de Enrique Solinas
Ediciones del Dock, Colección el pez plátano, 2008
por Soledad Castresana
La feroz armonía de la tensión
Últimamente no me ocurre con mucha frecuencia encontrarme con un libro de poesía. No digo ya uno bueno, sino un libro: un objeto con tapas cuyo contenido sea un conjunto de poemas articulado como una unidad que responda a una lógica interna. Coincidarán conmigo los lectores en que, en los últimos tiempos, la urgencia y cierta falta de seriedad tienden a dar a luz secuencias de textos que parecen haber sido encuadernados por el azar o amontonados por el viento o editados por algún enemigo acérrimo del autor (que, por supuesto, sí cuidó muy bien el diseño).
Por eso, cuando Noche de San Juan, el último libro de poemas de Enrique Solinas, me encontró, me llené de satisfacción: un libro de poesía. Y además, un buen libro, que invita a la relectura, que abre puertas para pensar, que dice con fuerza y sin berrinches estéticos una visión del mundo. Y que, por todo eso, desborda el formato 10 x 15 elegido por la editorial.
Jardín en movimiento, el poemario anterior de Solinas fue editado en 2003. Noche de San Juan, a fines de 2008. No hubo apuro por publicar y eso se nota. El poeta trabaja sobre una serie de temas e imágenes que van construyendo los cimientos de la arquitectura del libro que encuentra su justa terminación en el último poema de la serie y, además, tiende redes con su libro anterior. Nada de azar.
La estructura del poemario, como en los demás libros de Solinas (incluso La muerte y su conversación, su libro de relatos), se apoya en las divisiones que marcan una serie de poemas, generalmente breves, que aparecen entre comillas y en bastardilla. Estos poemas funcionan como separadores y como un contrapunto de la voz principal. Ellos dicen de forma más cruda o más directa lo que los otros poemas están preguntándose.
Para ejemplicar este juego de voces podemos tomar la última sección del libro, la más conmovedora, que está dedicada a la madre muerta. La voz principal en estos poemas afirma en Farewell que es difícil acostumbrarse / a la muerte; reflexiona sobre el peso de los recuerdos en Cumpleaños y en El círculo, y dice que el hijo acuna / la memoria de su madre / lo que le resta de vida, y finalmente en el bellísimo El rostro de Dios concluye en que tan solo nos queda / cubrir el cuerpo de la deseperanza. Pero el poema en bastardillas que anuncia el segmento es la voz sin reflexión, la voz interior del hijo ante la muerte de la madre que simplemente se pregunta lo que quiere saber: Dónde, / dónde, Madre, / está tu cuerpo. Y con la intuición de que no hay una respuesta a eso altera la sintaxis para tratar de esconder la pregunta Está tu cuerpo, / Madre, dónde, / dónde.
Este tópico está presente también en Jardín en movimiento, pero aquí se muestra con mayor madurez y mayor profundidad. Creo que en este libro y con el poema El rostro de Dios, con sus revelaciones y certezas, se cierra esta línea poética. ¿Cómo seguir escribiendo después de haber visto ese rostro?
El otro elemento clave que articula el poemario es la noche. Todos los poemas nombran, describen, tratan de explicar este espacio-tiempo de tensión, en donde todo puede pasar, cuando aparecen las preguntas importantes y el silencio, cuando la luz y la sombra conspiran para que se abran los apetitos del alma y del cuerpo. El día solo aparece una vez y como un lugar idealizado, es como de utilería.
La poesía de Solinas en este libro sucede de noche, cuando se conjugan en feroz armonía lo religioso y lo pagano. La poesía de Solinas sucede en la cuerda que tensa esos dos polos. Precisamente, ubicado en la mitad, el poema Borderland condensa y resume las intenciones y las búsquedas de las dos voces. Dice:
Yo quería que la noche
volviera a suceder
como un relámpago.
Yo quería:
el mar en mi interior
el cielo y la tierra en mi interior.
Yo deseaba
aquí todo eso,
es decir,
yo quería sentir
la noche
más allá del sueño
—si es que existen los sueños—,
un espacio de palabras puras,
un jardín de luz.
Yo quería explicar
la noche,
pero no es posible.
Entender
esta sensación de música
en el cuerpo,
de feroz armonía,
incandescente.
Este deseo de explicar la noche revela también otro de los hilos que recorren todo el libro que es la palabra. La palabra como guía en Las tumbas (y las palabras serán / barcos de luz) o como salvación en Darkish (un ramo de palabras / para no morir); la búsqueda de las palabras puras en Borderland; los sustantivos que duelen como duelen los muertos y el poema como revelación del sujeto (el poema soy yo), en Escribir.
Así como en los poemas el título tiene una importancia crucial, en un libro, el título es fundamental en el sentido arquitectónico del término fundamento. Y como este es un buen libro, su título funciona realmente como piedra fundamental de los cimientos, porque es polisémico, porque orienta, porque ofrece al lector atento (solo al lector atento) las llaves de la lectura.
Noche de San Juan remite, en primer lugar, a la festividad de San Juan Bautista, famosa por sus hogueras, celebración a la vez religiosa y pagana. Por su origen pagano, la noche de San Juan es también una noche de brujas en la que las creencias populares, la magia y los seres del mundo sobrenatural son protagonistas. Sin embargo, el epígrafe del libro es una estrofa de otro San Juan, el de la Cruz, el gran poeta español. Entonces, el título refiere ¿a la noche festiva y pagana del Bautista o la Noche oscura del alma del místico? Como dije antes, la poesía de este libro ocurre entre esos extremos en feroz armonía.
Tanto por la referencia a San Juan de la Cruz como por la búsqueda espiritual y su relación con lo erótico, el libro establece un diálogo con la poesía mística española. Solinas, sin evadirse de su época, logra apropiarse y actualizar rasgos de la poesía del siglo XVI. Rara cualidad en estos días de poetas que suelen desconocer la tradición literaria en nuestra lengua.
La tensión entre las noches de los dos santos que se revela en el título y que atraviesa todo el libro se resuelve —como no podía ser de otra manera— en el último poema, precisamente nombrado Noche de San Juan:
“Noche de San Juan,
quietud del miedo.
Camino por el sonido de mi voz,
hasta aquí
ha llegado mi cuerpo:
una sombra de hogueras
un temblor.
Luego,
el despojamiento de las palabras,
el beso en la boca de Dios,
la plenitud,
el vacío”
Entre las luces y sombras de las hogueras, asistimos a la separación del cuerpo y del espíritu; asistimos al punto más íntimo de la unión mística y de la unión erótica, al que se llega sin palabras y donde plenitud y vacío se funden.
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