Escribir quitándose la corona de muerte
Mi perezosa dicha, que dormitó
largo tiempo, se despierta…
HAFIZ
Escribo libros que vivirán y que no me hacen vivir, escribió Léon
Bloy culminando el siglo XIX. En aquel mismo siglo Ortega preguntaba a Anne de
Noailles. ¿Acaso su filosofía la ayuda a
vivir?
La poesía ha
sido el alimento que sobrevive a los siglos. Heridos y heridas en el deseo de
ser hemos comido de su pan a lo largo de todos estos años. Sea testimonio de la
posteridad trazar el fin de este legado, como un destello que diera a luz a la niña de todos los tiempos.
Nunca sabrás los esfuerzos que hemos tenido que hacer
para interesarnos por la vida; pero ahora que ella nos interesa, será como
todas las cosas: apasionadamente. Así iniciaba Gide Los Alimentos terrestres.
La poesía posee mandatos invisibles. Yo he visto a hombres y mujeres volverse muy tempranamente poetas, extender sus alas en la jaula de la palabra. Cavar horizontes. Cumplir el naufragio que había sido designado en sus corazones, anunciando esta pasión temprana por la muerte. Debe ahora la estrella acudir a su última noche.
La poesía en primera persona es hija de un legado. Pero,
¿quién ordena el oficio y lo arranca de su vocación cuando la poesía es obsesión de vivir?
La poesía, madre de todas las negaciones nos hace perder la inocencia para acceder a la virginidad del silencio. En manos del poema escribimos nuestro nombre y en absoluto estado de desposesión recibimos el dolor en la propia carne.
Leemos con la voz, anhelamos aprender a leer con los ojos. Tanto más difícil es el trabajo de desoír y el más necesario para no perderse en la Noche.
Por el juicio
general - no de minoría- preveo que va a ser tildado de oscuro, escribió Storni
en su prólogo.
La burla se posa, impiadosa, en el esbozo de luz. “Oh la mártir. Oh la poeta” Como si la palabra fuese de la piel hacia afuera y no de la fosa hasta la piel. El poeta no crea, desentierra imágenes del cielo. Su paso por la tierra es un acontecimiento. El recuerdo de alguien a quien la lengua aprieta hasta su centro más despojado. Todo aquel que avanza hacia la verdad, enmudece. ¿Escribo acaso para dejar de escribir? Yukel, cuántas páginas por vivir, por morir te separan de vos, del libro al abandono del libro? (Libro de Jabès).
Para huir del
lugar vencido
hay que
postrarse de soledad
hacia los libros que no existen.
Una vez Jesús
escribió unas palabras en la tierra y no las leyó ningún hombre. Toda mi vida he pensado en aquel
lector ausente. Quizás, como también soñó Paul Eluard: Algún día el hombre mostrará lo que el poeta ha
visto. Fin de lo imaginario.
EL DULCE LEGADO
Hemos venido
a señalar las
mismas cosas de siempre
a irnos cuando
se cae el sol
y todos juegan en la luz.
Hemos venido
como raquíticos terrenales
colmados ya de
sueños.
Éramos como
jóvenes que escriben
con cursiva de
testamento.
Se nos ha ido
secando la tinta
de a poco
nos hemos ido
engañando
hasta llegar a
la noche del alma
donde nadie es
testigo
de los pasos que se dan.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario