Todas las voces, todas, cantaba la Negra Sosa. Podría aplicarse con justeza al revuelo que suscitó la invitación cursada al último premio Nobel para inaugurar la Feria. Comencemos por el principio, y por una perspectiva íntima de los hechos, ya que lo que escribo acá no expresará más que una de esas tantas voces, con las que uno puede estar o no de acuerdo. Una mañana me llega por mail una carta en la que se rechazaba la elección del peruano para abrir la Feria del libro. A pesar de los nombres que figuraban como abajo firmantes -y que merecen mi estima, ya sea por su trayectoria artística o su compromiso intelectual, nombres como el de Diana Bellesi, Vicente Battista, Horacio González, entre otros-, tuve reticencia a sumar mi firma. Las razones: consideraba el hecho de que la inauguración de la Feria por Vargas Llosa, flamante premio Nobel, y autor de obras categóricamente importantes para la literatura, como así también de magníficos artículos acerca del oficio de escribir, era lógica circunstancia de una Feria del libro que tiene repercusión internacional, pero sobre todo, esperaba que su visita consiguiera despabilar al peruano al ponerlo en contacto con el país que estamos viviendo a diario, donde la cultura tiene un lugar destacado, donde se discute vivamente y por primera vez en muchos años, un país donde se pueden tener dos visiones absolutamente contrapuestas sobre un mismo episodio, con solo abrir diferentes matutinos. Porque convengamos en que Vargas Llosa, parece, desde hace tiempo, referirse a Argentina como a un país distinto al que vemos los que vivimos en él. Qué mejor que invitarlo a casa, digamos, para que deje de referirse a cucos dictatoriales escondidos detrás de la puerta, esperando con un hacha en la tiniebla más espantosa. No señor, estimado escritor peruano, venga a ver esto antes de seguir hablando, escuche los debates entre intelectuales, las discusiones entre políticos, entre estudiantes, amigos, periodistas, sepa que aquí nada es como su vasta imaginación lo narra frente a micrófonos de todas partes del mundo, con una ligereza de opinión que no cuadra con la sensibilidad con que se refiere al oficio que nos une. Esa era mi humilde esperanza. Por eso no firmé. Pero con el pasar de los días, las cartas empezaron a cruzar el cielo de las redes sociales, de los periódicos y revistas, de los cafés y talleres literarios. Y pude observar que la historia era más compleja de lo que mi escaso entendimiento había advertido. Porque claro, había otras razones, tan válidas como las citadas arriba, para poner la firma en esa carta. Por ejemplo, la que opinaba que nuestra Feria debía ser inaugurada por un escritor argentino. Que los hay, muchos, excelentes. Claro que sí, estamos de acuerdo, si acá hay escritores notables, para qué buscar un extranjero. Pero también sabemos, o por lo menos es lo que creo, que la literatura no tiene patria, que un lector de Argentina puede sentirse mucho más identificado con la apuesta literaria de Salinger que con la de Filloy, por citar dos escritores de peso. Entonces, mejor no firmar. Pero aparecía otra razón: que a quien había tenido como deporte pegarle palazos a nuestro país, no se lo podía invitar a un acto tan simbólico como este, sí a que dé una charla, un seminario, lo que sea, pero no a inaugurar algo tan nuestro. Puede ser, puede ser. Llevándolo a un terreno más casero, a nadie se le ocurriría invitar a un vecino que habla mal de nuestra familia a dar la bienvenida a nuestros parientes o amigos, el día que inauguramos nuestra casa nueva. La firma estaría bien puesta, entonces. Y todo esto era expuesto y contestado en un debate público que al principio pareció muy saludable. Pero no hay que dejar escapar un detalle, perverso si se quiere, algo que fue sucediendo a pesar de todos: el debate mismo comenzó a instalar a Vargas Llosa en un espacio de alguiendemasiadoimportantepolíticamente. Ya no se discutía su valiosa obra, sino sus dichos políticos. Y esto es lo que creo necesario resaltar: ¿por qué caer en la trampa de la exigencia de integridad? Pues a pesar de que muchos consideran que hay un vínculo indisoluble, una coherencia manifiesta entre buena persona-buen escritor, obra genial-comportamiento genial, novela revolucionaria-progresismo a ultranza, no creo que exista tal cosa, o por lo menos no veo que ocurra tan así, ni tan frecuentemente. La obra, a veces, no tiene que ver con la postura política. Porque si por esto fuera, deberíamos leer en la colosal y exquisita obra de Borges su simpatía con una de las dictaduras más feroces que sufrió la Argentina, o para dar un parangón más nobel, no podríamos seguir admirando a Faulkner pues sus dichos fuera de la escritura incluyen frases como estas El éxito es femenino e igual que una mujer: si uno se le humilla, le pasa por encima. De modo, pues, que la mejor manera de tratarla es mostrándole el puño. Tantos genios en su arte han sido terribles bocajarros cuando vierten opiniones fuera de su oficio. Que los necios hablen y los genios callen, decía mi madre, y este es uno de los mejores consejos-refranes que pueden regir la vida del artista. Agrego: mejor que decir, es hacer, y como país, culto y civilizado, educado y abierto, podemos demostrar en este simple acto de invitarlo a nuestra feria, el ejercicio de la pluralidad de voces que Vargas Llosa se empeña en desconocer. Venga a visitarnos, señor escritor, con los ojos bien abiertos, con el entendimiento dispuesto, pues es mejor informarse antes de salir a despilfarrar palabras, o para decirlo de otro modo: todo pez por la boca muere. Y si no quiere prestar orejas a lo que hay, y decide seguir arrebujado en los fantasmas que su notable imaginación inventa, no se preocupe, venga de todos modos. Seguirá existiendo su literatura para rescatarlo.
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1 comentario:
voy a leer a vargas llosa
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