POSTALES DE ARCO (por Silvia Reneé Arias)

POSTALES DE ARCO
por Silvia Reneé Arias

El AVE es feo, pero hace el trayecto Valencia-Madrid en un par de horas, a unos 280 km/h. Con salida a las 10:05, al mediodía entra en Atocha. Taxi a la Gran Vía, Hotel de las Letras. Apenas tiempo para leer, con orgullo patriota, las instrucciones de Cortázar para subir una escalera, transcriptas en una de las paredes, cuando ya el segundo taxi parte rumbo a la Feria de Madrid. Que está lejos, a unos veinte minutos de viaje, pero de pronto muy cerca, tanto que ahí está el pabellón donde tiene su espacio Solo Projects.

Estamos en una nueva edición anual de ARCO 2012, una de las ferias de arte más importantes del mundo. Y Solo Projects consiste en una galería, un proyecto, un artista. Pero en La Ruche Galería son varios los artistas presentados (los uruguayos Fidel Sclavo y Carmelo Ardenquin, y la desaparecida Sarah Grilo, de Argentina), aunque el destacado es Eduardo Stupía, que se presta generoso a un diálogo informal, junto a uno de sus lienzos, de técnica mixta, carbonilla, pastel y óleo, de gran tamaño, formato al que ha evolucionado hace unos tres años.

El mercado latinoamericano del arte, ajeno a la crisis mundial, se presenta fuerte gracias, entre otras cosas, a fenómenos locales como México y Brasil. Lo que agrega Stupía es que en la Argentina se ve, y se agradece, un concierto multigeneracional: artistas como Felipe Noé (nacido en 1933), integrantes de una generación intermedia (como el propio Stupía), y jóvenes, en sus propias palabras, “de una vitalidad extraordinaria”. Eso sí, como es costumbre, en lo que se refiere al apoyo institucional, la política de Estado falta, a pesar de los premios nacionales. Nada nuevo bajo el sol. Y en Latinoamérica, para volver al punto, se advierte una presencia “no étnica” en las obras, el punto no está dado tanto en el aspecto social sino que se tiende a la abstracción, a la geometría. En otras palabras, tiende a ser un arte suyo sentido está puesto más en el lenguaje que en el contenido.

¿Y qué hay del mercado argentino? Bueno, para Stupía ha surgido un coleccionismo “nuevo, dispar, timorato y paranoico”. Lo que pasa es que hay tanta oferta, que uno sabe qué es lo que le gusta. Lo que determina a ese “coleccionismo” es, entonces, el precio. “Lo importante es que los que vendan sean creíbles”, comenta este artista, que desde el 2000 confía sus obras a la La Ruche Galería.

El recorrido recién empieza. Si el mandato de ir a ver la pieza más cara de la feria (un “francis bacon” de la galería Marlborough por once millones de euros) queda olvidado en el paseo, posiblemente se deba a la atracción que sobre uno ejerce el portugués Isaque Pinheiro, invadido felizmente por la voluptuosa alegría que le depara la creación. Literalmente, nos toma de la mano y nos lleva a ver sus propias obras, exhibidas más allá de la galería Ybakatu, de Curitiba: por ejemplo, una escultura de madera que representa un árbol desarticulado, en realidad una marioneta que no se advierte a simple vista debido a que los organizadores no han dirigido las luces de los spots en el ángulo correcto. Pero Isque se ríe, despreocupado. La obra se llama “Arriba de la tierra y debajo del cielo” y su precio es de 19.000 euros.

Tras la despedida de Pinheiro, la atención se centra en el español Germán Gómez (1972), que conjuga fotografía, dibujo y escultura: fotografías cosidas a máquina junto a piezas de papel vegetal en el que el dibujo se hace presente a través del recorrido del hilo negro y del lápiz compacto, creando una obra tridimensional. “Del susurro al grito” es una de sus más impresionantes piezas, y fue creada a partir de una triste anécdota: la reacción de un amigo al dársele la noticia de que padecía sida.

Mientras Pedro Almodóvar ingresa al pabellón 8 con tres asistentes y lleva un apuro que se diría de incendio, pero sonríe al ver la cámara enfocándolo, en el stand de la galería ADN, de Barcelona, se concentran, de otro modo, las miradas: allí se exhibe un “Francisco Franco” del artista Eugenio Merino… dentro de un frigorífico. Y si no fuera por eso, se diría que está vivo, tan impresionante resulta.

Mucho más tarde, pasada la medianoche, colmadas las almas de tanto talento reunido, alguien comenta, en el atiborrado Bar Cock, en la calle Reina 16, donde el “tout Arco” se ha hecho presente, que Pedro Almodóvar no compra arte, que le gusta visitar a sus amigos, los artistas. Al día siguiente, mientras el feo pero rapidísimo AVE nos devuelve a Valencia, se nos ocurre que nos ha sucedido algo similar a lo que –dicen- le pasa a Almodóvar: no ha habido nada mejor en estas últimas horas que visitar “a los amigos”. A los artistas.

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