de Viviana Lysyj
Alfaguara, 2008
por Juan José Burzi
Tragamonedas es un libro difícil de clasificar: “aguafuertes rockeras”, “potencia narrativa”, “ritmo del flash”, “recursos casi fotográficos” son algunas de las expresiones citadas en la solapa del libro. Todas pueden ser aplicables, y a la vez no.
Yendo a la novela, nos encontramos con una galería de personajes. Muchos llegan a ser queribles: la tortuga de uno de los protagonistas (cuyos pensamientos, los de la tortuga, sobre el final del libro son, podría decirse, de los más lúcidos del libro), el sindicalista que conduce la grúa, la madre rica y descreída del “bailarín jaguar”(así lo llama su coreógrafa), su sirviente-jardinero-amante. Todos estos personajes, curiosamente, son periféricos, pero alcanza y sobra con lo que la autora nos cuenta de ellos y con cómo lo cuenta. ¿Y qué sucede con los personajes centrales? Pueden llegar a gustar o no, pero lo que seguro no llegan a ser es “queribles”. Unos por demasiado egoístas (el músico amante de la coreógrafa), otros por sufridos (la novia-violada por un tío del “bailarín jaguar”), otros por lo confundidos (casi tontos) como el bailarín jaguar y la coreógrafa, sobre quien gira la mayor parte del libro.
Acerca de la trama del libro es mucho lo que se puede decir, y a la vez no tanto. La dificultad en hacer un análisis pormenorizado de lo que sucede en Tragamonedas es que sucede mucho. Demasiado sería la palabra que se utilizaría en otro autor, pero una de las virtudes de la novela (o mejor dicho, de Viviana Lysyj, su autora) es que todas las historias que recorre no llegan a confundir al lector. Están bien llevadas, y están narradas en su justa medida. Sin embargo hay capítulos que podrían no estar en la novela (los que tienen que ver con lo histórico-político) que parecieran pedir una vida independiente de la misma. No aportan demasiado a los conflictos de los protagonistas; y lo que es más, dejan la sensación de que la autora necesitó de esos capítulos para contrapesar una serie de situaciones (la de los protagonistas ya mencionados) que podrían clasificarse de “frívolas”, sin que necesariamente lo sean. Hablar (en forma crítica) de la década menemista, de los 70´s, del estado de sitio de 2001, los piqueteros y las asambleas, la desgracia de Cromañón; siempre es un buen gesto de corrección política, pero no siempre una buena elección literaria. No es que estos capítulos estén mal escritos (en toda la novela hay un cuidado puntilloso en la escritura), solamente que la existencia de estos capítulos dentro de Tragamonedas parece gratuita, innecesaria.
Sobre los conflictos (sentimentales, laborales, psicológicos) y la construcción de los personajes ya citados funciona toda la novela. Sus mundos internos y sus superficialidades (que por superficiales no dejan de ser profundas) están contados en detalle y con soltura.
Yendo a la novela, nos encontramos con una galería de personajes. Muchos llegan a ser queribles: la tortuga de uno de los protagonistas (cuyos pensamientos, los de la tortuga, sobre el final del libro son, podría decirse, de los más lúcidos del libro), el sindicalista que conduce la grúa, la madre rica y descreída del “bailarín jaguar”(así lo llama su coreógrafa), su sirviente-jardinero-amante. Todos estos personajes, curiosamente, son periféricos, pero alcanza y sobra con lo que la autora nos cuenta de ellos y con cómo lo cuenta. ¿Y qué sucede con los personajes centrales? Pueden llegar a gustar o no, pero lo que seguro no llegan a ser es “queribles”. Unos por demasiado egoístas (el músico amante de la coreógrafa), otros por sufridos (la novia-violada por un tío del “bailarín jaguar”), otros por lo confundidos (casi tontos) como el bailarín jaguar y la coreógrafa, sobre quien gira la mayor parte del libro.
Acerca de la trama del libro es mucho lo que se puede decir, y a la vez no tanto. La dificultad en hacer un análisis pormenorizado de lo que sucede en Tragamonedas es que sucede mucho. Demasiado sería la palabra que se utilizaría en otro autor, pero una de las virtudes de la novela (o mejor dicho, de Viviana Lysyj, su autora) es que todas las historias que recorre no llegan a confundir al lector. Están bien llevadas, y están narradas en su justa medida. Sin embargo hay capítulos que podrían no estar en la novela (los que tienen que ver con lo histórico-político) que parecieran pedir una vida independiente de la misma. No aportan demasiado a los conflictos de los protagonistas; y lo que es más, dejan la sensación de que la autora necesitó de esos capítulos para contrapesar una serie de situaciones (la de los protagonistas ya mencionados) que podrían clasificarse de “frívolas”, sin que necesariamente lo sean. Hablar (en forma crítica) de la década menemista, de los 70´s, del estado de sitio de 2001, los piqueteros y las asambleas, la desgracia de Cromañón; siempre es un buen gesto de corrección política, pero no siempre una buena elección literaria. No es que estos capítulos estén mal escritos (en toda la novela hay un cuidado puntilloso en la escritura), solamente que la existencia de estos capítulos dentro de Tragamonedas parece gratuita, innecesaria.
Sobre los conflictos (sentimentales, laborales, psicológicos) y la construcción de los personajes ya citados funciona toda la novela. Sus mundos internos y sus superficialidades (que por superficiales no dejan de ser profundas) están contados en detalle y con soltura.
Una cosa rara Tragamonedas, difícil de definir. Y de encontrar. Una novela contemporánea que nos recuerda que leer algo bien escrito, también es un placer.
1 comentario:
En ningún momento se habló a cuento d q vino ese libro. Ya Podés decir algo con esa foto de la tapa. El libro trata d historias q suceden dentro de Second Life, o me equivoco? Eso cambiaría radicalmente la visión del libro..
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