PLACEBO (de José María Brindisi), por Marina Arias


PLACEBO
José María Brindisi
Entropía, 2011
por Marina Arias



En la página setenta y ocho de Placebo, el narrador, montado en el hombro de Becerra, único protagonista de esta nueva nouvelle de José María Brindisi, advierte: “si no se supiera tan convencional creería que está a punto de enloquecer. Pero los tipos como él no enloquecen; tienen arritmias, a lo sumo, y a lo sumo mueren de un accidente en micro”. Sin embargo, como desde el principio, los lectores seguiremos sintiendo que este Becerra va a terminar aún peor que en un accidente; pero la certeza de que el final será inevitablemente trágico no desestima la necesidad de avanzar y avanzar en un texto que resulta tan atrapante como desesperanzador.

¿Quién es Luciano Becerra? Un hombre de cincuenti que hace muchos años, y a pocas materias de recibirse, abandonó la carrera de Filosofía para convertirse en un ajetreado consultor que durante el presente del relato va y viene de una mansión en el Tigre a bordo de su Audi flamante, y que para un observador desprevenido, un observador que no tuviera la posibilidad de acceder al flujo de su pensamiento como nos sucede a los lectores gracias a la pluma de Brindisi, podría parecer un vivo bárbaro: un tipo que como tantos otros no sólo ya no desea a su esposa sino que la detesta, y que compensa su hastío cotidiano con una amante estable y comprensiva (aunque después sospechemos junto con Becerra que no tanto).

Desde el principio sabemos que Horacio, su mejor amigo, se está muriendo de a poco en un hospital. Y la inminencia de esa muerte es el verdadero pivote de la historia: a lo largo del libro Becerra recuerda fragmentos de la juventud que compartió con Horacio hace una eternidad y cada recuerdo, para su presente aburguesado y confortable –su placebo– resulta más devastador que la metástasis en el cuerpo de su amigo. “¿En qué momento dejé de ser aquel pendejo con ganas de vivir?”, parece ser la pregunta constante de Becerra mientras el relato se acelera y se vuelve asfixiante y uno como lector siente una tristeza extrema. Una tristeza que, como pasa con la buena literatura, no deja de resonarnos como algo familiar. Algo que alguna vez sentimos aunque no hayamos podido pensarlo del todo. Y mucho menos volcarlo en noventa y nueve páginas como las que ha logrado José María Brindisi en este libro. Quizá el desenlace extremo, un final más de cuento que de novela –y acaso la escritura de una nouvelle implique siempre una opción inconsciente por uno de estos dos géneros– disrumpa el efecto narrativo y la empatía con el lector. Pero en materia de literatura las sorpresas también son bienvenidas.

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