OCIO (Parabellum, 2006)
de Fabián Casas
por Macarena Moraña
Con una gran necesidad de lectura contemporánea, encuentro un pequeño libro de Fabián Casas que contiene dos relatos llamados Ocio y Veteranos del pánico. Llego a casa, y comienzo a leer el primero... Mientras el hipocondríaco protagonista llamado Andrés me cuenta de su vida obviamente ociosa, comienzo a sentirme algo somnolienta pero no puedo dejar de leer. Presa de su mismo ocio siento cómo mis párpados no terminan de cerrarse y se mantienen abiertos a fuerza de las ganas de conocer más sobre él y sobre su vida tenue. Porque Andrés Stella me hace entrar inmediatamente en su mundo y a su ritmo como si me convirtiera en una parte “activa” de su historia, en un personaje, y es allí donde se registra el primer mérito de Casas como narrador. La historia coloquial, directa y cotidiana que relata, empapada de un poder descriptivo muy simple pero muy poderoso, se sostiene perfectamente en la voz de Andrés, típico muchacho del barrio de Boedo que palpita al son de las canciones de Los Beatles, Led Zeppelin o Frank Zappa, los valores primordiales de un pibe de clase media: la madre, el fútbol, los amigos, e incluso las drogas.
de Fabián Casas
por Macarena Moraña
Con una gran necesidad de lectura contemporánea, encuentro un pequeño libro de Fabián Casas que contiene dos relatos llamados Ocio y Veteranos del pánico. Llego a casa, y comienzo a leer el primero... Mientras el hipocondríaco protagonista llamado Andrés me cuenta de su vida obviamente ociosa, comienzo a sentirme algo somnolienta pero no puedo dejar de leer. Presa de su mismo ocio siento cómo mis párpados no terminan de cerrarse y se mantienen abiertos a fuerza de las ganas de conocer más sobre él y sobre su vida tenue. Porque Andrés Stella me hace entrar inmediatamente en su mundo y a su ritmo como si me convirtiera en una parte “activa” de su historia, en un personaje, y es allí donde se registra el primer mérito de Casas como narrador. La historia coloquial, directa y cotidiana que relata, empapada de un poder descriptivo muy simple pero muy poderoso, se sostiene perfectamente en la voz de Andrés, típico muchacho del barrio de Boedo que palpita al son de las canciones de Los Beatles, Led Zeppelin o Frank Zappa, los valores primordiales de un pibe de clase media: la madre, el fútbol, los amigos, e incluso las drogas.
La referencia a Viaje al fin de la noche novela de Louis Ferdinand Céline, no parece ser un capricho del autor ni una cita librada al azar sino todo lo contrario. Andrés y su expresivo discurso plagado de crudeza, se sienten emparentados con el escritor francés que también describe a través de sus pintorescos personajes el absurdo, la brutalidad y algunas facetas de la miseria.
Ocio es una historia calma, tal como su nombre lo indica, que se acelera a partir del momento en el que Roli, el mejor e idolatrado amigo del protagonista “agarra una línea”, o sea, contacta a un supuesto boliviano que los proveerá de drogas para vender y por ende consumir. Andrés acepta con la misma falta de convicción con la que acepta su transcurso por la vida y así es como juntos emprenden un camino alineado y blanco hacia el fin de una historia paranoica y triste a la vez.
El segundo relato llamado Veteranos del pánico es más vivaz que el primero. Su protagonista también es un joven muchacho, en este caso escritor, que en primera persona detalla una basta cantidad de anécdotas personales en las que no escatima en dar referencias a un pasado plagado de detalles barriales y costumbristas. Tanto en la anécdota de cómo se conocieron sus padres en una pista de tango, hasta la reiterada mención a los comics de la generación de los 70´s, o el también repetido “chiste” de apodar a todos y cada uno de sus conocidos, Casas nos habla de él como niño, como hombre y como escritor. No obstante en Veteranos... se impone por sobre el narrador adulto la mirada indefectiblemente magnificada del niño que alguna vez fue pero también, del que aún hoy sigue siendo.
La idolatría a los amigos “putañeros” del padre o la fatal calentura con la tía materna más joven llamada Inés pero nombrada libidinosamente “Ineshita”, parecieran hacerle al lector un guiño de identificación que no podrá ya pasar por alto y al que tampoco podrá ni querrá dejar de responder.
Es en estos relatos “al paso” que cuentan sucesos “al paso” donde Casas nos dice algo que, escondido bajo el manto de la trivialidad, no es trivial. Porque a medida que pasan las anécdotas, el lector va pudiendo oficiar de testigo de las marcas que van dejando en ese niño hasta que terminan de convertirlo en hombre. Y si bien los valores y las propuestas de los personajes son iguales para ambos relatos, y a su vez siguen la línea de las historias a las que Casas nos tiene (bien) acostumbrados, no nos hacen sentir la falta de la “novedad” como una carencia, ya que la novedad nunca es más necesaria que la calidad, y de eso, vamos, las historias de Casas tienen bastante.
1 comentario:
Me gusta como describis la narrativa de Casas.
Saludos.
Publicar un comentario