OBRAS COMPLETAS (Conde de Lautreamont) por Soledad Castresana

OBRAS COMPLETAS (Argonauta, 2007)
de Conde de Lautréamont
por Soledad Castresana

Crueldad explícita
Acepto el desafío de escribir sobre Los cantos de Maldoror en la reedición de Argonauta traducidos por Aldo Pellegrini, quien, en el excelente estudio preliminar, logra, con seriedad y entusiasmo, definir los hilos que atraviesan la escritura de Lautréamont.

Temeraria, me arrojo al primer canto. Como la primera vez, en la arremetida inicial no llego lejos, me demora la advertencia: “Quiera el cielo que el lector […], encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las ciénagas desoladas de estas páginas sombrías y rebosantes de veneno [...]. No es aconsejable para todos leer las páginas que seguirán […]. Por lo tanto, alma tímida, antes de penetrar más en semejantes landas inexploradas dirige tus pasos hacia atrás […].” Como la primera vez, dudo.

La aparición de Los cantos... en 1868 causó el rechazo unánime de sus contemporáneos, que, espantados, solo leyeron la exaltación del vicio y el mal. Más tarde, el tiempo habilitó a algunos a leerla como una obra genial y a captar su valor literario y la fuerza de su propuesta de ruptura. Tanto que, a través de los dadaístas primero y los surrealistas después, marcó uno de los caminos de la literatura posterior, el que, parafraseando a Pellegrini, se dirige a afirmar la condición creadora y vital del hombre.

Pero a nosotros, hijos del siglo XX, que lo sobrevivimos y estamos más o menos de pie en el XXI, ¿qué puede atemorizarnos?, ¿ante qué horrores nuevos podríamos retroceder? Ya vimos, leímos y oímos todo. Y queremos más.

Gracias a los medios audiovisuales nos acostumbramos al realismo violento, a la representación cruda del sufrimiento ajeno, especialmente en el cine, como señala Silvia Schwarzböck (Revista Ñ, El arte de hacer sufrir, 30 de junio de 2007), en donde violencia y crueldad ya no son exclusivas del género de terror. Vemos todo, podemos leer lo que sea.

Cuidado, desprevenido lector, no vaya a ser que debas comportarte como la grulla vieja ante los signos de la tempestad.

La advertencia sigue vigente. Las escenas de extrema agresión que pueblan Los cantos no perdieron con los años la capacidad de herir a unos lectores que pueden mirar Hostel sin pestañar. Lipovetsky, en La era del vacío dice que “cuando ya no hay un código moral para transgredir, queda la huida hacia adelante […], el refinamiento del detalle por el detalle, el hiperrealismo de la violencia, sin otro objetivo que la estupefacción y las sensaciones instantáneas.”

En Los cantos..., no se trata de medir cuánto podemos soportar los lectores. Maldoror lleva un espejo en sus acciones. Además, la violencia no solo existe en el plano de la ficción, sino también en el del lenguaje y el de los géneros literarios. Lautréamont llevaba un espejo en su pluma.

Pellegrini también abre su estudio con una advertencia; pero a quienes todavía guardan prejuicios literarios. Después, señala que “la lectura de este libro es un verdadero ejercicio de iniciación y el lector debe pasar por distintas pruebas”. Así, contribuye a construir al lector de Lautréamont: arriesgado, activo y dispuesto a la experiencia lúcida. Solamente a ellos “les será dado saborear sin riesgo este fruto amargo”.

No de la violencia explícita se nos advierte, sino de su intención, de la lucha que el libro propone al lector. No saldremos ilesos, como de las “experiencias” de violencia estética que consumimos.

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