por Augusto Munaro
Ese obscuro objeto del Deseo
En 1994, con 43 años de edad, Ercole Lissardi publicó su primer libro: Calientes. Desde entonces, y con novelas de fuerte contenido erótico, este prolífico autor ha indagado las vicisitudes humanas poniendo su atención en el deseo como fuente inagotable de su narrativa. Aurora lunar, El amante espléndido, Los secretos de Romina Lucas, Horas-puente, La vida en el espejo, y No, entre otras, buscan a través de la hibridación de géneros –policial, fantástico, político, existencial-, ahondar con la pericia de un especialista, esa delgada línea entre el erotismo y la pornografía.
Con un estilo sencillo, transparente aunque siempre directo y crudo (razón por la cual sus detractores lo han tildado de “pornógrafo”), sus historias operan como casos testimoniales donde el deseo domina las vidas de sus personajes de manera despótica.
Editorial Planeta acaba de lanzar El centro del mundo. 3 nouvelles calientes. Es su primer libro editado en suelo argentino y, con él, Lissardi continúa su campo de experimentaciones obsesivas. Una aguda e irónica radiografía de la sociedad de consumo y de la mistificación de los goces ofrecidos por un mundo cuya reconfortable banalidad propone múltiples espejismos de quimeras inasequibles. Una de las voces más penetrantes y sugestivas de la literatura rioplatense contemporánea.
-El punto neurálgico de su literatura es el deseo. Sin ir más lejos usted mismo prefiere presentarse como un “escritor cuyo tema es el deseo”. Toda su obra gira entorno a su intensa exploración. Ahora bien, ¿pudo elaborar una teoría personal respecto a la misma, o se trata de un concepto completamente inasible?
-Diré unas pocas palabras acerca de un tema -el Deseo- que, si estuviera resuelto, mi inspiración desaparecería. No es posible, para el tipo de escritor que soy, escribir acerca de temas resueltos. De manera que comienzo pidiendo que si alguien posee la verdad del tema, no me la comunique. El Deseo es una fuerza misteriosa porque no sabemos en qué se origina en tanto fuerza irresistible, ni sabemos a dónde se dirige más allá de las apariencias, ni por qué se agota. En otras palabras, somos los títeres furiosos de una fuerza que súbitamente decide que nos es imprescindible algo que no sabe qué es, pero que está segura de que de alguna manera se esconde en alguna dimensión del ser de alguien -fulana o fulano- concreto, con nombre y apellido, teléfono móvil y dirección de email, y que, en tanto sus títeres furiosos, nos lanza a la conquista de ese alguien para, habiéndolo conquistado, devorarlo en la medida en que sea posible devorar a alguien, tratando de descubrir qué es ese algo que la imanta. Tan imprevisiblemente como comenzó, aquel frenesí cesa, dejándonos, por cierto y en cualquier caso, perfectamente insatisfechos, sin saber si lo que conseguimos era lo que buscábamos, o si nos equivocamos de pe a pa y todo fue una alucinación, porque allí no estaba la cosa. Lo más sorprendente de todo esto es que la dicha fuerza es tan fascinante que el tal alguien, en vez de huir y rechazar tajantemente el acoso, se somete al saqueo de sí, al punto de volverse cómplice y de terminar por sufrir cuando llega el imprevisible agotamiento del frenesí. Como se puede apreciar por esta descripción, el tal furor llamado Deseo consiste en una de dar palazos a ciegas a unas alucinaciones y a unos fantasmas, con un modo de agitación que recuerda vagamente a la psicopatía y al misticismo. Por supuesto, hay quien, pasado el trance, se dice que esto es por esto, y aquello por aquello, y que si se mira bien la cosa todo se explica así o asá, y se queda tan pancho con sus explicaciones como un Ahab que trajera de remolque a la ballena blanca.
-¿Además del deseo, podría glosar algunos de los tópicos que atraviesan este tríptico de nouvelles que conforman El centro del mundo?
-Lo que me gusta especialmente de El centro del mundo es que cada una de las novelas ejemplifica una de las vertientes que emergen aquí o allá en el conjunto de mi obra. La que da título al volumen ilustra la dimensión lúdica, fantasiosa. La diosa idiota desnuda la veta de angustia metafísica. La educación burguesa, finalmente, me parece que ilustra la manera específica en que mi literatura es política.
-Me gustaría discutir ciertos temas recurrentes en su obra. Por ejemplo existen similitudes estructurales entre sus libros y las novelas policiales. ¿Es una elección deliberada?
-Yo diría que similitudes estructurales con la novela policial hay, que yo recuerde, en dos de mis novelas, en Los secretos de Romina Lucas y en El centro del mundo. Pero diría también que la influencia del policial en mi literatura va más allá de ciertas similitudes estructurales. De adolescente era fanático de Mickey Spillane y de Ross Macdonald. Es cierto que ya de joven dejé de leer policiales, pero hay cosas que quedan. Estoy convencido que de Spillane me quedaron en alguna medida la intensidad y el desparpajo, y de Macdonald me quedó el gusto por la precisión en la estructura del relato. Pero, por cierto, no son estas las únicas influencias que reconozco en lo que hago, o que notarán los lectores atentos.
-¿Qué lugar ocupa o debería ocupar la moral en su literatura?
-Soy, por cierto, incapaz de objetar moralmente conductas sexuales, siempre que estén basadas en el consenso de los participantes. Yo diría que la moral en mi literatura ocupa un lugar muy otro: consiste en no aceptarme límites en la exploración de mi tema, que es el lugar del Deseo en la peripecia humana. También considero que es un punto de vista moral en mi literatura el negarme al regodeo en la representación de la miseria espiritual y de la maldad, de la violencia y del pesimismo existencial al que dada la realidad del mundo es fácil suscribirse. Yo lo llamo mi lado Walt Disney.
-¿Por qué cree que a pesar de ser conceptos antagónicos, aún se tienda a confundir la erótica con lo pornográfico?
-Por pura falta de rigor intelectual. En mi libro La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en Internet, que próximamente publicará Paidós, explico cuándo nace la antinomia arte erótico/pornografía, para qué nace y por qué ya es absolutamente anacrónica.
-¿Se podría llegar a pensar la pornografía como un nivel más preciso (por su explicitud), de querer alcanzar un tipo de realismo más exacto?
-La pornografía no tiene ningún proyecto cultural de ninguna índole. La pornografía consiste en la mostración de actos sexuales tan detalladamente como sea posible y excluye cualquier tipo de representación de contexto, sea psicológico, social, cultural, etc. El consumidor de pornografía no quiere que se le sirva más que pornografía. Lo demás le sale sobrando. Y la industria de la pornografía sabe muy bien lo que quiere el consumidor al que sirve.
-Deseo y placer se retroalimentan. Según el comportamiento de sus protagonistas, a veces, con consecuencias un tanto maníacas. ¿De qué modo desarrolla sus personajes a medida que escribe sus historias?
-El placer sexual es una cuestión técnica. La habilidad para producir unas cosquillas placenteras es una cuestión técnica. A los libros que hacen hincapié de una manera sistemática en la cuestión del placer y sus técnicas yo los llamaría, pornografía didáctica. En la escalada del deseo el placer sexual puede ser un escalón, pero no es lo esencial. El deseo apunta mucho más allá del placer sexual. No recuerdo ninguno de mis personajes que haga de los refinamientos del placer un culto. Es que están dominados por la impetuosidad de su deseo, son más bien monomaníacos. Abismados en una situación persisten hasta quemarse las alas. Son Ícaros. Los personajes centrales de las tres novelas de El centro del mundo son buenos ejemplos de este carácter obsesivo de mis personajes.
-A menudo, en ciertos pasajes de sus libros, la mujer es un verdadero objeto sexual de deseo. Una visión que puede resultar, para algunos, un tanto machista. Lo paradójico es que un sector amplio de su público está formado por lectoras entusiastas…
-En una relación sexual los dos (o más) que participan son objeto el uno para el otro. Si mis libros le parecen machistas es porque mis personajes-narradores a menudo (pero no siempre) son hombres. Estoy seguro de que si le contara la misma historia pero tomando como narrador al personaje femenino, mis libros le parecerían feministas. Por lo demás, si algo caracteriza a mis personajes femeninos es que son fuertes, independientes, ocupan roles sociales diversos, no están genéricamente condicionadas, son dueñas de sí, y no temen tomar al tigre por el rabo.
-¿Cree que la búsqueda de la espiritualidad se relacione de algún modo con la voluptuosidad, la apetencia sexual?
-Desde los místicos cristianos al budismo tántrico espiritualidad y sexualidad marchan de la mano. Pero no creo que mis personajes intenten llegar a alguna suerte de espiritualidad por intermedio de la voluptuosidad. De hecho no creo que tengan claro dónde termina el cuerpo y empieza el alma, o viceversa. Ni creo que el asunto les provoque insomnio. Ellos se ven implicados en una situación, la padecen, sacan conclusiones a menudo bastante endebles, confiando en que les sirvan para seguir adelante y en que todo sea para bien.
-Sus personajes son siempre subyugados por el deseo (Ernesto y Mónica, de La educación burguesa, por ejemplo). Lo que ocurre –inversamente a lo que normalmente se cree-, es que ni bien caen en la tentación, su deseo se acrecienta, volviéndose una suerte de “obsesión”. Casi como si el placer no estuviera después de todo, en la cópula.
-Es exactamente como usted lo dice. Para mis personajes el placer –el goce, diría yo- no está, después de todo, en la cópula. Como le decía antes, el Deseo de que se ven aquejados mis personajes apunta mucho más allá del placer sexual. ¿A dónde apunta? No lo saben, no lo sé yo tampoco. Pero si mis libros estuvieran bien escritos este acercarse al borde, al límite, sería muy precisamente como tener la palabra en la punta de la lengua… y quizá, de pronto, recordarla. O, al menos tener el deseo de recordarla.
-Entiendo que en su juventud, le interesaba mucho el cine, llegando a ser docente de cinematografía en la UNAM.
-Llegué más lejos en el cine. Llegué a dirigir un largometraje… Fue ahí cuando me di cuenta de que el cine no era lo mío, que mis tiempos de producción no se parecen a los del cine.
-¿Por qué otras disciplinas del arte siente afinidad?
-Me interesan la fotografía, la pintura y la música. En ninguna de las tres disciplinas tengo formación. Mis gustos avanzan al azar. Por respeto a los que realmente saben de ellas, prefiero callar mis opiniones y mis gustos.
-¿Cómo vivió la experiencia de sus diez años de exilio en México?, ¿qué tipo de literatura le interesaba entonces?
-Parafraseando a Hemingway diría que México era una fiesta. Eran los tiempos de López Portillo y de De la Madrid. Sobraba dinero por todos lados. Y México, como lo llega a saber el que vive ahí algún tiempo, es un país absolutamente fascinante. Me olvidé de Uruguay y sus cuitas. Eludí cuidadosamente a los uruguayos exiliados que se reunían los domingos a hacer un asado, escuchar a Zitarrosa y llorar hasta tragarse los mocos. Me dediqué a gozar del país, me casé con una mexicana, mujer maravillosa y gran artista, que me enseñó qué demonios era esa cosa a la que yo aspiraba –el arte- y de la que hasta entonces sólo tenía, en realidad, una idea muy vaga. Mis lecturas de la época estuvieron dominadas por Malcolm Lowry y Elías Canetti. Ambos siguen siendo faros para mí.
-Llegada la hora de escribir un nuevo libro, ¿qué le exige hoy la novela, en cuanto forma narrativa?
-Nada.
-¿Nada?
-No me exige nada. Escribo absolutamente despreocupado del contexto social, histórico, político, cultural o literario en el que vivo. La escritura es para mí un ejercicio caprichoso hasta el autismo, libérrimo.
-¿Es cierto que escribe sus novelas en el lapso de un mes?
-Sí, es cierto. Un mes es más o menos el tiempo que me lleva la primera redacción de una novela. Las tres novelas de El centro del mundo las escribí entre enero y mayo. Me parece particularmente razonable que salgan juntas, en un solo volumen, porque habiendo sido escritas en un solo rapto de inspiración parece razonable pensar que tienen un substrato temático común, aunque yo no pueda decir ahora cuál es. Por ahora sólo puedo verlas en su diferencia.
-Disculpe la indiscreción Lissardi, pero, ¿cómo logra hacerlo?; me refiero a escribir a través de un rapto de inspiración…
-Escribo así de rápido porque escribo a partir de una imagen, una palabra, una idea, una sensación, pero nunca a partir de una historia. Si supiera qué historia voy a escribir no la escribiría, me daría pereza. Escribo para saber qué historia hay escondida en ese núcleo originario. Lo interrogo. Avanzo paso a paso, a ciegas. Nunca sé cómo sigue, cuál es el próximo paso. En la página 122 no sé qué va a haber en la 123, o dado el caso, no sé que precisamente la 123 es la última página. Es la curiosidad la que me espolea, la que me apura. La curiosidad de saber cómo termina esa historia. Y es esa curiosidad la que quiero contagiarle al lector.
-¿Aún cree posible vivir en una Uruguay menos puritana?
-Todas las sociedades evolucionan. Eventualmente Uruguay sabrá sacudirse de encima la pacatería. Yo mismo soy una prueba de que eso es posible. Porque si por un lado he sido acusado de pornógrafo, también es cierto que tengo un núcleo importante de lectores allí.
-¿Cómo vincularía a la Argentina en relación al mismo tema?
-La matriz cultural argentina, producto de su historia, es, en la materia, completamente diferente de la uruguaya.
-¿Se siente un escritor de culto?
-Se ha hablado de mí como escritor de culto porque hasta ahora he publicado en pequeñas editoriales que se dirigen sobre todo a un público de élite, un público intelectual. El número de mis lectores ha ido creciendo sobre todo en base a la recomendación personal entre lectores. Al escritor que se hace un espacio de esa manera normalmente se lo llama escritor de culto. Ahora bien, yo creo que mi literatura no es sólo para un público intelectual, sino que es también para un público de cultura general. La gente de Planeta ha compartido conmigo ese punto de vista.
-Por cierto, la mayor parte de sus lectores son gente joven que se encuentra entre los 20 y 30 años de edad. ¿Por qué piensa que es así?, ¿acaso la experiencia de la longevidad es prejuiciosa?
-La razón por la que la mayor parte de mi público es gente joven es muy sencilla: los que han nacido y se han formado en una cultura sin censura para los temas sexuales, no tienen prejuicios en la materia. Los más veteranos, los que crecieron y se formaron en un mundo donde había una pila de cosas que sí y otra pila de cosas que no, y que viven hoy con un pie en aquel mundo y el otro en el mundo de hoy, no diré que tienen prejuicios porque sería faltarles el respeto, pero diré que se sienten a menudo incómodos con mi literatura.
-¿Podría adelantarnos algo con respecto a los libros que está preparando en este momento?
-Además del ensayo que publicará Paidós, tengo prontas para publicarse cinco novelas más: una trilogía y un díptico. En tanto refiere a una dimensión esencial de la subjetividad, el campo de la erótica permite una diversidad de encares prácticamente infinita. En los libros por venir espero seguir explorando esa diversidad.
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