de Clara Anich
El surí porfiado, 2008
por Juan José Burzi
La editorial El surí porfiado presentó once (!) títulos de poesía en una misma noche. Presentación a sala llena, familiares, amigos y curiosos fuimos testigos de un cierre de etapa de una alocada aventura editorial: su publicación. Entre esos autores editados, estaba Clara Anich, quien presentaba Juego de señora, su primera publicación. Y de Juego de señora vamos a hablar.
Hay tres palabras que definirían a la perfección este libro: cotidiano, femenino, tristeza. La idea que se llevaría el lector de la reseña sería, sin embargo, equivocada: “más de lo mismo” bufaría, y se iría a la nota siguiente. Por eso vamos a explayarnos más.
En Juego de señora podemos encontrar el triste encanto de lo cotidiano cuando todo se hace pedazos y se lo mira desde cierta distancia. Una relación que podemos intuir ya no es más, ya fue hace tiempo, y que a la vez aún está vigente. Hay un dolor no causado por lo que se deja, sino por el transitar indeclinable de la vida propia: todo el tiempo se tiene y se deja, “nada es para siempre”, saber popular que no por popular es menos cierto. Hay un perro que se repite en varios poemas, pistas de una historia en retazos, en esquirlas de lo que se deshizo. Es una poesía que se completa con los silencios, con las omisiones; una cámara oscura que se adivina por algún relampagueo, fugaz, lejano, pero revelador. Y también hay algunos hallazgos, como la descripción exacta de lo que sucede a muchos, “te libero de mi falso / histrionismo de artista”, o la imagen de “(…)mi cuerpo / olor a quemado / posible violencia de mártir”, o la exactitud de “allá un Otelo / acá una Lo”.
Para finalizar, la descripción más que fiel del contenido general de Juego de señora (39 páginas) nos la da la propia autora, cuando confiesa: “Me cuesta aceptar / el sí y el no / de la tristeza / que se llora en público / y se alivia a escondidas.”
Hay tres palabras que definirían a la perfección este libro: cotidiano, femenino, tristeza. La idea que se llevaría el lector de la reseña sería, sin embargo, equivocada: “más de lo mismo” bufaría, y se iría a la nota siguiente. Por eso vamos a explayarnos más.
En Juego de señora podemos encontrar el triste encanto de lo cotidiano cuando todo se hace pedazos y se lo mira desde cierta distancia. Una relación que podemos intuir ya no es más, ya fue hace tiempo, y que a la vez aún está vigente. Hay un dolor no causado por lo que se deja, sino por el transitar indeclinable de la vida propia: todo el tiempo se tiene y se deja, “nada es para siempre”, saber popular que no por popular es menos cierto. Hay un perro que se repite en varios poemas, pistas de una historia en retazos, en esquirlas de lo que se deshizo. Es una poesía que se completa con los silencios, con las omisiones; una cámara oscura que se adivina por algún relampagueo, fugaz, lejano, pero revelador. Y también hay algunos hallazgos, como la descripción exacta de lo que sucede a muchos, “te libero de mi falso / histrionismo de artista”, o la imagen de “(…)mi cuerpo / olor a quemado / posible violencia de mártir”, o la exactitud de “allá un Otelo / acá una Lo”.
Para finalizar, la descripción más que fiel del contenido general de Juego de señora (39 páginas) nos la da la propia autora, cuando confiesa: “Me cuesta aceptar / el sí y el no / de la tristeza / que se llora en público / y se alivia a escondidas.”
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