NOTAS SOBRE LA EXPERIMENTACIÓN, por Mariana Docampo

NOTAS SOBRE LA EXPERIMENTACIÓN
por Mariana Docampo


Desde un punto de vista formal, podríamos decir que hoy por hoy, la novela ya no es un género en sí mismo sino que abrió a cruces y resquebrajamientos -incluso pastiches- de todo tipo y se disolvieron sus bordes. Se mezcla con el ensayo, la poesía, el relato, incluso el teatro y el guión, o los posteos en redes, y admite injertos de cualquier cosa, como intercambio de mails o Whatssaps, hipervínculos, y todo lo nuevo que vaya llegando. Una novela es ahora “casi cualquier cosa que se ponga entre tapa y contratapa”, dijo Levrero, y a mí me parece que es así, pero sin ironías, en un sentido positivo. Una hoja en blanco abierta a los rayones (incluso a los manchones), una oportunidad para experimentar, donde la anécdota puede ser un mero disparador, o ni siquiera estar, y lo que llamábamos “conflicto” puede volverse esquivo y desplazándose hasta incluso no llegar a manifestarse nunca. Solo se conserva, como a punto de pegar el salto, la voluntad de “contar”. ¿Contar qué? Lo que querramos. Digo la novela, y no el cuento, que tal vez por tradición -quizás incluso por nostalgia del siglo XX, o simple y llano empacamiento- sigue siendo -a mis ojos, y en la Argentina- un género conservador.

Pero con tantas fronteras abiertas, ¿contar cómo?


Escribir lo que sea hoy es un salto cuántico respecto de Puig -por tomar un ejemplo- porque no es tanto el mix formal (aunque se siga proponiendo actualmente como novedad: aquí un poco de ensayo, aquí un poco de ficción, una escena teatral, etcétera), sino un extremar la forma (incluso estirarla, y hasta ayudarla a que se elongue al punto de terminar desmembrándola) por puro aburrimiento de la forma, o desgano ante la catarata de imperativos narrativos que ésta involucra (estructura, trama, argumento, personajes, narradorx) con los que seguimos creando monstruos artificiales de corta o mediana duración.


Un salto cuántico respecto de Puig, porque la apoyatura podría ser incluso el Yo de carne y hueso (figura incierta), externx al papel, que sostiene la cara afuera del libro y lo completa, aunque aclare una y otra vez, por ejemplo -como si la afirmación no formara parte de la trama del libro-, que aunque todo parezca que de verdad pasó, una cosa es ficción y otra realidad.


Pero volviendo a la forma, ¿Cómo alcanzar la forma si disolvemos la forma?


Retomo eso que dije sobre lo conservador del género cuento en el país, que hasta podría querer aplastar todo brote de alguna-otra-cosa-que-no-sea-lo-mismo-de-siempre-con-mínimas-variaciones que comenzara a asomar hoy a la superficie, a pesar de tener en nuestra lengua antecedentes como Silvina Ocampo, que extrema la forma del cuento hasta alcanzar un modo de tela desgarrada, y la subvierte y desjerarquiza sin haber escrito un manifiesto, y experimentó no solo con la forma, sino con la apoyatura del Yo -del yo biográfico-, con la clase y con el género hasta nuestro total desconcierto.


Frente a esta puerta a la libertad que es Ocampo (también Sara Gallardo es una puerta a la libertad de la forma, con sus miniaturas, con su sintaxis estallada, o Clarice Lispector que hizo lo que quiso cuando quiso a riesgo no solo de ser considerada hermética sino en el otro extremo mala escritora o una “escritora del corazón”). Sin manifiestos, sin red de contención -y esto es importante, porque ninguna formó sistema ni habló de “vanguardia”, sino que se abismaron en la experimentación solitaria de la forma con alto riesgo literario (pongo como ejemplos “Un soplo de vida”, “Eisejuaz”, la obra completa de Silvina).


Y ahora que mencioné este modo de experimentación solitaria del género, ya no voy a volver a hablar de “novela o cuento” (o el género que sea), sino de “libro” (libro corto, libro largo, librito), un grupo de palabras que forman una “unidad”.


dos


Hablé acá de la disolución de los géneros (¡que sea para siempre! -porque equivale más o menos a quitarse de encima una suela de borcego que aplasta la cabeza-), pero por otro lado de la disolución de la forma, al menos de la convencional -que no se sabe bien cuál sería-. Disolver la forma para obtener la forma.


Pero con tantas fronteras abiertas, ¿cómo dominar la forma? ¿Cómo dominar la forma que se disolvió? El arte de narrar.


Empiezo a hablar de una vez por todas, de la forma. Porque el dominio de la forma al que aspiramos algunes escritores sería ¿para qué? en este estado de cosas.


El dominio de la forma -digamos- “convencional” (aunque la palabra nunca de en el blanco) podría querer lograr la fabricación de un objeto un poco novedoso (pero preferiblemente no tanto) a fin de interesar, como objetivo al final de la flecha, a plataformas de streaming y así llegar a un público mayor que el que lee libros. Pero en caso de alcanzar el objetivo habrá que considerar qué es lo que llega del libro a ese gran público (¿Llega la anécdota? ¿Llega el clima? ¿Y el yo de carne y hueso? (con esto me refiero a la pata en lo real, aunque se tratara de una ficción) Pero ¿y la forma?


Más notas sobre la experimentación


Experimentamos con narradorxs, perspectivas, tiempo, personajes, descripciones, diálogos, trama. Y con la música de las palabras. ¿Para qué?


Me importa la experimentación no como mero virtuosismo sin corazón, atento solo al procedimiento, un tirar la toalla ante el gran gigante de la “literatura universal” al que no se le puede incrustar ni un gramito más de nada y entonces solo cabría quedarnos engolosinadxs con el procedimiento (“¿Para qué necesitamos obras? -dice César Aira y todxs pensamos lo mismo, aunque no sea tan así- ¿Quién quiere otra novela, otro cuadro, otra sinfonía? ¡Como si no hubiera bastantes ya!”) sino (dije: me importa la experimentación como): (1) un fin en sí mismo (la elaboración de un objeto otro, cuya relativa belleza -que podría hasta resultar repelente- tardará en ser apreciada o tal vez ni siquiera exista como tal y habrá que preguntarse por qué esa obstinación por alcanzar la belleza y qué cosa es a esta altura la belleza), y (2) un medio para ir encontrando maneras de decir lo que necesitamos decir porque no alcanzan a estos fines los modos habituales de la narrativa (pongo como ejemplo de un escritor no habitual a Felisberto Hernández, que desplaza la atención del centro a la periferia mediante el uso de la sintaxis: “Hace mucho tiempo leía yo un libro en una sala antigua. Al principio entraba por una de las persianas un poco de sol. Después se iba echando lentamente encima de algunas personas hasta alcanzar una mesa que tenía retratos de muertos queridos…” y así sigue. El espacio no está subordinado a la percepción del personaje sino que se planta al mismo nivel que su acción -sol y personaje en un mismo nivel sintáctico, el sol es sujeto de acción, sin subordinadas: “leía yo” / “entraba un poco de sol”-).


Y hay un tercer motivo que me empuja a experimentar: la escritura como experiencia.


Decía “dominar la forma para” y ahí entonces podemos señalar dos vertientes: (uno) producir un objeto programándolo, (dos) producir un objeto llegando-a-él-abismándome-a-tientas.


Y entonces se abre la pregunta sobre el contenido:


¿Hay contenido sin forma? ¿Hay forma sin contenido? Digamos que el contenido es solo una vez que cobra forma. Pero ¿qué es contenido? ¿Qué es forma? ¿La palabra es forma o es contenido? La forma puede ser un borde, una escapatoria, un desplazamiento ¿hacia?


Más notas


El estudio de la forma en:


(i) libros antiguos (digamos, del siglo XX, que es donde se obtuvo la gran explosión en mil astillas -diminutas y grandes- de la forma).


(ii) la recolección de fósiles de aquí y de allá (y léase bien: no en los fósiles recolectados sino en el gesto de recolección). Viejos cascos de barcos que hay que rescatar del fondo e ir arrastrando -aunque pesen- hasta la orilla del veintiuno para contemplarlos con una nueva luz (a este gesto se lo llama “rescate”).


(iii) extractos de formas más viejas (medievales, renacentistas, incluso grecorromanas, de las que se pueden extraer pequeñas dosis de néctar verdadero -el más valioso, porque remonta a épocas sagradas del arte occidental-).


(iv) todo lo que vaya llegando: fragmentos, papelitos, listas, entra todo con excepción de libros completos y redondos escritos (pongamos una fecha estimativa) a partir de 1990.


(v) muchas otras cosas.


Y recién entonces, con ese caudal detrás de la cabeza, entregarme al arte de la experimentación: el salto al vacío.


Eso que podría lograr a través de la experimentación:


Fusionar la autoficción con el fantástico, o borrar los bordes por ejemplo, entre el fantástico, el realismo y la mística.

O incluso explorar mi conciencia enchufada a la red, pero lejos de las convenciones del género de ciencia ficción que al mantener las jerarquías narrativas da poca posibilidad a la experiencia.


Incrustar lo queer como un gancho que agujerea.


Deambular con ojos ciegos a través del misterio.


Iré descubriendo la forma en el minucioso estudio de la forma.


La experimentación y el tiempo


Creo que una de las grandes motivaciones de la escritura experimental es sondear en la percepción del tiempo.


El tiempo lineal: gran cascote de la narrativa. La sintaxis sostiene su artificio y nuestro concepto de “realidad”.


Podríamos decir que cualquier escritura que conserve las jerarquías sintácticas (núcleos y modificadores, circunstanciales, subordinadas, -por ejemplo, ésta-), sostiene un modo lineal de ordenar el tiempo, y el mundo, y colabora con la red de poder. En este sentido, la experimentación es un gesto político.

Entonces: (1) experimento para abrir cauce a intuiciones que desbordan las posibilidades de la narrativa “convencional” (tiempo simultáneo, superposiciones); y (2) experimento como gesto de disrupción, o un “ir en contra de”.


Anotaciones sobre las influencias


Cualquier cosa que se suponga completa me importa en sus roturas (o como blanco de roturas). Otra palabra sería rasgadura, o atomización de todo lo escrito, deshechos bien o mal enlazados. Los retazos, los sobrantes. Se trabaja con ese material y con los objetos finos. Lo que llega desarmado, y lo completo.


La lupa. La miniatura, la gigantografía. La dimensión interior.


Influencias: Desde Tolstoi hasta las escrituras desechadas, como por ejemplo muchas mujeres escritoras del pasado a las que no se leyó ni se leerá probablemente nunca, y que rescatamos en esta época (rescatamos sus vestidos deshechos, con amor).


Influencias: construcción hacia atrás.


La fuente es un container desbordante donde se mezcla un poco de todo con todo.


A mí me gusta el estudio del movimiento.


La experimentación y el ritmo


¿Y qué pasó con la narrativa y el ritmo? ¿El ritmo era solo propio de la poesía? ¿Con la llegada del libro se ubicaron una y otra (poesía y narrativa) en dos opuestos irreconciliables desde el punto de vista musical? ¿El ritmo solo importa en tanto decora el contenido?


En su decálogo para narradores, Horacio Quiroga: “Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: ‘Desde el río soplaba el viento frío’, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes”. Ese cascote antirrítmico en la narrativa propuesto por el maestro (al que -ojo- reverencio). El consejo de “puro sentido” me cae sobre los dedos de los pies como un balde de escombros y justo tenía puestas las sandalias. Pienso en secreto: “como si el sentido existiera por fuera de la palabra”.


¿Como llegar al sentido? ¿Cómo tocar el corazón del sentido? Dinamito la forma para encontrar el sentido. Compongo la forma para llegar al sentido. Construyo sentido, y he aquí la forma.

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