PURA SANGRE BUSCA ESTABLO
de Lucas Oliveira
Editorial Funesiana, 2012
por Edgardo Scott
Hay escritores a los que se les ve el ademán. No importa que
ese ademán sea de solemnidad, de extravagancia, de interés comercial, o de
simple demagogia; uno ve que tal o cual idea, tal o cual autor, tal o cual
libro, e incluso tal o cual decisión estética, no sólo surgen del pensamiento o
el estilo de ese autor, sino de un cálculo atribulado, mezquino y bastante
ilusorio. De todas formas, no por eso los escritores son buenos o malos (la
calidad de una obra, o de un texto, guarda con su autor una relación mucho más
compleja). Pero sí es cierto que ese ademán molesta, distrae, afea y repercute
sobre la obra. Y sobre el lector. El lector debe hacer a un lado el ademán,
para poder leer y valorar en su justa medida –una medida que en verdad sólo
puede ser sensible- el texto que tiene enfrente.
Y hay otros escritores que parecen tener prohibido ese
ademán. Como si hubieran nacido sin ese rasgo. Es más, si alguien llegara a
obligarlos o a convencerlos, obtendría la peor decepción como resultado. Lucas
“Funes” Oliveira es uno de esos escritores, y en Pura sangre busca establo, su
último libro, hay una nueva muestra de su particular, inevitable y preciosa
“negatividad”.
Ya desde la primera parte del libro –por no decir desde el título-
hay esa interpelación sincera hacia el lector: un libro de poesía, un poemario,
comienza con un manual de instrucciones. Oliveira anota las “Instrucciones para
escribir con la mano izquierda”. Y el lector, desconfiado y feliz, se encuentra
entonces con las indicaciones y consejos para lograr ese proyecto que, como
escribe Oliveira es “maravilloso e impopular”. Alguien podría situar el sesgo
político, el sesgo de izquierda que, camuflado en el texto absurdo, se intenta
metaforizar. Esa lectura es válida, pero sería a la vez muy incompleta y
superficial. Intentaremos hacia el final de este artículo retomar este punto.
Después de las “Instrucciones…”, suerte de extraño prólogo
del libro -y que quizá nos prevenga de cómo leer el libro, de cómo leer lo que
sigue- se abren por fin los poemas. Se abren es un decir, porque en realidad
los poemas irrumpen, entran en palacio como bestias, como búfalos o
revolucionarios.
Un poeta no es un hacedor de versos; es, tal vez, un aleph
de sintaxis, verdad y música. En un
poeta auténtico todo está hecho de una sola pieza. Un poco como los
instrumentos que elabora un luthier. Pero para orientar al lector, y para
situar a Oliveira en una tradición, habría que pensar en Zelarayán, en
Lamborghini, en el Mallarmé de “Una negra”, e incluir también, para la
alquimia, el desajuste y zigzagueo de Girondo. Escribe Oliveira: el velorio
estuvo bien/vino tu tío del sur trajo merca para todos/se llevó tus dibujos y
poemas/yo me quedé con el celular/tus primos con las cenizas/en mi diario
escribí/Luquitas, muchos Luquitas/y lloré/una/semana/entera. Hay algo de
epistolario en este libro. De epistolario amoroso y desesperado. Epistolario
poético, traidor, como las Cartas a Clara que escribió Rulfo.
Por
último el libro cierra con dos textos en prosa. Textos breves, Mosquitos y Cursi.
Nada de la poesía se pierde en esos textos. Más bien se retoma el inicio del
libro, con sus “Instrucciones para escribir con la mano izquierda”. Se retoma
una particular, imposible unión que suele escribir Oliveira; es la unión entre
el amor, la ética y la política. ¿Grandes temas? No, en Oliveira tienen el
valor de insistencias, de alimento para poetizar zonas desalambradas, mezclando
todo. Otra vez: diferentes partes, pero una sola pieza de madera.
El verdadero pintor es aquel que es capaz de pintar
pacientemente una pera rodeado de los tumultos de la historia. Dijo Dalí. Las
partes de este libro están todas separadas por títulos de cuadros de Dalí: La
jirafa ardiente, La pesca del atún, Últimos días en Figueres. Ahora también
recuerdo el Testamento político de Lenin, sus últimos escritos, donde lo
agobiaba, además de su muerte, la inevitable escisión del partido, de su fuerza.
Siempre me apenaron esas hojas de Lenin, porque Lenin –un puro- parecía
desconocer que ni la sangre es pura. Pintar pacientemente una pera rodeado de
los tumultos de la Historia. Tal vez algo no muy distinto se pueda decir de la
escritura de este libro, y de su autor, un verdadero poeta.
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