de Ian McEwan
Anagrama, 2008
por Pablo Vinci
Se ha dicho del cuento que no se lo lee con los mismos ojos que a una novela, porque en la novela, distraído con una trama, el lector lee y no lee al mismo tiempo. Una novela puede “reposar en las manos” pero un cuento es un trabajo estricto de los ojos, atención en estado puro.
La menor distracción pone en peligro todo; el suceso y el efecto, es decir la historia. Además de conmovernos, el cuento viene a asombrarnos y lo que hace (el cuento de un buen cuentista) es convertir el acontecimiento en un lenguaje.
McEwan es muy conocido por sus novelas (aunque ha escrito dos libros de relatos: Primer amor, últimos ritos y Entre las sábanas) pero muy poco (o nada) por sus cuentos. Y es allí donde ha acertado en el lenguaje de la conmoción. Conmoción, no sólo como co-emoción, sino como aquello que altera, inquieta, molesta y por eso mismo, obliga a repensar, a reflexionar sobre nosotros o sobre lo que sucede en el mundo de los hombres comunes.
Como dice Poe, lo esencial en el cuento es lograr la brevedad, el efecto, la intensidad y la ausencia de una finalidad estética. Bien, McEwan (por lo menos en la mayoría de estos cuentos y quizás dejando de lado Geometría de los sólidos y Pollón en el escenario) parece tener bien presentes esos cuatro puntos esenciales de Poe.
En Fabricación casera, Conversación con el hombre armario y, sobre todo, en Mariposas hay una “impasividad” casi camusiana, un frío existencial similar al de El Extranjero.
Pero aunque McEwan pone a sus personajes en los caminos del incesto, el aislamiento, el abandono y el crimen, no se detiene sólo en esas crueldades sino que avanza y se zambulle en el humor, la dulzura y quizás también en la ternura.
En Disfraces, un chico con la humillación, el alcoholismo y las aberraciones familiares a cuestas, es capaz de continuar avanzando o de comenzar un camino, en medio de los mareos de su vida y tropezando con las máscaras perversas impuestas durante toda su existencia. En Primer amor, últimos ritos, la frialdad de la incomprensión, el aislamiento del mundo y del presente se amortigua (aunque sea un poco) con el paternal gesto de dulzura del final del cuento que termina replanteando todo en virtud de lo surgido, de lo nuevo, de lo creado a pesar de todo.
Encontrar a un escritor contemporáneo, que nos conmueva y nos regale cuentos tan concluidos y, por supuesto, tan bien escritos, hoy es una circunstancia especialísima y casi extraña. Por eso, porque encontramos este libro de cuentos de McEwan, brindamos otra vez por la salud del cuento y, por qué no, por nuestra propia salud.
1 comentario:
Hace una semana terminé de leer este libro de McEwan y, como voraz lector de cuento (un género bien apreciado en Latinoamérica), aún estoy sorprendido por lo meandros explorados por el inglés, en los que no simplemente se regodea con las circunstancias horrendas (las de "Homemade" o "Disguises", particularmente), sino que brinda algún intento de explicación de estos actos extremos, sin caer jamás en el melodrama. Tan sorprendido estoy, que emprendí (en esas estoy) un trabajo de traducción de la versión inglesa: sé que está la traducción usada por Anagrama, pero estoy haciendo ese traslado de lenguas para desentrañar algo de esa escritura que ni con "Chesil Beach" ni con "The comfort of strangers" me había sorprendido.
Muy buena reseña.
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