PENDEJOS (Alfaguara, 2007)
de Reynaldo Sietecase
por Hernán Lakner
La aparición de Pendejos, segundo intento de Reynaldo Sietecase en materia de narrativa de ficción (el primero fue su novela negra Un crimen argentino), da cuenta de un cruce problemático dentro del mundo social y cultural. Por un lado, el periodismo que aborda temas que puedan interesar por su alto impacto social: asesinatos, robos, drogas, marginación. Por otro, los periodistas que gozan de cierta fama por su trabajo en los medios de comunicación y deciden abordar el camino de la ficción.
Tiempos violentos
Desde la cubierta, Pendejos amenaza provocación y cierta agresividad: dos pibes o acaso “pendejos” de entre diez y trece años apuntan, cada uno con su revólver, al lector curioso. El vestuario de los “pendejos” le debe algo a los films del tipo “robo al banco”: polera negra, media de nailon que envuelve toda la cabeza pero que apenas oculta el rostro. La provocación se extiende a la elección del título del libro. Cuenta Sietecase que a algunos editores Pendejos les sonaba despectivo y a otros no les gustaba la polisemia de la palabra, difícil de captar en un contexto más allá del rioplatense. El autor se refirió al tema en diversas entrevistas. Según su origen latino, pectiniculus, hace referencia a los vellos que nacen en el pubis; son algo que existen pero se ocultan. En el Río de la Plata alude al adolescente, pero a medida que se sube por el continente, va cambiando de significado: inútil, cobarde, pusilánime. Todos los significados pueden funcionar de alguna manera.
Crónicas extremas
Los diez cuentos de Pendejos tienen un elemento en común o dos: los protagonistas son menores de dieciocho años que matan. Marginados o no, matan para hacerse respetar o por venganza; por necesidad o supervivencia; por accidente o patologías familiares. Titu, Nenu y el Tripa son contratados por Francisco, “Paco”, un ex pibe chorro devenido cantante de cumbia. El fin: deshacerse de los integrantes de otro conjunto musical en medio de una “guerra de bandas”. El pago: “un bolso con paco y plata como para un año” (Los ángeles bailan cumbia). Javier es vendedor ambulante de cualquier cosa que caiga en sus manos. Un día conoce a Jesús Hernández Pelaiés, un ejecutivo de una empresa española en Argentina, quien lo invita a su casa, donde todo es lujo y confort. Por quinientos pesos Javier hace de taxi boy, papel que ya había interpretado. Pero Jesús termina desangrado por intentar pasarse de la raya (El precio del amor). Claudio tiene doce años y se asusta un poco cuando ve a un fantasma del barrio que busca a su hijo muerto asesinado. Su hermana mayor, Pelusa, lo cuida. Una noche, Claudio mata al padre (literalmente), que es policía, con su arma reglamentaria cuando lo descubre abusando de su hermana. (Pelusa duerme en el sillón).
Lo más interesante de Pendejos es la apuesta de recrear, a través de la ficción, hechos reales que el lector puede reconocer: ahí están el caso del tirador de Belgrano (Diario de un cazador) y la masacre en la escuela de Carmen de Patagones (El próximo hijo de puta, título de una canción de Marilyn Manson), entre otros. Al final de cada cuento, uno siente que sólo asistió a un registro insulso de los hechos pero no a la historia. Y en este sentido se revela la gran desproporción entre, por un lado, todo lo que sabe crónica periodística y, por otro, su conocimiento del oficio de narrar ficción.
de Reynaldo Sietecase
por Hernán Lakner
La aparición de Pendejos, segundo intento de Reynaldo Sietecase en materia de narrativa de ficción (el primero fue su novela negra Un crimen argentino), da cuenta de un cruce problemático dentro del mundo social y cultural. Por un lado, el periodismo que aborda temas que puedan interesar por su alto impacto social: asesinatos, robos, drogas, marginación. Por otro, los periodistas que gozan de cierta fama por su trabajo en los medios de comunicación y deciden abordar el camino de la ficción.
Tiempos violentos
Desde la cubierta, Pendejos amenaza provocación y cierta agresividad: dos pibes o acaso “pendejos” de entre diez y trece años apuntan, cada uno con su revólver, al lector curioso. El vestuario de los “pendejos” le debe algo a los films del tipo “robo al banco”: polera negra, media de nailon que envuelve toda la cabeza pero que apenas oculta el rostro. La provocación se extiende a la elección del título del libro. Cuenta Sietecase que a algunos editores Pendejos les sonaba despectivo y a otros no les gustaba la polisemia de la palabra, difícil de captar en un contexto más allá del rioplatense. El autor se refirió al tema en diversas entrevistas. Según su origen latino, pectiniculus, hace referencia a los vellos que nacen en el pubis; son algo que existen pero se ocultan. En el Río de la Plata alude al adolescente, pero a medida que se sube por el continente, va cambiando de significado: inútil, cobarde, pusilánime. Todos los significados pueden funcionar de alguna manera.
Crónicas extremas
Los diez cuentos de Pendejos tienen un elemento en común o dos: los protagonistas son menores de dieciocho años que matan. Marginados o no, matan para hacerse respetar o por venganza; por necesidad o supervivencia; por accidente o patologías familiares. Titu, Nenu y el Tripa son contratados por Francisco, “Paco”, un ex pibe chorro devenido cantante de cumbia. El fin: deshacerse de los integrantes de otro conjunto musical en medio de una “guerra de bandas”. El pago: “un bolso con paco y plata como para un año” (Los ángeles bailan cumbia). Javier es vendedor ambulante de cualquier cosa que caiga en sus manos. Un día conoce a Jesús Hernández Pelaiés, un ejecutivo de una empresa española en Argentina, quien lo invita a su casa, donde todo es lujo y confort. Por quinientos pesos Javier hace de taxi boy, papel que ya había interpretado. Pero Jesús termina desangrado por intentar pasarse de la raya (El precio del amor). Claudio tiene doce años y se asusta un poco cuando ve a un fantasma del barrio que busca a su hijo muerto asesinado. Su hermana mayor, Pelusa, lo cuida. Una noche, Claudio mata al padre (literalmente), que es policía, con su arma reglamentaria cuando lo descubre abusando de su hermana. (Pelusa duerme en el sillón).
Lo más interesante de Pendejos es la apuesta de recrear, a través de la ficción, hechos reales que el lector puede reconocer: ahí están el caso del tirador de Belgrano (Diario de un cazador) y la masacre en la escuela de Carmen de Patagones (El próximo hijo de puta, título de una canción de Marilyn Manson), entre otros. Al final de cada cuento, uno siente que sólo asistió a un registro insulso de los hechos pero no a la historia. Y en este sentido se revela la gran desproporción entre, por un lado, todo lo que sabe crónica periodística y, por otro, su conocimiento del oficio de narrar ficción.
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