LA INVENCIÓN DE LO REAL (de Walter Iannelli), por Marina Arias

LA INVENCIÓN DE LO REAL
de Walter Iannelli
Simurg, 2012
por Marina Arias

Hace tiempo tengo la sospecha de que los epígrafes de los libros no suelen ser otra cosa que un gesto snob, una cita pretenciosa con el único objetivo de alimentar la idea de que en materia de lectura los buenos escritores están un escalón más arriba que sus mundanos lectores. (Y quién de nosotros no sintió una ráfaga de vanidad por sentirse parte de una camarilla exclusiva que conocía alguna frase citada, ¡la mar de las veces en otro idioma, preferentemente en francés, ¡par dieu!…)

No es el caso del epígrafe que Walter Iannelli eligió para encabezar La invención de lo real, su nueva novela. La frase es de Galileo: “Lo real sólo se descubre inventándolo”, y es la primera pista de lo que Ianelli verdaderamente abordó en las 165 páginas del libro.

Dentro de la historia que cuenta andan dando vuelta tres títulos: “La creación de la realidad”, nombre del último libro de Patiño, un repugnante autor de bestsllers que es uno de los protagonistas; “La inversión de los términos”, un intento de hacer justicia literaria por parte de Calvo, el otro protagonista, quien detesta al exitoso literato; y finalmente, “La invención de lo real”, el título que a Patiño se le ocurre al final del libro, cuando Calvo ya… (pero, ¡¿qué me pasa?!... llevada por el entusiasmo analítico casi develo la trama…).

Ése es el giro (tan semiótico como existencial) que propone Iannelli en esta novela: el que se produce al cambiar la idea de “creación” (una palabra que siempre suena solemne, quizá porque no puede despegarse de la idea de lo divino, y que sugiere que la obra en cuestión cuenta con un proyecto que al mismo tiempo que la guía la contiene) por la de “invención” (una tarea muchísimo más lúdica en la que –y quizá, si llevamos el razonamiento al extremo, sólo en la que– el hombre, tiene la posibilidad de ser libre).

El libro de Iannelli echa luz sobre ese giro, y sobre el cambio que se produce en el sentido –tanto del mundo como de la vida– cuando se abandona la esperanza de habitar una realidad comprensible para empezar a pensarse como habitáculo de “lo real”, algo que no responde a ninguna explicación acabada (nota: sospecho que si Iannelli no es psicoanalista debe tener varios años de diván encima…).

La invención de lo real se desliza por los carriles del absurdo y lo desborda. El escenario es una Argentina “post algo” que nunca se explicita pero se siente horroroso. Buenos Aires ha sido convertida en un gueto del que sólo pueden irse algunos pocos autorizados, y lo de “autorizados” es central: porque en esta historia no hay rebeldía, hay una aceptación de lo instituido que más que una resignación política parece la asunción de la fatalidad existencial a la que no podemos sustraernos (“Calvo sintió que a él ahora le pasaba eso. No de la misma forma pero análogamente. Él había estado corriendo delante de las cosas por tanto tiempo, sacándose las hilachas de los zapatos y ahora veía que esas cosas se le subían por las rodillas. Que ya no era posible correr delante o detrás del rebaño para intentar corregir su curso como un pastor desbocado. Ahora estaba dentro del tumulto de patas. Ahora el rebaño estaba dentro de uno y uno era ese rebaño y debía ser consecuente con eso, con las ovejas que supimos conseguir”).

La novela alterna el punto de vista de los dos protagonistas: el de Patiño, un escritor que hizo carrera gracias a los contactos con un grupo que alguna vez puede haber sido un partido político pero ya no es más que una secta tan paranoica como inhumana; y el de Calvo, un hombre asqueado de todo, convencido de que la culpa de la pérdida de su paraíso la tienen los libros de Patiño y dispuesto a todo para detener sus dañinos efectos en el mundo. El texto además cuenta con guiños sobre el canon literario occidental (el escritor es manco, hay dos mujeres que se echan a perder por culpa de la lectura…) y se guarda para el final un pliegue metatextual y paradójico.

Empecé está reseña con una sospecha que tengo hace tiempo, y la termino con otra que me despertó la lectura de La invención de lo real: el absurdo, cuando está impecablemente logrado como es el caso de esta novela de Iannelli, al abandonar cualquier pretensión de simbolismo y de lógica narrativa, provoca sensaciones mucho más epifánicas sobre el (sin) sentido de la existencia que cualquier texto que se proponga captar y compartir eso mismo con los recursos y las reglas del relato realista.


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