EL MAL DE PORTNOY (de Philip Roth) por Marcelo Guerrieri

EL MAL DE PORTNOY
de Philip Roth
Mondadori, 2008
por Marcelo Guerrieri


Alexander Portnoy monologa frente a su terapeuta (parece salido de una de las viejas películas de Woody Allen), en clave de chiste judío, abundoso en autoflagelaciones y escenas entre patéticas y conmovedoras… «Doctor Spielvogel, ésta es mi vida; y resulta que toda ella pasa en un chiste de judíos. Soy hijo de un chiste de judíos, ¡pero sin ser ningún chiste!»[1]. Así despliega Alex su drama. Capas de cebolla de lamento y lloriqueo, irónico y sarcástico.

Portnoy, mal de [llamado así por Alexander Portnoy (1933- )]: trastorno en el que los impulsos altruistas y morales se experimentan con mucha intensidad, pero se hallan en perpetua guerra con el deseo sexual más extremado y, en ocasiones, perverso. Al respecto dice Spielvogel: «Abundan los actos de exhibicionismo, voyeurismo, fetichismo y autoerotismo, así como el coito oral; no obstante, y como consecuencia de la “moral” del paciente, ni la fantasía ni el acto resultan en una auténtica gratificación sexual, sino en otro tipo de sentimientos, que se imponen a todos los demás: la vergüenza y el temor al castigo, sobre todo en forma de castración» (Spielvogel, O., «El pene confuso», Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse, vol. XXIV, p. 909). Spielvogel considera que estos síntomas pueden remontarse a los vínculos que hayan prevalecido en la relación madre-hijo.”[2]

Mentira. El tal mal no existe. Invento de Roth. Y este guiño cómplice plantado en el epígrafe es el primero de la larga serie que despliega a lo largo de la novela.

Hijo de padres judíos que se trasladan al barrio —enteramente judío— de Weequahic, en Nueva Jersey, EEUU, Alexander experimenta todos los síntomas de este mal al que da su nombre. Y lo hace desplegando gran cantidad de anécdotas en tono de queja despiadada para consigo mismo. Las historias que le cuenta al terapeuta comienzan en la infancia, en el seno de una familia en la que la madre castradora, campeona fabricante de culpas (versión de la desopilante madre judía de Alfredo Casero) inculca al pequeño Alex la disciplina del autocontrol, el miedo y la vergüenza. En él deposita la familia expectativas desmedidas, él es el llamado a superar la ignorancia y la eterna postergación de su padre; un vendedor de seguros al que la discriminación no le permite ascender en la escala laboral. Figura paterna débil, eternamente constipado, con escasa educación, será el modelo masculino con el que Alex tendrá que lidiar. Y la manera en que se relaciona con este padre es contradictoria: va desde la ternura y la complicidad hasta el odio desatado y la crueldad extrema.

A modo de esas muñecas rusas en las que copias de distintos tamaños van encastrando una dentro de otra, Roth despliega anécdota tras anécdota, y así construye un personaje coherente y sólido. Un personaje al que le calzan a la perfección los síntomas de este apócrifo mal de Portnoy.
Luego de presentar la estructura familiar en el primer capítulo “El personaje más inolvidable que he conocido”, nos encontramos con el despertar sexual de Alex en el capítulo “Pajas”. Abundan. Descritas en detalle y en todas las variantes que la obsesión de Alex puede imaginar: en el baño de la escuela, furtivamente en el colectivo, contra el agujero de un hígado de vaca recién comprado en la carnicería, dentro de una botella, luego de las comidas familiares, durante las comidas familiares… Masturbaciones de todo tipo acompañadas por un fuerte sentimiento de culpa, mezcla angustiante de deseo y temor al castigo: los síntomas del mal de Portnoy a todo vapor.


Luego de la impetuosa entrada en escena de la familia Portnoy y el furioso onanismo de Alex viene “El blues judío”, una colección de anécdotas marcadas por la pertenencia a las prácticas de su familia y su entorno: los shvitz (baños de vapor), las regulaciones kosher, el drama de su primo por emparejarse con una shikse (“mujer no judía”; a lo largo de la novela mecha términos hebreos y yiddish que se detallan en un glosario). La mirada de Alex es de profunda crítica a la lógica de gueto que prima en su entorno y a la vez está cargada de ternura hacia ese mundo de pequeños rituales. Hay rebeldía y pertenencia. Amor y odio. De nuevo los síntomas de su enfermedad emocional.
Y este es el mecanismo narrativo del que se vale Roth a lo largo de la novela. Muñecas rusas, apenas distintas en su tamaño: anécdotas sobre las distintas facetas de esta afección, de este mal, de este lamento.

¿Mal o lamento?: cuestiones de traducción. El título original es Portnoy´s complaint, lo cual puede traducirse como El lamento de Portnoy, título que tuvo en otras ediciones castellanas y que enfatiza el tono de eterna queja de Alex, su lamento a lo largo de esta sesión con su terapeuta. Pero tampoco es desacertado El mal de Portnoy, que pone el acento en el mal que aqueja al protagonista. El problema aquí está en el juego que permite el doble significado de la palabra en inglés: “complaint”, que es tanto enfermedad como queja: imposible de reflejar en castellano.

Los datos biográficos de Roth coinciden con los de Alexander Portnoy: nacido en 1933, en Newark, pasa su niñez en el barrio judío de Weequahic, con su padre, vendedor de seguros de ascendencia austrohúngara y su madre ama de casa. Pero no se trata aquí de otro caso del autor y su personaje alter-ego. «Roth me dijo, a propósito del presidente Bush, que el cristianismo renacido es la versión del hombre ignorante de la vida intelectual. De igual manera, leer ficción como si se tratara de confesiones es la estética del hombre ignorante, y Roth se burla de eso de muchas formas. En Contravida, el panegirista lo dice de manera pomposa pero clara en el entierro de Zuckerman: "Lo que la gente envidia en el novelista (...) es su capacidad de autotransformación teatral, la forma en que puede diluir y hacer ambigua su relación con una vida real por medio del talento. El exhibicionismo del artista superior se relaciona con su imaginación; la ficción es para él al mismo tiempo una hipótesis divertida y una suposición seria, una forma imaginativa de investigar; todo lo que el exhibicionismo no es. Contra lo que suele creerse, es la distancia entre la vida del escritor y su novela lo que constituye el aspecto más curioso de su imaginación»[3].

Escrita en 1969, El mal de Portnoy causó un revuelo por su contenido tildado como pornográfico y obsceno, a la vez que despertó fuertes críticas desde algunos sectores de la comunidad judía. «En 1969 escribí Portnoy. No sólo lo escribí —eso fue fácil—, sino que también me convertí en el autor de El lamento de Portnoy, y lo que enfrenté en público fue la trivialización de todo"… Según Ascher, "los ataques fueron terribles, sobre todo por parte de los judíos. Tuvo que hacer frente a la pesadilla de un gran éxito. Eso lo indignaba y lo ponía a la defensiva, de modo que se cerró. Pero el problema del gran éxito lo hizo mejorar como escritor. Sin eso, habría sido diferente”»[4]

En el momento en que Alexander está narrando su historia tiene treinta y tres años. Hace tiempo ya que se ha recibido de abogado con el mejor promedio de su promoción. Es Subdelegado de Igualdad de Oportunidades de la ciudad de Nueva York. Soltero, profesionalmente exitoso, se enreda en aventuras amorosas en las que no logra profundizar. Todas las mujeres tienen defectos intolerables; rápidamente se cansa y abandona la relación; va tras una mujer nueva; vuelve a cansarse. Deseo sin placer: otro síntoma de su mal.

Los capítulos “Loco por el coño” y “El tipo de degradación predominante en la vida erótica” despliegan anécdotas de enredos amorosos, desde las deseables shikses, con sus apellidos goy (no judío), y envidiables vidas cien por ciento W.A.S.P. (siglas de White Anglo Saxon Protestant: Blanco Protestante Anglo Sajón: la clase dominante en EEUU). Alex manifiesta en estos deseos desenfrenados de mujeres shikse un ansia de vengar la condición de clase relegada de su padre. «Estoy diciéndole, doctor, que con estas chicas no es tanto que les meto la polla a ellas: más bien se la meto a sus antecedentes familiares: como si así, a base de polvos, fuese a descubrir América. Conquistar América, digamos, con más propiedad. Colón, el capitán Smith, el gobernador Winthrop, el general Washington y, ahora, Portnoy. Como si mi destino manifiesto consistiese en seducir a una chica de cada uno de los cuarenta y ocho Estados.»[5].

Capítulo final, “En el destierro”, Alex cuenta que se ha trasladado a Israel, luego de abandonar en Grecia a su último amorío. Llegado a la “tierra prometida” intenta seducir a una mujer israelí, con un fuerte parecido a su madre. Pero todo es un desastre. La mujer —de la misma forma que su madre— le recalca todos sus defectos. Clímax de la novela, en el que se tocan los dos niveles que Roth trabaja en paralelo: por un lado la forma en que está contada la historia, ese chiste judío que es el interminable lamento de Alex, y por otro el “mal” que lo aqueja y que estructura su vida afectiva. Ambos niveles se encuentran. La tensión se resuelve. Pero sólo por un momento. Vuelve a abrirse el eterno lamento (o mal) de Portnoy. Un eterno espacio de diván, tan apto para mezclar realidad y ficción. Un espacio hecho a la medida de su autor, que confiesa que escribe "socavando la experiencia, adornando la experiencia, agrandando y reordenando la experiencia en categorías míticas.".

[1] Roth Philip, El mal de Portnoy pag.45, Sudamericana, Debolsillo, Bs.As., 2008.
[2] Ibid. pag. 7
[3] Entrevista de Al Alvarez a Philip Roth, (c) The Guardian y Clarín, noviembre 2005, traducción Joaquín Ibarburu
[4] Ibid
[5] Roth Philip, Op. cit. pag. 259

1 comentario:

malka dijo...

Estos sentimientos tan encontrados son tipicos de una crianza judia secular alejada de la espiritualidad de la Tora, chicas judias solteras,que sueñan con casarse con millonarios manejables sentimentalmente ,mientras su madre maneja su familia,y todo su entorno,destruyendo la vida conyugal propia y la de su hija,pero no importa porque la niña sueña con ocupar ese lugar en unos cuantos años.

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