SAÑA (de Margo Glantz) por Damián Lorenzo

SAÑA
de Margo Glantz
Eterna Cadencia, 2010
por Damián Lorenzo


Después de leer el libro de Margo Glantz, Saña, quedarán reverberando en el lector muchas de las imágenes brutales o paradójicas procuradas por la autora.

Saña está formado por textos cortos como partes sueltas de un todo que se va divulgando o deteniendo a partir de acontecimientos entrecortados de las biografías de los pintores Stanley Spencer y Francis Bacon, de Arthur Rimbaud dedicado a la mercadería en África francesa y muy lejano de la poesía, de Doménico Scarlatti, gran compositor pero con pocas agallas en su vida personal, hasta incluir, entre otros muchos, apuntes sobre la India en su completo esplendor y misticismo, conjugados por la muerte, la pobreza y la gran producción excrementos que se asienta en las calles. Lo curioso del significado de la “saña” en el libro es que no sólo alude al hecho de encarnizarse, al odio y a la crueldad, como en el caso del nazismo y sus brutales campos de concentración, sino también al sentimiento que impulsa a pintar, a escribir y a componer música. Saña hace alusión a lo contrapuesto mediante una estricta economía del lenguaje y urde problemas ontológicos como ¿dónde comienza o termina la identidad cuando varias mujeres desnudas, rasuradas desde la cabeza al pubis, pululan en un campo nazi, sin poder reconocerse unas a otras? El cuerpo, al que en apariencia le escamoteamos su importancia, cobra una enorme fuerza con las obsesiones de las top models y con la “saña” de Francis Bacon y de Stanley Spencer para pintar la figura humana, asunto que ha fascinado a Glantz desde hace tiempo. Su gusto por las revistas de modas, además de su fascinación por la pintura, radica en la forma en que se muestra la corporalidad en sus mejores o en sus peores ángulos. Lo mismo le debe haber ocurrido al fotógrafo estadunidense Richard Avendon, quien retrató, entre otros trabajos, mujeres para publicaciones de ropa de diseñador y aparte logró imágenes tremendas de muchos personajes.

Una vida de lectura, de viajes y de inevitable reflexión se manifiesta en Saña. Los roles se construyen y se derriban según las circunstancias. Por ejemplo, Rimbaud se vuelve un pequeño burgués al dedicarse al comercio, después de abandonar su genial quehacer poético y a Paul Verlaine, su apasionado amante; Cindy Crawford posee una concepción del cuerpo erotizada y bella, mientras que el pintor Lucien Freud forja fisonomías desmesuradas y, más tarde, agresivas, “delineadas con pinceladas violentas, trazos espesos, escultóricos, abultados; la acción de las manos del pintor sobre el cuadro y el cuerpo desnudo allí pintado se ejerce como un suplicio sobre el retratado o la retratada, y se focaliza sobre su genitalidad”.

Identidad y cuerpo intrigan. Stanley Spencer, espléndido pintor poco conocido en este lado del mundo, dejó a una esposa bella por una bizca que además lo amaba poco, nos informa Margo, quien se fija en las viscosidades, en las excrecencias y en los hedores del cuerpo como en esta parábola del horror y de la saña: “En la orilla izquierda del río se almacenaba a los judíos, quienes, cuando defecaban o morían en la cámara de gases, exhalaban un mal olor o, para decirlo más correctamente, los judíos hedían, y esa hediondez importunaba a los oficiales nazis cuando en la ribera derecha paseaban a sus perros por las noche”.

Estudiosa de sor Juana y de vidas de monjas, Margo aborda las inmundicias del cuerpo desde la religiosidad católica. Cuenta que Catalina de Siena: “Para vencer su repugnancia y congraciarse con Dios (…) bebió de un solo trago un recipiente lleno de pus”. De más queda señalar que la autora de Saña ha escrito sesudos ensayos sobre la de Asbaje, sobre los poetas místicos y sobre un sin fin de asuntos literarios. Por eso algo muy sugestivo en Saña es la inclusión de los miasmas humanos en medio de tanta tesis sumergida. El cuerpo y sus viscosidades y, sobre todo, la precariedad de la belleza o entereza, más la desolación y lo inesperado. El diseñador de zapatos Ferragamo, se convierte en uno de los más caros del mundo cuando se apuró a mejorar los pies aquejados por los juanetes y los callos de Benito Mussolini, il Duce, el fascista italiano, confeccionándole un calzado más que excelente. Amante de los zapatos de diseñador, Margo lamenta no haberse comprado nunca unos Ferragamo.

Mientras existe el extraordinario trazo de un zapato Blanik, que hará de cualquier extremidad femenina algo hermoso, Spencer, Bacon y Lucien Freud desproporcionan los rostros. Todo es cuestión de óptica, por un lado, o de saber comprender un poco la contradictoria naturaleza humana. Con las cuestiones reveladoras de Saña, “lo literario” se constriñe y se redimensiona en su sentido múltiple, con respecto a las aberraciones y al mismo tiempo a las maravillas de la vida.

No hay comentarios.:

LECTORES QUE NOS VISITAN