MIS ESCRITORES MUERTOS (de Daniel Guebel), por Silvia Reneé Arias

MIS ESCRITORES MUERTOS

de Daniel Guebel

Mansalva, 2009

por Silvia Reneé Arias


Libro curioso, Mis Escritores Muertos. Un precioso librito (por su formato, diseño de tapa y, sobre todo, su contenido), de apenas 62 páginas, que comienza con un primer y muy breve capítulo que es casi una declaración de principios acerca de la literatura, después de anclar por unas pocas líneas en las aguas de la no ficción. En efecto, Daniel Guebel (Buenos Aires, 1956, escritor, guionista de cine y dramaturgo), comienza este homenaje a sus escritores muertos (Jorge “Dipi” Di Paola y Héctor Libertella), contando cómo conoció al primero, y ello lo lanza, justificadamente, a exponer algunas de sus teorías acerca de la literatura y, en particular, de la obra de los dos autores citados. Leemos entonces, por ejemplo: “Era una voz (la de Di Paola) en estado de transparencia, como él: un artista que sabe que su única obligación es llevar a un punto de extenuación y máximo desgaste a sus materiales”, y también, en lo que podría considerarse ya su credo (el de Guebel), arremete a su modo contra la prosa “que puede leerse de manera tradicional” y que “al término satisface la demanda del lector que reclama la zoncera de la comprensión y el sereno beneficio espiritual que acompaña a la restitución de un orden”, refiriéndose al cuento La forma, de Di Paola, para aclarar que a pesar de todo ello, “Dipi” se las arreglaba “para invalidar toda la teoría que postula la supremacía del cuento como artefacto”, y a partir de allí uno advierte que el mejor homenaje a esos escritores que ya no están sino en sus libros, es ni más ni menos que la puesta en práctica de esas creencias, de ese modo de narrar donde abundan las vueltas de tuerca, los giros inesperados.

Profundo conocedor de la psicología humana y dueño de un elegante estilo narrativo que la describe con amena minuciosidad (un buen ejemplo es Nina, novela publicada por Emecé en el 2000), su literatura aborda el tema del amor y sus imposibilidades, cuando no la imposibilidad de narrar ese mismo amor y, sobre todo, el dolor que suele causar este noble sentimiento (otro buen ejemplo, tal vez el mejor hasta ahora en este sentido, sea Derrumbe, Mondadori, 2007). Un amor, y sobre todo un dolor, que en su prosa cobra siempre una dimensión diferente, porque la literatura de Guebel es libre, no está atada a estructura alguna, se permite el desborde, escribir más allá de los límites en busca de ese punto de extenuación, al cabo de desgastar al máximo sus materiales. Y es por eso que lo que aparenta ser al principio, en este libro, un paseo por anécdotas de sus admirados y queridos escritores muertos, se sale de su eje, se dispara en una historia hilarante, fantástica, donde abunda ese humor “tan Guebel” que sabe revelar verdades políticamente incorrectas, como todo humor inteligente, y que recurre a guiños simpáticos, como por ejemplo el hecho de que sea el 20 de agosto (día de su nacimiento) el día “espléndido, peronista”, en la que el monstruoso protagonista de la historia “reveló al mundo el resultado de su elección”. Porque Guebel, como sus muchos lectores reconocen y agradecen, es un escritor irónico, punzante, y a la vez, muchas veces, sumamente divertido. Un escritor que en este libro, como apunta quizás innecesariamente al final del mismo, omitió los hechos en pos de entender el sentido de una experiencia de la que no pudo sustraerse. También porque, como él mismo ha declarado alguna vez, “es imposible contar el dolor (...), lo que puede hacerse es contar la escena, narrarla mejor o peor, incorporar o eliminar detalles, pero la emoción no tiene nombre, carece de palabras.”

Mis escritores muertos es fiel al ideal de su autor, que goza de decir siempre otra cosa además de lo dicho, alejándose de lo convencional; una narrativa en la que impera la emoción, pero también la rareza. Editado en 2009 por Mansalva, es posible encontrarlo en las librerías, si se pide por él. “Cuando leo, imagino que lo hago con los anteojos de Libertella; cuando escribo, lo hago para que él me lea”, confiesa Guebel casi al final. Seguramente Héctor Libertella, y también Jorge Di Paola, estén donde estén, también habrán disfrutado de esta breve pero inolvidable -y sutilmente triste-, historia que los recuerda.

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