LOS SORIAS (de Alberto Laiseca), por Hugo Muleta

LOS SORIAS
de Alberto Laiseca
Editorial Gárgola, 2003
por Hugo Muleta



Los Sorias
Un escritor de oficio en pleno delirio


Esta novela tiene partes en que ora la genialidad, ora diversos dislates, gobiernan el texto. Esta circunstancia no la desmerece ni le resta excitación, ya que mantiene su atractivo a lo largo de sus mil trescientas y pico de páginas, a pesar de los persistentes esfuerzos del autor por ahuyentar al lector más obcecado. Mediante diversas estrategias, tan disparatadas como los hechos que narra, Laiseca desafía elegantemente a la crítica canónica y se burla de ella con excesiva grandilocuencia. Por ejemplo, hacia la mitad del libro exhorta a los críticos a abandonar la lectura, aduciendo que todo se trata de una farsa y que no vale la pena seguir adelante, enterarse del desastre en que concluirá la Tecnocracia, uno de los países de su mundo creado, su "civilización", como la denomina Piglia en el prólogo. Su escritura seduce y espanta a la vez, como una "fiera literaria" indomable.

El coqueteo con las perversiones del ser humano común, el solazarse con sus bajezas más degradantes, le brinda distintas fuentes de inspiración de las cuales abrevan sus historias rebuscadas. A veces la originalidad se le escapa de las manos, o de su mente, para incursionar en terrenos inaccesibles a las personas carentes de imaginación "laisequiana". Uno deberá escuchar estoicamente (y no por ello con menos placer) los extraviados sueños de varios psicópatas (el Monitor, el Soriator, y todos aquellos líderes que entablan una conflagración mundial que no basta para destruir el maldito planeta que habitan), tarea que exige una amplitud mental digna de un anacoreta, gente no "contaminada" por la influencia académica o de los medios culturales, llámese suplementos literarios o revistas supuestamente especializadas. Es en este punto donde su literatura coincide con la de Arlt.

Los Sorias propone distintos caminos de lectura que garantizan fragmentos entretenidos, algunos explosivos y otros un poco monótonos. Con respecto a estos últimos, de cuando en cuando, aparecen instantes operísticos y referencias a otras obras del autor, necesarios para alisar y emparejar el libro, y sacarlo de sus innumerables brotes de locura, a fin de aterrizar y anclarse en un entorno "real" que lo tranquiliza, el de la propia producción y "certezas" delirantes ya reconocidas y publicadas. En los capítulos dedicados al gran teatro erigido por los linyeras Moyaresmio y Crk Iseka convergen ambos caminos, confluyen la sinrazón y las referencias "serias", las increíbles enumeraciones que ilustran la sapiencia y la dedicación de Personaje Iseka, el "alter-ego" del autor, un novelista pobretón, que vive en una pensión y lucha contra las humillaciones a las que lo someten sus "compañeros", los Sorias, personas incapaces de comprender su pasión por la escritura. La adversidad y la desconsideración de sus semejantes lo conminan a encerrarse e inventar nuevas geografías, aludir a guerras jamás libradas, a países de dudosa existencia, llámese Garduña, Cataluña, Goria o Califato de Córdoba, a creer en confabulaciones orquestadas por Dioses y poderosos esoteristas que rigen el destino de las naciones que componen la "Civilización Laiseca". Personaje se rebela a las pretensiones de Exaltlatelilco y Pentacoltuco (dos de los siete dioses que veneran los exateístas sorias) y los traiciona pasándose al bando rival, convirtiéndose pues en un tecnócrata: acepta la "mecanización" del mundo a cambio de preservar sus inquietudes estéticas a toda costa. El Monitor, déspota de Tecnocracia, una especie de Hitler pero bien asesorado, le garantiza mejores condiciones de vida de las que dispone en la inmunda pensión de Soria, ya que entre sus caprichos, se cuenta su protección a artistas revolucionarios y tendientes a experimentar con lo escatológico, a ostentar sus propios instintos criminales.

En la Tecnocracia Personaje, poco a poco, se ve obligado a abandonar su carrera literaria para convertirse en un agente secreto de las I doble E, una especie de sórdida policía secreta. Este proceso es soslayado en la saga, mas llama la atención del observador común: ¿es posible conservar la "pureza" y el "instinto primario y vital" en la escritura cuando uno está inmerso en una corporación monstruosa, en una organización dedicada a liquidar el "espíritu independiente" de las personas? Por lo pronto, Personaje no se plantea la cuestión y se muestra decidido a defender las fronteras de Tecnocracia. ¿Acaso su carácter fue "manijeado" por algún poderoso Mago, quizás por el mismo Decamerón de Gaula? ¿Hizo bien en abandonar la pensión y la pesada compañía de los vulgares e insulsos hermanos Sorias? Estos interrogantes aluden al sempiterno conflicto que plantea el éxito profesional al artista que siempre alardeó de su condición plebeya, a quien hizo uso de su marginalidad social para generar historias creativas capaces de cautivar al público, o por lo menos, al mercado (idóneas para llegar al tope de los rankings de best-sellers, pasando de las manos de torpes editores visionarios de talentos a las de viejos lectores monigotes que dan vueltas buscando encajar sus textos más sombríos). Una vez logrado su triunfo, su acceso al círculo privilegiado de artistas ya establecidos, ¿qué les queda sino cacarear sus pretendidas verdades de los tiempos de otrora, o bien asumir el rol del pragmático que está "de vuelta" de todo (experiencias místicas con drogas, lecturas estimulantes, borracheras agotadoras, etc.)? Poco, en verdad muy poco... Laiseca apela en dicho papel a una especie de Cruzada tendiente a desmitificar la mayor cantidad de "lugares comunes" y "mots justes" que pueda, y su emprendimiento, afortunadamente, revela sabias y útiles conclusiones que se filtran por su estilo decididamente maniático.

Además de escritor, Laiseca es filósofo y proclive a resolver los problemas de la vida "cortando las cosas por lo sano". Nutriéndose de espectros ideológicos diversos, milenarios y sobrios algunos, modernos e histerizantes otros, logra sintetizar lo mejor que puede brindar cada uno de ellos. Se embarca en las aventuras de sus personajes, y poco le importa lo que puedan criticarle los reconocidos popes encargados de supervisar el área cultural a la cual pertenece su literatura. (Todo debe estar debidamente clasificado en una Tecnocracia.) La desmesura de los personajes más fanatizados suele aplacarse en la resolución de los episodios. Por ejemplo, Monitor, regidor de Tecnocracia, célebre por su sadismo y sus mecanismos de tortura, es aconsejado por sus varios Kratos (Ministros) de que debe abandonar sus derroches de crueldad. Mediante clásicas "puestas en abismo", a veces se aparta del delirante transcurrir de los sucesos para reflexionar sobre la labor del escritor, la imposibilidad de la felicidad humana o el eterno guerrear de las naciones. Y en estos casos, sus sentencias reflejan un estado de ánimo centrado y reflexivo, quizás opuesto a los rimbombantes recursos que utiliza para llevar adelante los argumentos que se entrecruzan en la novela.

Las distintas historias tienen una cierta tendencia a redimir a los creadores, a aceptar y fomentar la invulnerabilidad de los héroes, principalmente desde una concepción místico-religiosa. La sujeción a una ineludible predestinación, sea impuesta por fuerzas extra-terrenales o fruto de una confabulación de magos, marca el devenir de los sucesos, la derrota y el fracaso último de la Tecnocracia. Hasta los últimos combates, las postreras escaramuzas ridículas que se libran en torno del palacio Monitorial, Personaje y Decameron de Gaula, personajes que supieron otorgarle sentido a sus vidas y portadores de virtudes maravillosas, colocan en la superficie de la novela halos de esperanza e ilusiones que no alcanzan a torcer la fatalidad: Rusia (ejemplo de Tecnocracia satirizada sin pausas a lo largo del libro) se impone y acaba por regir el mundo imaginado por Laiseca.

Los Sorias aprovechan las circunstancias para aliarse con quienes dominarán el mundo, sean rusos o extraterrestres. Es de notar que en ningún momento hace intervenir en su "realismo delirante" a Estados Unidos, ni siquiera como contrapunto del poderío soviético. Esta omisión muestra que "the american way of life" no seduce precisamente al autor (aunque algunos pueden interpretarla como una falta o un desatino que no previó lo que luego sucedería -conste que la novela está escrita en el año 1982, en los albores de la perestroika y la globalización que tanto corrompe las mentes humanas). La actitud de sumisión y rendición de los ciudadanos sorias esboza los problemas que debe afrontar Personaje para sobrellevar su existencia, en su afán de emerger de su destino de escritor marginal y pertinaz. Sus delirantes relatos representan la locura general de una realidad desbordante de sinsentidos, y las epopeyas de sus héroes le sirven para sacar a la luz interrogantes sobre la condición del escritor moderno, descripciones de los instantes en los que va gestando la novela, en fin, su propia epopeya personal. Pero también, y lejos de procurar ofrecer una lección de "humanismo" (he aquí lo que diferencia y destaca a Laiseca por sobre sus coetáneos) cuestiona las organizaciones sociales, los sistemas opresivos de los procesos de "tecnificación" que se desarrollan principalmente en el mundo occidental, desde una posición distante, puesto que apela a burlarse del carácter irreversible de los mismos, eludiendo lamentaciones y devaneos intelectuales inútiles: dicho de modo más simple, cree que con cargas y municiones de humor puede espantar las maléficas vibraciones y "manijas" que destilan los perversos dueños del Poder, sean vulgares tiranuelos o empresas multinacionales.

La combinación de registros épicos y satíricos, sumada a tonos tragicómicos, es una constante que impera en distintos pasajes. En modo alguno la lectura está orientada hacia ideas principales ni a planteos generacionales de ninguna clase. Tampoco pretende revolucionar la literatura de un modo perenne. Se trata simplemente del vuelo de un escritor de oficio, de su búsqueda artística y sus ejercicios mentales, todo para conformar una civilización particular, tan creíble como el mundo real, apenas matizada por graciosas exageraciones y basamentada sobre principios científicos posibles. Tan precisa como descarriada, requiere paciencia y relajamiento del lector. En Los Sorias uno puede revolcarse, y siempre debe estar dispuesto a disfrutar como un cerdo de sus errantes historias.

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