Encarar la lectura de un libro del misterioso Thomas Pynchon (no se sabe nada sobre su persona, apenas hay una foto que atestigua que existe, y sus libros) requiere de un grado de “valentía literaria”, por llamarlo de alguna manera, extrema. En la mayoría de las veces esto se debe, en primera instancia, a la extensión de sus novelas. No es el caso de La subasta del lote 49. Pero hay otros obstáculos: personajes que entran y salen todo el tiempo, nombres que de tan ridículos a veces tienden a ser confundidos (en La subasta… Mucho Mass, Edipa Mass, Gengis Cohen…), y una aparente incoherencia que asusta al más leído.
Salteando estos preconceptos, es justo decirlo, los libros de Pynchon son geniales. La subasta del lote 49, su novela más breve, comienza con la señora Edipa Mass al enterarse de que ha sido nombrada albacea de una herencia. Desde ese momento, la señora Edipa Mass se verá envuelta en una serie de delirantes encuentros con otros personajes, e irá perdiendo contacto con la realidad que la rodea. A su vez, esta situación, la hará avanzar hasta la subasta del lote 49. Acorde con el tono de la novela, el libro final del libro es abierto, y hay cuestiones argumentales que nunca sabremos, pero tal vez lo mejor en estos libros tan particulares es no dar demasiados datos, ya que gran parte de su encanto reside justamente en que el lector se sorprenda a medida que los va leyendo.
Escrito en la década de los 60s, se pueden apreciar algunas cuestiones propias de la época: el consumo de LSD de Edipa, la figura de la psiquiatría, al sesgo se asoma la cultura rock que comenzaba a ser parte de la vida diaria, el papel de la mujer en la sociedad… Es notable como a pesar de ser un libro tan fuertemente enmarcado en una época, se puede leer sin que tenga “gusto a viejo”, cosa que no siempre sucede con este tipo de obras.
Para muchos La subasta del lote 49 es la mejor puerta de entrada para conocer a Thomas Pynchon y su alucinado mundo de freaks y confabulaciones.
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