EL SISTEMA DEL SILENCIO
de Valeria Tentoni
17 grises, 2012
por Emiliano Acevedo
Al leer este libro de relatos cortos escrito
por Valeria Tentoni (Bahía Blanca, 1985) lo primero que llama la atención es la
juventud de su autora, ya que su escritura está llena de elementos en los que
se aprecia la visión de alguien que ha vivido, y mucho. Tentoni sabe escribir
bien. En sus relatos no hay ni una palabra de más, ni de menos. Perfecta cadena
de montaje en donde sus palabras se agrupan, sin adornar de forma excesiva,
nada; a pesar de transitar estilos, formas y lugares comunes de ese género
batallado al que los indígenas llamamos, simplemente, “cuento”. Así son los
relatos de “El Sistema del Silencio”, un libro que gusta, sin pudores. Estos
cuentos, más allá de que varios de ellos sean de características intimistas, no
son para nada tibios. Es la voz de alguien que no tiene miedo de meter su mano
en la alcantarilla para rescatar un anillo caído. A veces brutal, a veces
tierno; es sexo que se huele, se tiene o se desea. O, también, la repugnancia
salida del vómito más profundo de una garganta podrida. Una bombacha rosa
tirada en la mesa, junto a una estampita. Llantos, gritos, gemidos de placer o
dolor, cavernas oscuras y/o bien blancas y amistosas, humedad lasciva que te
inunda, violencia y asco... Tentoni no se anda con chiquitas a la hora de
escribir cuentos. Así tenemos relatos como “La Culebrilla”, donde la autora
cuenta, en primera persona (¿medio autobiográficamente?), desde su papel de
tía, la extrañeza hacía eso que otras jóvenes de su edad denominan
“maternidad”. Por el contrario, el cuento “El Sistema del Silencio” tiene la
forma de un relato cuasi cinematográfico, perfecto en su estructura super
original, en la que un abuelo, al estilo Vito Corleone (más por lo violento que
por lo mafioso), inicia una corrida (¿mortal?) con su nieto. “Dendrita” es
aquella carta que nunca llegó porque nadie se animó a mandarla; y “Federico”,
el recuerdo de la infancia hecha carne trémula, la remembranza de lo que pudo
haber sido y no fue. “Ruiz” también habla de la infancia, pero de manera muy diferente;
ya que sus múltiples voces lo transforman en un relato complejo y atractivo. En
“La Proyección del Desastre” se adivina, a la distancia, un divino/indigno
presagio; y con “Cuarto de la Derrota” muchos nos sentiremos reflejados en esta
historia centrada en la experiencia nocturna (¿e inenarrable?) de acompañar a
un ser querido, o viceversa, en una internación hospitalaria. Mientras que el
texto “La Sorda”, con su narración breve (tan sólo dos hojas), es un certero
cross literario a la mandíbula que anuncia el knock out... En “Mongolia”
aparece la voz interior de una mujer paranoica acosada por una problemática
actual: la inseguridad. Como decíamos, el erotismo cumple un papel crucial en
alguno de los cuentos de Tentoni, como sucede en el relato (casi como si fuera
un diario intimo) del tímido homosexual de “Cuchillas”, o en las fantasías muy
gráficas y húmedas de un oscuro operario que viaja en subte, en “Clases de
Canto”. Por ejemplo, en “Rojo Sobre Blanco” tenemos el contrapunto de dos
mujeres que viven bajo un mismo techo: una recontra puritana, católica y
republicana; y la otra, un alma libre. El choque es evidente, se huele en el
aire; como si un animal siguiera un rastro de sangre. El mismo rastro que nos
lleva temporalmente hacía atrás en “Los Ñatos”, cuando Tentoni sorprende
metiéndose en la piel de un ex alumno de un secundario industrial del conurbano
bonaerense, que recuerda su ardiente y curioso despertar sexual. Aquí, la
autora demuestra habilidad al narrar muy bien, y en primera persona, el mundo
ajeno de un adolescente con las hormonas desatadas. Sin temores, Tentoni se
anima a transitar la línea del género- al igual que lo hace en “Cuchillas”-,
para “disfrazarse” de hombre -hetero u homosexual, lo mismo da- sin parecer su
relato impostado, o fingido, sino fluido y vital. Como la mayor parte de este
libro de cuentos que no decepciona. En verdad, recomendable.
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