EN CELO (Mondadori, 2007)
Antología dirigida por Grillo Trubba
por Marina Arias
CECA-
Antología dirigida por Grillo Trubba
por Marina Arias
CECA-
En Celo es la primera entrega de una colección de antologías temáticas. Y como si la idea hubiera sido extraída de un manual de marketing básico, el eje escogido es el sexo. “Los mejores narradores de la nueva generación escriben sobre sexo”, anuncia la tapa, ilustrada con la foto de dos cerditos en posición “cachurra montó la burra”, una actividad lúdica que llevan a cabo todas las crías de mamíferos y está en las antípodas de cualquier intención sexual. Pero hagamos caso omiso del equívoco, al fin de cuentas se trata sólo de una decisión de diseño. La segunda cuestión que llama a la desconfianza es el título del libro. Porque la expresión “en celo” refiere a un instinto animal que anula cualquier posibilidad de erotismo, que es lo que la mayoría de los lectores buscamos en este tipo de literatura.
En el prólogo de En Celo, su compilador, Diego Grillo Trubba, explica que “la metodología para concretar En celo fue sencilla. Se convocó a los autores para que elaborasen (sic) un cuento en el que se tocara el tema central del libro. Cada uno recibió un listado con distintas opciones: sadomasoquismo, onanismo, sexo oral, transexualismo, punto G, voyeurismo, sexo tántrico, swingers, ménage à trois, zoofilia, etc.” Es decir que los pobres “mejores narradores de la nueva generación” parecen haber sido forzados a escoger algo de un menú prefabricado como si estuvieran frente a una cajera de Mc Donalds (¿les habrán permitido algún combo que mezclara opciones sexual? ¿habrán podido aumentar la cantidad de caracteres por cincuenta centavos?) Quizás algún suertudo haya encontrado en sus archivos una producción textual previa que cubriera la demanda del compilador y se haya ahorrado así la etapa de “elaboración”.
Según el criterio de En Celo, los mejores narradores de la nueva generación son diecinueve. Abre la antología Juan Terranova, quien parece haber elegido el ítem “masoquismo” como eje de Me das miedo, Lucía, un relato en el que el narrador despliega un catálogo de gozosos sufrimientos aplicados por sus distintas (e indistintas) compañeras sexuales y suelta reflexiones terriblemente inteligentes del estilo “la tv es una reunión de masoquistas anónimos”. Pero uno llega a extrañar la pluma de Terranova cuando avanza en la lectura de Y el domingo descansó, a cargo de Pablo Alí: el diario de un onanista repleto de clichés y frases inverosímiles. Por suerte en tercer lugar llega Entre hombres, de Mariana Enríquez y el malestar se disipa: un texto oscuro y bien construido nos guía por las tribulaciones de una mujer que sólo se excita mirando relaciones sexuales masculinas. Pero el placer se extingue como una pompa de jabón por obra y gracia del texto que le sigue: La chica del setter, de Gisela Antonuccio, una historia desmotivante, increíble e insoportablemente previsible. Luego es el turno de Paraguayito de mi corazón, de Washington Cucurto, quien despliega su característico slang cumbiero para filosofar en torno a una bailanta que resulta más hedionda que otra cosa. La siguiente mejor narradora de la nueva generación de En Celo es Marina Mariasch. Lo llamativo es que, según la biografía que figura al pie, Los días negros es el primer relato en prosa de esta poeta. Quizá por eso el texto resulta un tanto barroco, críptico y eterno.
Máquinas de enamorarse se titula el cuento de Maximiliano Tomás y es difícil dilucidar si se trata de una aguda ironía o del dictamen de un misógino. El texto es una especie de viñeta del encuentro con una chica que el narrador pretende presentar como cándida y sabia. El problema es que la criatura en cuestión acusa diecinueve años y por eso uno siente que más que ante una suerte de Principito se está ante una persona subnormal.
Gracias a Ojo de Pez, de Oliverio Coelho, la antología recupera el cause literario por un rato. El texto instala un clima que repugna, porque la relación entre un travesti y su clienta cocainómana resulta inexplicablemente atractiva.
Ahí a la vuelta, de Joaquín Linne, es tosco y exhibe pretensiones de ingenioso. La historia es enervante: el narrador no logra que su novia tenga un orgasmo (juro que está planteado así, como si se tratara de una responsabilidad masculina), averigua dónde está el punto G y sanseacabó.
Tanto El gran Omm de Josefina Licitra como Los empleados de Hernán Arias son relatos que funcionan y resultan agradables de leer. No es el caso de Ahora contame un poco vos, de Gabriel Vommaro, un cuento detestable en el que un personaje detestable dedica su vida a la conquista sexual de mujeres. Tampoco es el caso de El gran salto de Alejandro Parisi, que pretende sorprender con una trama definitivamente adivinable y con frases insufribles como “todo lo que decía parecía estar revestido por una racionalidad infinita”. Aunque si de frases insufribles se trata, el podio es para Atardece de Florencia Abate (“necesita sentir lo áspero para tener una impresión de la realidad”, “hace mucho que el sexo no tiene la más mínima mística”).
Platero y yo, de Natalia Moret, Peis, de Mariela Ghenadenik, Barrefondo de Félix Bruzzone y Es una fuerte lluvia la que va a caer de Patricia Suarez son los cuentos con los que llegamos al final de esta recorrida.
Coger en castellano merece un punto aparte.
Sensual e insuperablemente nostálgico, el texto de Pedro Mairal cuenta la soledad existencial y el intenso recuerdo carnal de la primera novia. Casi logra que olvidemos los malos tragos sufridos durante la lectura de En Celo, una antología a pedido donde muchos de “los mejores narradores de la nueva generación” intentan forzadamente escribir sobre sexo y no parecen lograrlo ni por asomo.
En el prólogo de En Celo, su compilador, Diego Grillo Trubba, explica que “la metodología para concretar En celo fue sencilla. Se convocó a los autores para que elaborasen (sic) un cuento en el que se tocara el tema central del libro. Cada uno recibió un listado con distintas opciones: sadomasoquismo, onanismo, sexo oral, transexualismo, punto G, voyeurismo, sexo tántrico, swingers, ménage à trois, zoofilia, etc.” Es decir que los pobres “mejores narradores de la nueva generación” parecen haber sido forzados a escoger algo de un menú prefabricado como si estuvieran frente a una cajera de Mc Donalds (¿les habrán permitido algún combo que mezclara opciones sexual? ¿habrán podido aumentar la cantidad de caracteres por cincuenta centavos?) Quizás algún suertudo haya encontrado en sus archivos una producción textual previa que cubriera la demanda del compilador y se haya ahorrado así la etapa de “elaboración”.
Según el criterio de En Celo, los mejores narradores de la nueva generación son diecinueve. Abre la antología Juan Terranova, quien parece haber elegido el ítem “masoquismo” como eje de Me das miedo, Lucía, un relato en el que el narrador despliega un catálogo de gozosos sufrimientos aplicados por sus distintas (e indistintas) compañeras sexuales y suelta reflexiones terriblemente inteligentes del estilo “la tv es una reunión de masoquistas anónimos”. Pero uno llega a extrañar la pluma de Terranova cuando avanza en la lectura de Y el domingo descansó, a cargo de Pablo Alí: el diario de un onanista repleto de clichés y frases inverosímiles. Por suerte en tercer lugar llega Entre hombres, de Mariana Enríquez y el malestar se disipa: un texto oscuro y bien construido nos guía por las tribulaciones de una mujer que sólo se excita mirando relaciones sexuales masculinas. Pero el placer se extingue como una pompa de jabón por obra y gracia del texto que le sigue: La chica del setter, de Gisela Antonuccio, una historia desmotivante, increíble e insoportablemente previsible. Luego es el turno de Paraguayito de mi corazón, de Washington Cucurto, quien despliega su característico slang cumbiero para filosofar en torno a una bailanta que resulta más hedionda que otra cosa. La siguiente mejor narradora de la nueva generación de En Celo es Marina Mariasch. Lo llamativo es que, según la biografía que figura al pie, Los días negros es el primer relato en prosa de esta poeta. Quizá por eso el texto resulta un tanto barroco, críptico y eterno.
Máquinas de enamorarse se titula el cuento de Maximiliano Tomás y es difícil dilucidar si se trata de una aguda ironía o del dictamen de un misógino. El texto es una especie de viñeta del encuentro con una chica que el narrador pretende presentar como cándida y sabia. El problema es que la criatura en cuestión acusa diecinueve años y por eso uno siente que más que ante una suerte de Principito se está ante una persona subnormal.
Gracias a Ojo de Pez, de Oliverio Coelho, la antología recupera el cause literario por un rato. El texto instala un clima que repugna, porque la relación entre un travesti y su clienta cocainómana resulta inexplicablemente atractiva.
Ahí a la vuelta, de Joaquín Linne, es tosco y exhibe pretensiones de ingenioso. La historia es enervante: el narrador no logra que su novia tenga un orgasmo (juro que está planteado así, como si se tratara de una responsabilidad masculina), averigua dónde está el punto G y sanseacabó.
Tanto El gran Omm de Josefina Licitra como Los empleados de Hernán Arias son relatos que funcionan y resultan agradables de leer. No es el caso de Ahora contame un poco vos, de Gabriel Vommaro, un cuento detestable en el que un personaje detestable dedica su vida a la conquista sexual de mujeres. Tampoco es el caso de El gran salto de Alejandro Parisi, que pretende sorprender con una trama definitivamente adivinable y con frases insufribles como “todo lo que decía parecía estar revestido por una racionalidad infinita”. Aunque si de frases insufribles se trata, el podio es para Atardece de Florencia Abate (“necesita sentir lo áspero para tener una impresión de la realidad”, “hace mucho que el sexo no tiene la más mínima mística”).
Platero y yo, de Natalia Moret, Peis, de Mariela Ghenadenik, Barrefondo de Félix Bruzzone y Es una fuerte lluvia la que va a caer de Patricia Suarez son los cuentos con los que llegamos al final de esta recorrida.
Coger en castellano merece un punto aparte.
Sensual e insuperablemente nostálgico, el texto de Pedro Mairal cuenta la soledad existencial y el intenso recuerdo carnal de la primera novia. Casi logra que olvidemos los malos tragos sufridos durante la lectura de En Celo, una antología a pedido donde muchos de “los mejores narradores de la nueva generación” intentan forzadamente escribir sobre sexo y no parecen lograrlo ni por asomo.
1 comentario:
El mejor texto es el de Hernán Arias. El de Mairal es... por no decir "una cagada", diré "muy Mairal". Los de Tomás y Cucurto son en un tono jodón y por eso favorecen a la risa. El resto del libro invita al bostezo.
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