Claire Keegan fue editada en argentina en 2008, por el sello Eterna Cadencia. Se trataba del excelente Recorre los campos azules, un libro de cuentos que recibió las mejores críticas. En 2009 se tradujo otro libro de cuentos, Antártida y en el 2011 la nouvelle Tres luces. Luego de diez años de silencio, llega la nouvelle Cosas pequeñas como esas, también editada por Eterna Cadencia.
Comenzando por el final del libro, se lee
una nota que recuerda a los lectores cómo se estima que 10,000 niñas y mujeres
fueron encarceladas y obligadas a trabajar en las lavanderías Magdalene,
dirigidas por la Iglesia Católica en connivencia con el Estado irlandés. Nadie
sabe cuántos bebés murieron en estas lavanderías y hogares, o cuántos fueron
adoptados, porque la mayoría de los registros fueron destruidos o son
inaccesibles.
La autora toma este controvertido hecho
de la historia de Irlanda como eje central, reflexionando sobre cómo se trató
en Irlanda a las chicas que "se metieron en problemas". De hecho, el
libro está dedicado a las mujeres y niños que padecieron en las lavanderías de
Magdalene.
Pero Cosas
pequeñas como esas es, ante todo, una historia más que un artículo de
denuncia o una polémica. El poder del libro radica en su simplicidad: se lo
puede leer como una fábula, entrelazada con referencias a la natividad.
El escenario es una pequeña ciudad de
Irlanda, escenario que Keegan conoce bien y que suele utilizar para ubicar
geográficamente sus ficciones. Es invierno de 1985, el río luce oscuro y lleno
de lluvia, los niños se suben las capuchas antes de salir de la casa para ir a
la escuela y las madres apenas se
atreven a tender la ropa.
El protagonista es Bill Furlong, el
comerciante de carbón y madera de la ciudad, quien a medida que se acerca la
Navidad, se mantiene ocupado por demás. Entre sus clientes se incluye el
convento local, "un lugar de aspecto imponente" que tiene una
lavandería y una escuela de formación para niñas. En la ciudad se dice que no
son estudiantes, sino mujeres de clase baja que están siendo reformadas, lavando
la ropa sucia de la ciudad como penitencia. Y, de hecho, resulta ser un hogar
de madres solteras.
Cuando hace la entrega en el convento,
Furlong ve unas chicas asustadas limpiando el suelo. Lucen como si estuvieran encerradas,
con el pelo rapado. Una de ellas le ruega que la lleve a casa con él,
ofreciendo su trabajo a cambio.
Preocupado, confía eso que vio a su
esposa, pero ella dice que no tiene nada que ver con ellos. "Si quieres
triunfar en la vida, hay cosas que debes ignorar para poder seguir
adelante", lo aconseja. Las monjas tienen poder en todos lados, y no deben
ser desafiadas. Furlong sostiene que tienen tanto poder en tanto la gente se lo
siga dando. Pero también es consciente de que mantenerse “en el lado correcto”
es algo sensato para los negocios. Ante esta situación, el marco moral de
Furlong siente la presión.
Justo antes de Navidad, Furong vuelve al
convento, llega a la mañana temprano. Y vuelve a presenciar una escena que lo
incomoda. Furlong no quiere lidiar con este problema, pero le resulta difícil
apartar la mirada, como hacen otros. Tiene una lucha interna entre su
autopreservación y el coraje. Y mientras recorre la ciudad con luces y bullicio
de alegría navideña, su mente viaja hacia atrás.
Recuerda que su madre quedó embarazada a
los 16 años mientras trabajaba como empleada doméstica para la Sra. Wilson, una
viuda sin hijos que vivía en la casa grande en las afueras de la ciudad. Sus
abuelos la repudiaron, pero la Sra. Wilson apoyó a la adolescente y le permitió
conservar su trabajo y tener su bebé con ella. Había comida y refugio para
ambos.
Furlong no tiene dudas: sin la Sra.
Wilson, su madre podría haber terminado en un hogar para madres y bebés. ¿Y qué
hay de sus propias hijas? ¿Cómo serían tratadas si quedaran embarazadas fuera
del matrimonio?
Tales consideraciones resuenan en su
mente, incluso cuando recuerda el consejo de su esposa. Sin embargo, Furlong se
da cuenta de que a cada uno se le dan días y oportunidades que no volverán a
ocurrir. ¿Tendrá el coraje de tomar una decisión al respecto?
Es ese el interrogante que tracciona Cosas pequeñas como esas y hace que,
una vez más, una ficción de Claire Keegan no defraude.
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