EL DURMIENTE
de Ulises Cremonte
Ediciones El Broche, 2012
Por Marina Arias
En
el número anterior de LAT y gracias a reseñar La invención de lo real, la genial
novela de Walter Iannelli, tuve algo así como una epifanía: me di cuenta que un
relato absurdo puede provocar sensaciones mucho más iluminadoras del (sin)
sentido de la existencia que cualquier texto con intenciones realistas. A los
dos días me desperté dispuesta a quemar todos mis cuentos costumbristas, que siempre
cuentan con un revés de… (¿siniestridad? ¿Cómo diantres se sustantiviza la
cualidad de siniestro, alguien sabe?)y pegarle un martillazo a la notebook en
la que tengo hibernando dos novelas inéditas que funcionan como un diáfano relojito
narrativo para cualquier lector.
(Bueno,
sí, adivinaron: no quemé ni rompí nada... Lo que hice fue intentar escribir una
historia que escapara a cualquier carga de veracidad y previsibilidad narrativa…
Pero lo que me salió era una bazofia tan mayúscula que decidí volver a lo mío: estructuras
contenidas y protegidas por acontecimientos y personajes ve-ro-símiles.)
Empecé
a asumir, no sin un dejo de amargura, que el camino hacia un texto literario
verdaderamente significativo quizás era, inevitablemente, el des-borde de la
legilibilidad y de cualquier regla de género… y que quizás lo mío fuera más el
origami que la literatura.
Entonces
llegó a mis manos El durmiente, la
novela nueva de Ulises Cremonte. Y la vida volvió a sonreírme.
Echando
mano del comic (“cuando descubrió al hombre tuvo un relámpago de interés en sus
verdes pupilas”, dice casi al principio, y es sólo la primera de las veces en
que uno siente que Cremonte logra traducir en palabras una viñeta muda de la D’artagnan
o de El Tony que nos quedó grabada en la retina) y siempre a caballo del
western (sí, señor, adivinó: hay un ajuste de cuentas por un asesinato, una
chica, y un malo muy malo) esta historia de 37 páginas nos trae un mundo
post-algo espantoso que destruyó los edificios, la capacidad de dormir de las
personas y la logística de Mc Donalds (la acción transcurre en una cantina
instalada en uno de los locales abandonados por la marca del payaso) para
reírse y hacernos reír de la arbitrariedad de nuestra realidad. Una realidad
quizá tanto o más convencional que las reglas y la retórica de género a las que El durmiente, como un trapecista, se
aferra fuerte para lograr saltos discursivos brilllantes (“-Cocot, volvete a tu
departamento-. Pero la muchacha, a quien nada la atemorizaba estando junto a
Yaqué, no se movió de su lado y dirigiéndose a Figueroa, dijo: -Me tenés harta”).
Plena
de humor negro, por momentos El durmiente
recuerda a lo mejor de la filmografía de Alex de La Iglesia. Cocot (como la
marca de medias, otro guiño del texto), la fémina con un pasado laboral que se
intuye non demasiado sancto; Figueroa, el malvado dueño de todas las almas que pululan
por un Berisso oestizado y que resulta tan ocurrente que merecería una saga
propia; y Castano, el forastero quien quizás por efecto del celsio al que acude
cotidianamente para lograr dormir más que el resto de los mortales (una horita)
no parece tener muy claro el rol que le toca cumplir en la historia (y no lo
cumple, hasta en eso el relato se burla de la previsibilidad sin por eso
volverse críptico): Cremonte rompe una y otra vez con la regla, y todas las
rupturas, una vez producidas, a los ojos del lector resultan lógicamente
necesarias.
El durmiente es uno de los títulos que hace un mes lanzó ediciones El broche, un
emprendimiento de los escritores Esteban López Brusa y Carlos Ríos que se propone
publicar libros de menos de 40 páginas a un precio mínimo (15 pesos cada uno).
“Para leerlos de una sentada y por la mitad de lo que vale una cerveza”, leí
que explicó López Brusa en un reportaje. La colección -doy fe- es apta para la
cartera de la dama o el bolsillo del caballero e incluye títulos de Patricia
Suarez y María Martoccia, escritoras a las que hemos elogiado en más de una ocasión
desde estas mismas páginas.
Señores,
me despido con la alegría de tres buenas noticias:
1)
Hay publicada una novela vernácula
genial más.
2)
Una historia redonda y amena bien
puede ser un chispazo certero para apreciar el (sin)sentido de la vida (está
bien, lo admito: el juego de palabras con el paréntesis es medio siome…).
3)
Hay gente que está pensando
estrategias para que autores y lectores nos encontremos por los bares, (¿o
acaso no es esa la sensación cuando uno disfruta de un buen texto?).
El
durmiente y el resto de la colección de ediciones el broche se consigue a
través de edicioneselbroche@gmail o por el facebook (ediciones el broche)
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