dejar de remitirnos a Gombrowicz o al Marechal de Adán Buenosayres, por citar casos cercanos. Cuando dice que “destruye la buena literatura sin piedad” tal vez sea conveniente recordar que no es el único ni el primero. Habría que concederle, eso sí, que al menos lo hace concientemente. Y, por último, el “hallazgo” de Cucurto: la “estética del choreo”. Un hallazgo en la medida en que obviemos algunos libros como Historia universal de la infamia de Borges, o ciertos argumentos de un tal William Shakespeare.

En definitiva, no sería justo juzgar la obra de Cucurto por su originalidad, dado que después de la tragedia griega es poco o nada lo que se ha inventado, pero precisamente por eso mismo tampoco se puede hacer una justificación de su literatura teniendo en cuenta esas “novedades” o posturas. Y hablo de “justificación de su literatura” porque luego de leer algunos (tal vez demasiados) momentos poco felices de Las aventuras del señor Maíz es el propio lector el que intenta encontrar un sentido o un por qué a esa chatura en la prosa y en el contenido de la misma.

Hay quien interpreta y festeja estos defectos aduciendo que Cucurto toca temas que no son comúnmente abordados (barrios marginales, el submundo de las bailantas, la sordidez y las tristezas de una clase social baja) y que, además, lo hace desde una posición de privilegio: la de haber vivido y protagonizado mucho de lo que cuenta. Hay quien lo opone a otro tipo de escritura, más “literaria”, en el mal sentido de la palabra.

Son demasiadas cosas para tener en cuenta cuando lo único que debería importar es el libro en sí. Otra vez, entonces, es necesario volver sobre algo ya dicho: La preponderancia no la tiene la obra literaria, sino su autor. Una inversión de los factores que en esta ocasión sí altera el producto.

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