de William Goyen
La Compañía, 2009
por Juan José Burzi
La desaparecida Editorial Goyanarte editó, hace más de 30 años, La casa del aliento, novela y primera publicación del norteamericano William Goyen (Trinity, Texas, 1915-1983). Esa edición es hoy casi inhallable. Otra de las obras de Goyen que se pueden conseguir en astellano es Los fantasmas y la carne, editado por Editorial Lumen, a fines de los 60s. Otro inhallable. Y hace dos años Editorial La Compañía (una de las editoriales recientes más interesantes por su catálogo exquisito) La misma sangre y otros cuentos. Una recopilación de sus mejores cuentos. Y el año pasado , la misma editorial, editó Ángeles y hombres. Y los “goyen adictos” esperamos que se editen más y más recopilaciones.
¿Qué tiene William Goyen? Tiene un parentesco cercano con otros autores sureños norteamericanos, William Faulkner, Flannery O´Connor, Carson McCullers, Katherine Anne Porter… algo de Truman Capote… y a la vez es diferente (como lo son entre sí los otros autores nombrados). Se puede diferenciar claramente de un cuento escrito por Goyen a uno escrito por McCullers o Faulkner. Y entiéndase esto: se diferencian por el estilo que es diferente, no porque su literatura sea menor a la de ellos. La forma de mirar y de narrar de William Goyen, como bien lo destaca Marcelo Figueras en el posfacio de Ángeles y hombres Marcelo Figueras, está muy emparentada con lo que el autor va descubriendo e ignorando. Goyen nos guía a través de sus cuentos, pero no paternalmente, sino como un par que está apenas un par de pasos adelante y que sabe casi tanto como nosotros de la historia que está contando. La sensación al leer sus cuentos es vertiginosa, no se pueden abandonar.
Hablando particularmente de Ángeles y hombres, cabe decir algunas palabras de sus cuentos. De buena madera, por ejemplo, trata de un hombre que recibe en Roma una carta que anuncia la muerte de su abuelo, en Estados Unidos (Charity, el pueblo en el que se sitúan muchas de las ficciones de Goyen) Los recuerdos que de esa carta se desprenden y la nostalgia que siente el protagonista, dejan en claro que él pertenece y pertenecerá a esa lejana Charity. El cuento no es mucho más que eso, pero es necesario leerlo para apreciar como funciona la maquinaria goyen una vez puesta a trabajar. Al igual que De buena madera, en El enfermero también existe el trabajo de la memoria, un pasado como enfermero en época de guerra que cuida a un enfermo grave que no se comunica. Las metáforas utilizadas en este cuento son a veces estremecedoras, y se puede trazar un paralelismo entre el acto de sanar y el de escribir. El huésped narra la singular historia de un hostigado profesor de tipografía que encuentra la felicidad viviendo en una casa de muñecas, como huyendo de la agresiva existencia y refugiándose en una niñez simbólica.
Hay un personaje que se repite en dos cuentos: Un hombre (“El Ermitaño”) que permanece subido a la punta de un mástil por 40 días. Este personaje aparece como figura central en Sobre el pueblo (otra vez una personalidad diferente a la del resto y encaminada al fracaso desde el principio), y tangencialmente en El camino de Rhody. Son dos historias diferentes, y de hecho en El camino de Rhody ese ermitaño es un personaje secundario que está encapuchado y tira panfletos al aire… En ambos relatos, no deja de inquietar esa figura solitaria y enigmática.
Un guiño para el lector seguidor de Goyen: el es el mejor cuento del libro, Ángeles y hombres, es algo así como una continuación del cuento Si tuviera cien bocas, editado en el libro anterior, La misma sangre. Si el lector no leyó Si tuviera cien bocas, o si lo leyó y no advierte este parentesco, con seguridad se perderá parte de la gracia de Ángeles y hombres (el cuento, reitero) Utilizando un recurso que nos recuerda el Apéndice de El sonido y la furia de William Faulkner, Goyen da cuenta del destino de todos los integrantes de una familia, a todas luces maldita por un pasado mezclado con el Ku Ku Klan y por una violación y un incesto que no se entenderían en forma definitiva si no leyeran los dos cuentos antes citados.
Al ser un escritor prácticamente desconocido para el público argentino, los pequeños textos que acompañan la portada de sus libros se esmeran en destacar los parecidos literarios anteriormente citados (Faulkner, Capote, etc) para enmarcar a este excepcional escritor en una tradición literaria. Creo yo que una vez leído cualquiera de sus libros, bastará con saber, a futuro, que es un libro escrito por William Goyen. Ni más, ni menos. Y esa será la mejor garantía de calidad literaria.
¿Qué tiene William Goyen? Tiene un parentesco cercano con otros autores sureños norteamericanos, William Faulkner, Flannery O´Connor, Carson McCullers, Katherine Anne Porter… algo de Truman Capote… y a la vez es diferente (como lo son entre sí los otros autores nombrados). Se puede diferenciar claramente de un cuento escrito por Goyen a uno escrito por McCullers o Faulkner. Y entiéndase esto: se diferencian por el estilo que es diferente, no porque su literatura sea menor a la de ellos. La forma de mirar y de narrar de William Goyen, como bien lo destaca Marcelo Figueras en el posfacio de Ángeles y hombres Marcelo Figueras, está muy emparentada con lo que el autor va descubriendo e ignorando. Goyen nos guía a través de sus cuentos, pero no paternalmente, sino como un par que está apenas un par de pasos adelante y que sabe casi tanto como nosotros de la historia que está contando. La sensación al leer sus cuentos es vertiginosa, no se pueden abandonar.
Hablando particularmente de Ángeles y hombres, cabe decir algunas palabras de sus cuentos. De buena madera, por ejemplo, trata de un hombre que recibe en Roma una carta que anuncia la muerte de su abuelo, en Estados Unidos (Charity, el pueblo en el que se sitúan muchas de las ficciones de Goyen) Los recuerdos que de esa carta se desprenden y la nostalgia que siente el protagonista, dejan en claro que él pertenece y pertenecerá a esa lejana Charity. El cuento no es mucho más que eso, pero es necesario leerlo para apreciar como funciona la maquinaria goyen una vez puesta a trabajar. Al igual que De buena madera, en El enfermero también existe el trabajo de la memoria, un pasado como enfermero en época de guerra que cuida a un enfermo grave que no se comunica. Las metáforas utilizadas en este cuento son a veces estremecedoras, y se puede trazar un paralelismo entre el acto de sanar y el de escribir. El huésped narra la singular historia de un hostigado profesor de tipografía que encuentra la felicidad viviendo en una casa de muñecas, como huyendo de la agresiva existencia y refugiándose en una niñez simbólica.
Hay un personaje que se repite en dos cuentos: Un hombre (“El Ermitaño”) que permanece subido a la punta de un mástil por 40 días. Este personaje aparece como figura central en Sobre el pueblo (otra vez una personalidad diferente a la del resto y encaminada al fracaso desde el principio), y tangencialmente en El camino de Rhody. Son dos historias diferentes, y de hecho en El camino de Rhody ese ermitaño es un personaje secundario que está encapuchado y tira panfletos al aire… En ambos relatos, no deja de inquietar esa figura solitaria y enigmática.
Un guiño para el lector seguidor de Goyen: el es el mejor cuento del libro, Ángeles y hombres, es algo así como una continuación del cuento Si tuviera cien bocas, editado en el libro anterior, La misma sangre. Si el lector no leyó Si tuviera cien bocas, o si lo leyó y no advierte este parentesco, con seguridad se perderá parte de la gracia de Ángeles y hombres (el cuento, reitero) Utilizando un recurso que nos recuerda el Apéndice de El sonido y la furia de William Faulkner, Goyen da cuenta del destino de todos los integrantes de una familia, a todas luces maldita por un pasado mezclado con el Ku Ku Klan y por una violación y un incesto que no se entenderían en forma definitiva si no leyeran los dos cuentos antes citados.
Al ser un escritor prácticamente desconocido para el público argentino, los pequeños textos que acompañan la portada de sus libros se esmeran en destacar los parecidos literarios anteriormente citados (Faulkner, Capote, etc) para enmarcar a este excepcional escritor en una tradición literaria. Creo yo que una vez leído cualquiera de sus libros, bastará con saber, a futuro, que es un libro escrito por William Goyen. Ni más, ni menos. Y esa será la mejor garantía de calidad literaria.
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