LA MALDICIÓN DE JACINTA PICHIMAHUIDA (Interzona, 2007)
de Lucía Puenzo
por Marina Arias
por Marina Arias
CECA
Imaginemos esta escena. Año 2004. Sobremesa tardía con amigos. Alguien se sirve lo que queda en el fondo de una botella, y alguien suelta un “che... ¿vieron lo de Siracusa y Cirilo Tamayo?”. La reunión se reanima de inmediato. No falta quien siguió minuciosamente el caso y brinda detalles a los desinformados: el actor que en 1983 encarnaba a Cirilo en Señorita Maestra se hizo cana e intentó robar un maxikiosco en complicidad con quien en la misma tira interpretaba al pícaro Siracusa y murió en el tiroteo. Algún otro recuerda que el suicidio de Cristina Lemercier la última insoportablemente buena Jacinta Pichimahuida- también fue un tanto sospechoso. “Y hace años la Etelvina de los 70s se tiró del balcón, ¿se acuerdan?”, acota el memorioso del grupo.
Más que imaginar, quienes hemos pasado los treinta podemos recordar una escena similar. ¿Quién de nosotros no elucubró de madrugada alguna hipótesis conspirativa ante el desafortunado destino de varios de los participantes de aquella nefasta ficción escolar engendrada por Abel Santa Cruz? Pero a Lucía Puenzo (1976) no se le pasó el entusiasmo a la mañana siguiente sino que se dedicó a escribir La maldición de Jacinta Pichimahuida.
Como suerte de non-fiction, La maldición de Jacinta Pichimahuida es bastante prolija: se nota un seguimiento de los acontecimientos policiales que se encadenan en el relato así como información de primera mano sobre el backstage de la tira. Eso sí: es inadmisible que se diga que Lorena Paola salió del programa Cantaniño ¡Por favor, señores! Todos sabemos que Lorena Paola saltó a la fama desde Festilindo (“¡queeee lindo, queeeee lindo!”).
El protagonista de La maldición de Jacinta Pichimahuida es un supuesto extra de Señorita Maestra bautizado como “Pepino”. Y el principal problema de la novela son los saltos permanentes entre el presente patético de este personaje y los martirios pasados durante la infancia a raíz de haber obtenido un lugar en la tira. Detrás de tanto ir y venir se adivina la intención de mantener el suspenso en la historia. Pero la estructura alcanzada produce dos efectos inesperados: molesta y aburre. Porque además la trama se vuelve previsible. Todos los hechos trágicos que se suceden han sido noticia en los medios de comunicación, por eso apenas se menciona a la víctima uno no puede más que esperar que ocurra lo que tiene que ocurrir.
La maldición de Jacinta Pichimahuida tiene también la desgracia de caer en más de un cliché: la novia de Pepino se convierte en estrella porno siendo hija de un Juez de la Corte Suprema, la madre de Pepino utiliza desesperadamente sus destrezas sexuales para allanar el camino de su hijo en el programa y muta en una Yocasta perversa tan estereotipada que termina dando risa. Y qué decir de que Pepino se gane la vida como estatua viviente en La Recoleta... Sólo faltó un mimo, el gusanito Goma-goma y una aparición del Doctor Lambetain para completar el obvio e infalible bizarrismo de los 80s.
Pero lo que resulta más desafortunado en la novela es cierta mirada piadosa sobre los personajes protagónicos. Una mirada que no hace otra cosa que dejarlos mal parados. Las estrellas infantiles “no son personas extraordinarias descarriadas, son personas ordinarias que tuvieron un momento extraordinario”, dictamina la novia de Pepino en un extraño rapto de agudeza. Al terminar La maldición de Jacinta Pichimahuida, uno no puede evitar preguntarse en qué sentido utilizó Lucía Puenzo el término “ordinarias”.
Más que imaginar, quienes hemos pasado los treinta podemos recordar una escena similar. ¿Quién de nosotros no elucubró de madrugada alguna hipótesis conspirativa ante el desafortunado destino de varios de los participantes de aquella nefasta ficción escolar engendrada por Abel Santa Cruz? Pero a Lucía Puenzo (1976) no se le pasó el entusiasmo a la mañana siguiente sino que se dedicó a escribir La maldición de Jacinta Pichimahuida.
Como suerte de non-fiction, La maldición de Jacinta Pichimahuida es bastante prolija: se nota un seguimiento de los acontecimientos policiales que se encadenan en el relato así como información de primera mano sobre el backstage de la tira. Eso sí: es inadmisible que se diga que Lorena Paola salió del programa Cantaniño ¡Por favor, señores! Todos sabemos que Lorena Paola saltó a la fama desde Festilindo (“¡queeee lindo, queeeee lindo!”).
El protagonista de La maldición de Jacinta Pichimahuida es un supuesto extra de Señorita Maestra bautizado como “Pepino”. Y el principal problema de la novela son los saltos permanentes entre el presente patético de este personaje y los martirios pasados durante la infancia a raíz de haber obtenido un lugar en la tira. Detrás de tanto ir y venir se adivina la intención de mantener el suspenso en la historia. Pero la estructura alcanzada produce dos efectos inesperados: molesta y aburre. Porque además la trama se vuelve previsible. Todos los hechos trágicos que se suceden han sido noticia en los medios de comunicación, por eso apenas se menciona a la víctima uno no puede más que esperar que ocurra lo que tiene que ocurrir.
La maldición de Jacinta Pichimahuida tiene también la desgracia de caer en más de un cliché: la novia de Pepino se convierte en estrella porno siendo hija de un Juez de la Corte Suprema, la madre de Pepino utiliza desesperadamente sus destrezas sexuales para allanar el camino de su hijo en el programa y muta en una Yocasta perversa tan estereotipada que termina dando risa. Y qué decir de que Pepino se gane la vida como estatua viviente en La Recoleta... Sólo faltó un mimo, el gusanito Goma-goma y una aparición del Doctor Lambetain para completar el obvio e infalible bizarrismo de los 80s.
Pero lo que resulta más desafortunado en la novela es cierta mirada piadosa sobre los personajes protagónicos. Una mirada que no hace otra cosa que dejarlos mal parados. Las estrellas infantiles “no son personas extraordinarias descarriadas, son personas ordinarias que tuvieron un momento extraordinario”, dictamina la novia de Pepino en un extraño rapto de agudeza. Al terminar La maldición de Jacinta Pichimahuida, uno no puede evitar preguntarse en qué sentido utilizó Lucía Puenzo el término “ordinarias”.
4 comentarios:
Por fin alguien que piensa como yo: es una novela pretensiosa, pobremente construída y con un ¿estilo? que no deja huellas.
Además, ¿cómo es eso de dejar entrever que la última remake de Jacinta era el estreno? Vamos, si se había hecho por lo menos 3 veces antes: ya sabían que era un éxito.
Y el título es engañoso: en realidad se trata de dos personajes a quienes se insertó a horcajadas en un programa conocido para darle más gancho y conseguir lectores.
Por fin alguien que piensa como yo: es una novela pretensiosa, pobremente construída y con un ¿estilo? que no deja huellas.
Además, ¿cómo es eso de dejar entrever que la última remake de Jacinta era el estreno? Vamos, si se había hecho por lo menos 3 veces antes: ya sabían que era un éxito.
Y el título es engañoso: en realidad se trata de dos personajes a quienes se insertó a horcajadas en un programa conocido para darle más gancho y conseguir lectores.
Por fin alguien que piensa como yo: es una novela pretensiosa, pobremente construída y con un ¿estilo? que no deja huellas.
Además, ¿cómo es eso de dejar entrever que la última remake de Jacinta era el estreno? Vamos, si se había hecho por lo menos 3 veces antes: ya sabían que era un éxito.
Y el título es engañoso: en realidad se trata de dos personajes a quienes se insertó a horcajadas en un programa conocido para darle más gancho y conseguir lectores.
estamos en el 2020 y continuan descracias con los actores ,fracasos,pobresa,mucho karma malo o maldiciones que? es todo yo hoy despues de ver ciego a caballasca ,totalmente en miseria comprare el libro....................
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